.Orlando Guevara Núñez
Hoy
Paíto es un hombre hecho y derecho. Pero por poco no llega a serlo. La
distrofia estuvo a punto de terminar con su existencia. En realidad, más que un
niño, parecía un cadáver, una cosa que se movía y lloraba. Y eran muy pocos los
que confiaban en que la famélica criatura
se salvara.
Recuerdo
que para esa fecha el único radio -de batería, al no existir corriente
eléctrica en el barrio- radicaba en mi casa. Los otros llegaron después. Era un
RCA Víctor, alimentado por una pilas grandes -marca Eveready-, a través del
cual casi todo el barrio escuchaba la pelota, las novelas y aventuras,
noticias, música mexicana y un espacio muy popular, tan popular como engañoso: Clavelito.
Este
hombre era acogido por muchos como un Dios. Y la gente le pedía consejos que él
ofrecía a través de ese espacio, si mal no recuerdo, en forma cantada. Su poder
radicaba, según se decía, en su fuerza de pensamiento. Algo más o menos sugería
el tema musical del programa: Pon tu
pensamiento en mi / verás que en ese
momento/ mi fuerza de pensamiento/
ejerce el bien sobre ti.
Y con cada programa crecía la popularidad de
Clavelito. Llegó a ser tan grande la forma en que la gente concentraba su
pensamiento en este personaje, que muchos aseguraban verlo en un vaso de agua,
en la puerta de un armario, en un espejo y hasta en el aire.
¿Que por qué relaciono a Paíto y al viejo
radio con este pasaje? El problema consiste en que todos los días, antes de
comenzar el programa, allí estaba la madre, con Paíto cargado, para poner las
manos del niño sobre el radio mientras durara el espacio “divino” Y recuerdo
también que entre las manos de los enfermos y los vasos de agua, quedaba
cubierto todo el mueble del RCA Víctor. Ambas cosas, según la creencia, servían
para curarlo todo. Si el enfermo no
mejoraba, no disminuía la fe en Clavelito, pues se buscaban justificaciones de
que “algo se había hecho distinto a como debía hacerse”.
Paíto figuró entre quienes no tuvieron mejoría
con los remedios del médico- poeta - adivinador - espiritista. Porque el hambre
y la desnutrición no podían ser curadas con un vaso de agua, ni con sólo la fe
y el acto de situar la mano sobre un radio en el horario de un programa.
Recuerdo que muchos creyentes pedían con devoción, esperanza y desespero: “Con dinero, con salud y con amor, ilumíname la suerte, Clavelito”.
Se decía que eran esas las tres cosas necesarias para vivir bien. Siendo así,
Paíto sólo contaba con un tercio de lo imprescindible: el amor de sus
familiares y vecinos. La suerte para el infeliz muchacho y muchos como él, fue
que por esa época triunfó la
Revolución. El pensamiento y la obra revolucionarios lo salvaron. Puede decirse
que se lo arrebataron a la muerte.
Ahora
los hijos de Paíto viven en otro tipo de sociedad. Y seguramente, si conocen
esta historia, podrán establecer con más claridad las abismales diferencias del
capitalismo donde nació su padre y el socialismo donde nacieron ellos. Para eso
no haría falta ninguna charla política, sino mirar a su alrededor y recordando
el vaso de agua y la mano de un niño distrófico puesta sobre un radio, observar
los consultorios médicos, policlínicos, hospitales y la medicina gratuita, la
atención a la niñez y el nivel de alimentación que garantiza la existencia de
niños diferentes a Paíto.
Y después de ese recuerdo y esa reflexión, las
conclusiones no podrían ser otras: que las desventuras de Paíto y las curas
milagrosas alentadas por un injusto sistema social, forman parte también de un
pasado que a nuestra tierra no podrá jamás volver.
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