lunes, 16 de mayo de 2016
La Reforma Agraria cubana: Aspiración de generaciones, hecha realidad por la Revolución
Orlando Guevara Núñez
La Reforma Agraria promulgada por el Gobierno Revolucionario cubano, el 17 de mayo de 1959, resumió las aspiraciones de varias generaciones de una nación que, desde la época colonial española y el neocolonialismo norteamericano, habían luchado para rescatar la tierra usurpada por latifundios extranjeros y nacionales mediante los más brutales métodos de expropiación, desalojos, atropellos y crímenes contra el campesinado. Pero antes del triunfo de la Revolución, esa aspiración no pasó de un sueño inalcanzable, pese a que llegó a formar parte de la Constitución de 1940. En ese documento –artículo 90- estaba plasmado que “Se proscribe el latifundio y a los efectos de su desaparición le Ley señalará el máximo de la extensión de la propiedad que cada persona o entidad pueda poseer para cada tipo de explotación a que la tierra se dedique y tomando en cuenta las respectivas peculiaridades, la Ley limitará restrictivamente la adquisición de la tierra por personas y compañías extranjeras y adoptará medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano”.
Esa decisión constitucional, sin embargo, no llegó nunca a materializarse. Quedó en la promesa y el engaño. Fue una burla más para los sufridos hombres del campo y los intereses vitales de la nación.
Trece años después de aquella Ley, ante el tribunal que lo juzgaba por los hechos del 26 de julio de 1953 – el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente – el entonces joven revolucionario Fidel Castro, jefe de la acción, exponía la realidad del sector agrícola cubano.
“El 85 por ciento de los pequeños agricultores está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras (…) Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas”.
Pero el cambio de esa dramática situación no podía formar parte del programa de ninguno de los gobiernos burgueses y pro imperialistas de la etapa prerrevolucionaria cubana. Su misión era perpetuarla y acentuarla.
La distribución de la tierra era realmente injusta. El 92 por ciento de las más de 159 000 fincas existentes en 1958, poseía sólo el 28 por ciento de las áreas, mientras que el 1,4 por ciento de los propietarios era dueño del 46 por ciento de éstas.
Sólo nueve latifundios norteamericanos eran dueños de más de 100 000 caballerías. (Una caballería equivale a 13,42 hectáreas). Mientras, en los campos cubanos – situación denunciada también por Fidel Castro en 1953- más de 200 000 familias malvivían en chozas miserables, sumidas en la miseria, la falta de salubridad y el analfabetismo.
Los campos cubanos albergaban a un campesinado que había luchado con bravura por la libertad e independencia de la Patria, desde el 10 de octubre de 1868, inicio de la Guerra de los Diez Años, encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, hasta la epopeya guerrillera conducida por Fidel desde el 2 de diciembre de 1956, coronada con el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959. Pero siempre había sido traicionado.
Ese campesinado, según una encuesta publicada en 1957 por una organización de la Juventud Católica, en un 96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche. La mortalidad infantil sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba por encima del 40 por ciento y el desempleo era abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al año.
El Artículo 90 de la Constitución cubana de 1940 se quedó esperando por leyes complementarias o decretos que la hicieran realidad. El latifundio era cada vez más poderoso, los campesinos cada vez más pobres y abandonados, a la vez que la nación sufría la estrangulación extranjera que explotaba a los cubanos y les robaba sus riquezas, con la complicidad de una burguesía terrateniente entreguista, incapaz incluso de defender los intereses nacionales ante el imperio todopoderoso.
En ese contexto se produce el triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959, premisa insoslayable para la ansiada Reforma Agraria que extirparía de raíz y haría irreversible el latifundismo en Cuba. Esta vez, los campesinos y demás hombres de los campos cubanos, no fueron traicionados. La Revolución sobrepasó con creces lo proclamado en la Constitución de 1940 e incluso los postulados de Fidel Castro en 1953. Una verdadera transformación emancipadora tuvo como escenario nuestros campos, con una Ley que acrecentó el odio imperial contra Cuba, pero fue definitoria para el ulterior desarrollo del proceso revolucionario cubano.
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