jueves, 26 de mayo de 2016
Un pasado que en Cuba no será jamás presente: Pillín
.Orlando Guevara Núñez
Yo he conocido muchos nombres, apellidos y apodos con un parecido extraordinario a la persona que identifican. Otros no se parecen en nada o significan lo contrario. Un Modesto, por ejemplo, puede o no tener esa cualidad. Un Bueno es posible que sea malo y un Calvo a lo mejor no lo es.
Los ejemplos podrían ser infinitos. Pero el protagonista de esta historia tenía un apodo copia fiel de su personalidad: Pillín. Y no es que comenzaran a llamarle así cuando él comenzó a ser pillo. Porque nadie nace con ese defecto, y ese nombrete lo llevó desde muy pequeño.
He aquí algunos de los sinónimos de pillo: pillín, mangante, malvado. Y algunas equivalencias de la acción de pillar, no todas, desde luego, pero por lo menos las más conocidas y comprensibles: hurtar, rapiñar, saquear, despojar, desvalijar, ratear, afanar, sustraer, timar, estafar, limpiar. Pienso, por eso, que quien bautizó con ese sobre nombre al muchacho, tuvo el acierto más grande de su vida. Y más que ponerle un apodo, le hizo un retrato.
Lo cierto de todo es que Pillín hizo del juego de gallos, de la bebida, las pillerías y otras malas costumbres, la razón de su vida. Y lo peor del caso, por lo menos para él, es que era un pésimo jugador, porque lo perdía todo, incluyendo la ropa y otros bienes personales. Otros más astutos lo esquilmaban. Y siempre que salía de la casa con la vergüenza de haberse llevado objetos propios o ajenos para venderlos, regresaba con la doble vergüenza de haberlos perdido en una sala de juegos.
Pillín no era el único con ese vicio en el barrio. Puede decirse que eso era una cosa casi normal. Y yo, sinceramente, le perdono todo cuanto hizo antes de 1959, pero no puedo perdonarle que él se empeñara en continuar siendo un pillo cuando la Revolución le ofreció la oportunidad de ser honrado y vivir de su propio trabajo, sin tener que exponer su bienestar a los azares de una mesa de juegos, a las patas de un gallo o al riesgo de la prisión.
Consejos no le faltaron. Ni ejemplos tampoco. Pero Pillín fue incapaz de romper con su pasado y de adaptarse a un presente donde pudo llegar a deshacer el propio mito de su apodo.
Muchos lo miraban con lástima, porque a veces era capaz, en momentos de lucidez, de realizar gestos con cierta carga de humanitarismo. Pero la fuerza corruptiva del vicio lo convertía en un ser anormal, sin fuerza de voluntad para el cambio necesario.
Creo que la mejor definición para Pillín es la de un hombre víctima del sistema capitalista, el cual lo enfermó tanto que ya era un caso perdido cuando recibió la asistencia de la Revolución. Muchos otros fueron salvados, pero él no pudo.
Hay quienes afirman que Pillín nació para vivir en el capitalismo. No me incluyo entre quienes aceptan ese tipo de destino. Pero si así fuera, habría que decir también que él nacería, tal vez, para vivir en ese sistema, pero no precisamente como capitalista, sino como un despojo del cual acostumbraban a alimentarse los buitres dominantes de ese podrido modo de vida. O modo de muerte.
Pillín, en su enfermizo proceder, no perdonó ni siquiera a sus honestos y sufridos padres. Ni tampoco a sus hermanos, familiares y amigos. Y la sociedad que trató de salvarlo, no podía permitirle ni perdonarle sus desmanes. Hasta que sucumbió ante sus vicios.
Valga esta lección para los “pillines” de estos tiempos, nacidos algunos antes de 1959 y otros después, pero todos con iguales oportunidades de ser dignos, honrados, útiles y apreciados por la sociedad, porque, afortunadamente, los vicios y los aberrantes mecanismos del sistema que engendró a Pillín, no tienen razón de existencia en el socialismo y subsisten sólo como rezagos de un pasado que jamás será presente
Pillín
Yo he conocido muchos nombres, apellidos y apodos con un parecido extraordinario a la persona que identifican. Otros no se parecen en nada o significan lo contrario. Un Modesto, por ejemplo, puede o no tener esa cualidad. Un Bueno es posible que sea malo y un Calvo a lo mejor no lo es.
Los ejemplos podrían ser infinitos. Pero el protagonista de esta historia tenía un apodo copia fiel de su personalidad: Pillín. Y no es que comenzaran a llamarle así cuando él comenzó a ser pillo. Porque nadie nace con ese defecto, y ese nombrete lo llevó desde muy pequeño.
He aquí algunos de los sinónimos de pillo: pillín, mangante, malvado. Y algunas equivalencias de la acción de pillar, no todas, desde luego, pero por lo menos las más conocidas y comprensibles: hurtar, rapiñar, saquear, despojar, desvalijar, ratear, afanar, sustraer, timar, estafar, limpiar. Pienso, por eso, que quien bautizó con ese sobre nombre al muchacho, tuvo el acierto más grande de su vida. Y más que ponerle un apodo, le hizo un retrato.
Lo cierto de todo es que Pillín hizo del juego de gallos, de la bebida, las pillerías y otras malas costumbres, la razón de su vida. Y lo peor del caso, por lo menos para él, es que era un pésimo jugador, porque lo perdía todo, incluyendo la ropa y otros bienes personales. Otros más astutos lo esquilmaban. Y siempre que salía de la casa con la vergüenza de haberse llevado objetos propios o ajenos para venderlos, regresaba con la doble vergüenza de haberlos perdido en una sala de juegos.
Pillín no era el único con ese vicio en el barrio. Puede decirse que eso era una cosa casi normal. Y yo, sinceramente, le perdono todo cuanto hizo antes de 1959, pero no puedo perdonarle que él se empeñara en continuar siendo un pillo cuando la Revolución le ofreció la oportunidad de ser honrado y vivir de su propio trabajo, sin tener que exponer su bienestar a los azares de una mesa de juegos, a las patas de un gallo o al riesgo de la prisión.
Consejos no le faltaron. Ni ejemplos tampoco. Pero Pillín fue incapaz de romper con su pasado y de adaptarse a un presente donde pudo llegar a deshacer el propio mito de su apodo.
Muchos lo miraban con lástima, porque a veces era capaz, en momentos de lucidez, de realizar gestos con cierta carga de humanitarismo. Pero la fuerza corruptiva del vicio lo convertía en un ser anormal, sin fuerza de voluntad para el cambio necesario.
Creo que la mejor definición para Pillín es la de un hombre víctima del sistema capitalista, el cual lo enfermó tanto que ya era un caso perdido cuando recibió la asistencia de la Revolución. Muchos otros fueron salvados, pero él no pudo.
Hay quienes afirman que Pillín nació para vivir en el capitalismo. No me incluyo entre quienes aceptan ese tipo de destino. Pero si así fuera, habría que decir también que él nacería, tal vez, para vivir en ese sistema, pero no precisamente como capitalista, sino como un despojo del cual acostumbraban a alimentarse los buitres dominantes de ese podrido modo de vida. O modo de muerte.
Pillín, en su enfermizo proceder, no perdonó ni siquiera a sus honestos y sufridos padres. Ni tampoco a sus hermanos, familiares y amigos. Y la sociedad que trató de salvarlo, no podía permitirle ni perdonarle sus desmanes. Hasta que sucumbió ante sus vicios.
Valga esta lección para los “pillines” de estos tiempos, nacidos algunos antes de 1959 y otros después, pero todos con iguales oportunidades de ser dignos, honrados, útiles y apreciados por la sociedad, porque, afortunadamente, los vicios y los aberrantes mecanismos del sistema que engendró a Pillín, no tienen razón de existencia en el socialismo y subsisten sólo como rezagos de un pasado que jamás será presente
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