.Orlando Guevara Núñez
El 14 de junio, une en sus
natalicios a dos grandes patriotas forjadores de la historia cubana: el
Lugarteniente General del Ejército Libertador Cubano, Antonio Maceo Grajales,
nacido en Santiago de Cuba en 1845, y a Ernesto Guevara de la Serna, el Che,
venido al mundo en Rosario, Argentina, en 1928.
Lo que más une las vidas de
Maceo y el Che, sin embargo, no es la coincidencia de una fecha. Los une, sobre
todo, su lucha por la libertad y la independencia de Cuba, la coincidencia de
sus vidas y de su obra.
Antonio Maceo, arriero,
devenido brillante estratega militar durante las guerras cubanas contra el ejército colonial español
en el siglo XIX, fue a la vez un hombre de pensamiento avanzado, capaz de
aquilatar las corrientes políticas de su época en Cuba y situarse
incondicionalmente al lado del independentismo.
El Che, joven médico,
comprendió desde temprano que la verdadera medicina para curar los males de los
oprimidos era su redención mediante la Revolución. Revolución con apellido:
socialista.
Ambos, en el fragor del
combate, con un valor y una entrega sin límites, ganaron los máximos grados
militares del Ejército Libertador y del Ejército Rebelde, respectivamente.
Los une en nuestra historia
la proeza de dos invasiones militares desde del Oriente hacia el
Occidente del país, en ambos casos victoriosas y decisivas en el curso de la
guerra. El 22 de octubre de 1895, Maceo partió desde Mangos de Baraguá y llevó
la llama de la guerra hasta Mantua, en la provincia de Pinar del Río, campaña
que cumplió en enero de 1896.
En agosto de 1958 el Che
partió, con su Columna 8 Ciro Redondo, para la invasión y llegó hasta Las
Villas, donde combatía y doblegaba a las fuerzas de la tiranía batistiana
cuando se produjo la victoria revolucionaria del 1ro. de enero de 1959.
Por coincidencia histórica,
junto a Maceo, la invasión fue dirigida
por un combatiente internacionalista de origen dominicano, el Generalísimo
Máximo Gómez Báez. En l958, el internacionalista fue el Che, junto al
Comandante Camilo Cienfuegos, al mando de la Columna número 2, que supo honrar
el nombre – no por coincidencia- de Antonio Maceo.
El Titán de Bronce, Antonio
Maceo, nos legó a los cubanos la intransigencia y los principios en la lucha. Y
con su viril Protesta de Baraguá, nos enseñó a no concertar nunca pactos
indignos con el enemigo.
Refiriéndose a los Estados
Unidos, prefirió luchar sin su ayuda antes que contraer compromisos con un
vecino tan poderoso. El Che nos alertó que en el imperialismo no podía
confiarse absolutamente nada. Y tanto en la guerra como en la paz, su posición
no se alejó nunca de la intransigencia revolucionaria y de los más firmes
principios.
Antonio Maceo veía la lucha
por la independencia más allá de las fronteras cubanas y expresó que,
conseguida la libertad de su patria, no le gustaría envainar su espada hasta no
lograr la de Puerto Rico. El Che, luego de defender al gobierno guatemalteco de
Jacobo Arbenz, derrocado en 1954 por una invasión norteamericana, vino a Cuba
como expedicionario del Granma, con el compromiso previo de que liberada la
patria de José Martí, proseguiría su lucha por igual objetivo en otras tierras
del mundo.
Antonio Maceo no pudo ver el
triunfo de su lucha, porque cayó en combate el 7 de diciembre de 1896. Cuando
en 1898 ya España no estaba en
condiciones de sostener la guerra ni su poder colonial en Cuba, el triunfo de
las fuerzas cubanas fue usurpado por la intervención del gobierno de los
Estados Unidos, dando paso a que nuestra nación pasara de colonia española a
neocolonia del Norte revuelto y brutal que nos desprecia, como lo había
calificado José Martí.
El Che vio coronada su lucha
con la victoria de la Revolución cubana. Pero brindó también su esfuerzo para
fomentar la independencia africana, en El Congo, y cayó en Bolivia, hecho
prisionero –herido e inutilizadas sus armas- el 8 de octubre de 1967 y
asesinado por órdenes de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados
Unidos al día siguiente. Sus ideas y su ejemplo, sin embargo, están vivas y se
extienden con fuerza de presencia no sólo por los pueblos que han alcanzado su
libertad, sino también por los campos irredentos de nuestra América, donde la
lucha por su segunda independencia está ya en marcha indetenible.
De Maceo aprendimos que la
libertad no se mendiga, que se conquista con el filo del machete, porque
mendigarla es propio de cobardes incapaces de ejercitarla. Y asumimos también su decisión de que quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo
de su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha.
Del Che aprendimos los
cubanos – y eso lo hemos demostrado en nuestra tierra y en nuestras gloriosas
misiones internacionalistas- que dondequiera que nos sorprenda la muerte,
bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado a un oído
receptivo y otras manos se extiendan para empuñar nuestras armas y otras voces se alcen
para entonar los cantos luctuosos con tableteo de ametralladoras y nuevos
gritos de guerra y de victoria.
Cuando Maceo, mortalmente
herido, cayó en el campo de combate, sus últimas palabras fueron ¡Esto va bien!
Así, su vida le ganaba una batalla a la muerte, pasando a símbolo imperecedero
del pueblo cubano.
Cuando el Che se despidió de
nuestro pueblo, con su ¡Hasta la victoria siempre! expresó su convicción de que
la lucha sería algún día coronada con el triunfo. Ese día, el Guerrillero
Heroico creció y se hizo más inmortal.
Maceo y el Che, por todo
esto, se unen en nuestra memoria no solo cada 14 de junio por sus natalicios.
Están presentes cada día, como símbolos de patriotismo, de dignidad, de
altruismo y de intransigencia revolucionaria. Símbolos de rebeldía y de
Revolución.
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