.Orlando Guevara Núñez
El
esperado desembarco, después de un azaroso mes de navegación, se produjo por el
sureño puerto de Lobito, uno de los más importantes de la República Popular de
Angola. La ciudad había sido liberada días atrás, aunque el ambiente bélico se
respiraba por doquier. Tanto era así, que antes de abandonar el barco, se nos
alertó sobre la posibilidad de tener que combatir durante la llegada.
Pero
quienes nos recibieron fueron los cubanos. Muchos de ellos nos contaron sobre
sus angustias por nosotros, pues llegó a pensarse que nuestro barco había
zozobrado en el Atlántico. Esos viajes, normalmente, se tomaban unos quince
días o poco más. Nosotros llevábamos veintinueve. Se habían corrido noticias,
según ellos, de un barco cubano a la deriva.
La
impresión que muchos cubanos tuvimos al ver a los angolanos, nos creó una
momentánea confusión. Un nutrido grupo
de ellos -jóvenes la mayoría- estaban sentados en los alrededores del puerto,
vistiendo ropa fina, lo que nos hizo suponer que estábamos en presencia de
personas que, de acuerdo con la situación que vivía el país, parecían extraños.
Al
estar en tierra y conversar con ellos y con algunos cubanos que nos habían
antecedido en la llegada, conocimos de nuestra equivocación y tuvimos ante
nosotros una verdad realmente amarga: aquellos hombres eran desempleados, personas hambrientas que iban
al puerto, día a día, con la esperanza de conseguir un empleo o simplemente de
aprovechar la oportunidad de que faltara un peón para trabajar aunque fuera una
jornada y mitigar en algo su desesperada situación. Vestían ropas finas porque
así los colonialistas pretendían ocultar en algo la miseria que esos hombres
llevaban por dentro y quizás por eso era más cara la ropa de trabajo.
La
comunicación con los angolanos fue rápida. Y ese mismo día escuchamos de ellos hacia nosotros un calificativo que al
inicio nos hizo sentir ofendidos, pero supimos comprender después el porqué en
aquellos momentos iniciales no podían pensar de otra forma y nos calificaban
así por cariño y no por ofensa o rechazo. La cuestión es que nos repetían con
mucha insistencia que nosotros sí éramos
¡colonialistas buenos!
Ellos
no podían, tal vez, definir una categoría política. Y no estaba a su alcance
entonces el significado del vocablo Internacionalista. Pero no tuvieron confusión alguna para
determinar, desde los primeros momentos, quiénes eran los buenos y quiénes los
malos, quiénes sus amigos y quiénes sus enemigos.
En
posteriores conversaciones, hacíamos énfasis en establecer las diferencias
abismales entre un soldado internacionalista cubano y un soldado colonialista.
Porque a decir verdad, ni por equivocación y buenas intenciones nos agradaba en
lo absoluto el calificativo prodigado al inicio.
Y
más que las palabras, estaban presentes los hechos. Ellos mismos se asombraban
y nos preguntaban muchas cosas. ¿Por qué los soldados cubanos no cobrábamos
nada por estar allí y cómo era posible que no tuviéramos dinero? ¿Por qué no
nos aprovechábamos de la prostitución y el juego, como lo hacían los soldados
colonialistas? ¿Por qué no éramos
racistas y los tratábamos a ellos como hermanos, sin distinción de color? ¿Por qué no permitíamos el atropello? ¿Por
qué estábamos allí, a miles de kilómetros de nuestros seres queridos, sin
interés alguno de lucro personal? ¿Por
qué compartíamos con ellos nuestros a veces escasos alimentos? ¿Por qué
cargábamos y acariciábamos a sus hijos y jugábamos con ellos como si fueran los
nuestros? ¿Por qué los tratábamos con el respeto que ellos nunca habían tenido?
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¡Qué bonito, camarada, qué bonito!, exclamaban muchos
Durante
muchos meses tuvimos la oportunidad de compartir con valerosos combatientes de
las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola (FAPLA) y también con
muchos civiles angolanos. Y puede afirmarse que la amargura causada por el
calificativo del primer encuentro, fue enteramente borrada después.
Las
palabras camarada, solidaridad, internacionalismo y hermano, fueron poco a poco
adquiriendo en la conciencia de los angolanos su verdadera dimensión. Y
adquirieron también un sentido verdadero las palabras colonialismo, imperialismo,
racismo, mercenarios, apartheid. Y otras muy importantes: libertad,
independencia, soberanía.
Un
día, en la capital del país, Luanda, visité una exposición de fotos sobre la
Revolución cubana. En ellas aparecían nuestros principales dirigentes. Mientras
observaba las imágenes que me trasladaban
momentáneamente hacia mi país, a mis espaldas escuché la voz de un joven
angolano que saturado de admiración ante una foto de nuestro Comandante en Jefe
exclamó:
¡Fidel
Castro, campeón del antiimperialismo! Recordé
entonces aquella imagen del puerto de Lobito, el día de nuestra llegada a
Angola. Y sólo cuatro palabras acudieron a mi mente. ¡La cuenta está saldada!
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