.Orlando Guevara Núñez
A la
ciudad de Lubango,
en el sur de Angola, se le conoce como La
ciudad de las flores. Y existen
sobradas razones para calificarla así, porque allí las flores, tanto las
cultivadas como las silvestres, ofrecen a las personas un fascinante paisaje.
Existen
unos jardines maravillosos, en forma de parques, donde los nativos y visitantes
admiran la belleza de diversas especies de las flores más hermosas que adornan
a la región.
Esa
característica de Lubango, hace de esta ciudad una de las más bellas de la
República Popular de Angola. Y Lubango tiene, además, otra particularidad que
nos llamó mucho la atención: su extraordinario parecido con nuestra Santiago de
Cuba.
No
es un parecido arquitectónico, ni en el interior de la ciudad, si no en su
entorno. La entrada se asemeja mucho a la bajada de Quintero, mientras que las
montañas forman una especie de anillo que las encierran. Muchas veces, desde el
lugar donde radicábamos, algunos santiagueros mirábamos aquel paisaje y nos
parecía estar en nuestra ciudad, observando las montañas de la Sierra Maestra.
Las
flores de Lubango eran siempre motivo de admiración y más de una vez
inspiración poética para nuestros combatientes internacionalistas en Angola. Y
no es extraño que así fuera, porque las flores constituyen un delicado símbolo
del amor y de la amistad. Y son buenas compañeras, tanto en los momentos de
alegría como en los de dolor y nostalgia.
Muchos,
al escribir, hablaban a su madre, esposa, novia u otros familiares y amistades
sobre la belleza de las flores de esta también hermosa ciudad. Y yo no fui una
excepción, pues recuerdo una carta a mi esposa que aludía esas bellezas,
matizadas, en mi caso, por una nostalgia que trastornaba mi percepción sobre
éstas. Transcribo un fragmento:
Hoy
contemplo a todos lados
Mil
flores que esbeltas crecen
Con
colores que parecen
Por
un pintor inventados.
Pero
esos tintes variados
Solo
me causan enojos
Y me
parecen abrojos
Los
pétalos que las visten
Pues
flores bellas no existen
¡Si
no las miran tus ojos!
Confieso
que ese “desprecio” hacia las flores de Lubango, tenía vigencia solo cuando la
nostalgia era mucha, porque en realidad me gustaban muchos los paisajes
engalanados por éstas.
Pero
si a confesiones vamos, tendría que hacer otra: que en las decenas de veces que
disfruté el perfume de también decenas de especies, nunca encontré uno igual a
la rosa cubana.
No
tiene nada que envidiar nuestra flor. Bástele saber que cuando hablábamos de
las demás y las admirábamos, estábamos, en el fondo, recordando y añorando a la
inconfundible y perfumada flor cubana.
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