. Orlando Guevara Núñez
Tres décadas y media, no han
borrado la impresión de aquella noche de octubre de 1976 en un campamento de
combatientes internacionalistas cubanos en la República Popular
de Angola. Recién habíamos llegado a la capital angolana, procedentes del
Frente Sur. Y fuimos convocados para escuchar una información importante,
procedente de Cuba.
Era el discurso del
Comandante en Jefe Fidel Castro. Allí conocimos lo relacionado con el sabotaje
a un avión de Cubana de Aviación, en pleno vuelo, en el que perecieron 73 personas,
57 de ellos cubanos.
Mientras Fidel hablaba, el silencio entre los
combatientes era total. El dolor parecía trascender fronteras y borrar la
distancia para unirse al de todo nuestro pueblo. La denuncia a las
organizaciones terroristas que actuaban impunemente desde los Estados Unidos
contra nuestro país; los hechos terroristas acontecidos en ese mismo año,
segando vidas y sembrando luto en familias cubanas. Vibrábamos con cada palabra de Fidel.“Podríamos preguntarnos qué se pretende con estos crímenes. ¿Destruir la Revolución?” Junto al pueblo reunido en Cuba, respondimos al unísono que no, que destruir la Revolución era imposible. “La Revolución emerge más vigorosa frente a cada golpe y cada agresión, se profundiza, se hace más consciente, se hace más fuerte”. Y nuestras manos se sumaron al aplauso. “¿Intimidar al pueblo?” No. La palabra intimidación no existe en el diccionario de los revolucionarios cubanos. “Frente a la cobardía y la monstruosidad de crímenes semejantes el pueblo se enardece, y cada hombre y mujer se convierte en un soldado fervoroso y heroico dispuesto a morir”. En silencio ratificamos esa decisión.
Allá, a la distancia, sentíamos el más ferviente deseo de estar en nuestra Patria, compartiendo ese momento trágico. Fidel nos transmitía ahora, con más fuerza, ese sentimiento. “La Revolución nos inculcó a todos la idea de la fraternidad y la solidaridad humana. A todos nos hizo hermanos entrañables en los que la sangre de uno pertenece a todos y la sangre de todos pertenece a cada uno de los demás. Por eso el dolor es de todos, el luto es de todos, pero la invencible y poderosa fuerza de millones de personas es nuestra fuerza. ¡Y nuestra fuerza no es solo la fuerza de un pueblo, es la fuerza de todos los pueblos que ya se redimieron de la esclavitud y la de todos los que en el mundo luchan para erradicar del seno de la sociedad humana la explotación, la injusticia y el crimen!
A todos nos dolía el crimen brutal. Y nos golpeaba la impotencia. Muchos puños se levantaron junto a las sentidas palabras de Fidel. Hubo lágrimas de revolucionarios, lágrimas de internacionalistas, de esas que son sensibles al amor, a la hermandad y la solidaridad. Las mismas lágrimas que no rodarán nunca frente a los enemigos.
Fidel nos tiene acostumbrados, tanto en la alegría como en el dolor, a buscar las palabras que interpreten el momento con visión de futuro. Y esa vez no fue una excepción. “No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”
Aquella noche, el silencio se extendió a las habitaciones. A nuestras razones para cumplir con honor la misión internacionalista, se sumó una más.
Han pasado 39 años. El dolor no se ha extinguido. El crimen sigue impune. Los culpables, libres para seguir sembrando el terrorismo y la muerte. Pero existen, por eso, las razones, ahora multiplicadas, para que esa injusticia continúe temblando.
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