sábado, 28 de diciembre de 2019

El arma más poderosa: la moral




.Orlando Guevara Núñez
Hay reacciones que retratan en toda su dimensión los valores morales de las personas. A unas las engrandecen; a otras, las degradan. Y si ubicamos ese ejemplo en el plano militar, veremos que la fuerza principal no radica en la fuerza de las armas, sino en la  solidez de las armas morales.
La victoria del Ejército Rebelde sobre las fuerzas de la tiranía, el primero de enero de 1959, tuvo un ingrediente esencial en la diferencia moral  entre las fuerzas de uno y otro bando. Pero el objetivo de este trabajo no es teorizar sobre el tema. Nos limitaremos a evocar dos ejemplos, acaecidos precisamente ese día del triunfo. Ambos en la provincia de Santiago de Cuba.

Los valores morales en los combatientes del Ejército Rebelde fueron puntales de la victoria alcanzada sobre la tiranía batistiana. Muchos ejemplos se conocen sobre su altruismo, entrega total a la causa revolucionaria y el sacrificio de miles de hombres y mujeres -la mayoría jóvenes- que dejaron atrás sus hogares, a sus seres queridos, y marcharon a las montañas o actuaron en la lucha clandestina, arriesgando cada minuto su propia vida.

Pero he aquí la anécdota:

Cuando los soldados  rebeldes que estaban en el central Palma, supieron la noticia de que el tirano Batista había huido del país, expresaron su júbilo con un tiroteo que duró como media hora. La reacción del Comandante en Jefe Fidel Castro no se hizo esperar. Desperdiciar parque era un grave delito, porque de ese recurso dependía el Ejército Rebelde para continuar la lucha. "Que me traigan al culpable, el que empezó esa balacera. Anda, Almeida, que lo busquen para fusilarlo".



Narró Almeida que una hora después, escoltado por dos que los sujetaban por cada brazo, trajeron al combatiente, a quien describió como "gordito, trabado, de mediana estatura, de veinte o veintitrés años de edad, de cara redonda, ojos pardos, nariz aguileña, cabello largo por los hombros y barba copiosa; la parte que se le ve del rostro está pálida".

Alguien le dice al máximo jefe rebelde que el soldado pertenece a la tropa de Almeida. Y de inmediato surge una orden tajante:

"Que lo fusilen, porque es un crimen el derroche de parque que se originó por el disparo que hizo este señor, cuando más lo necesitamos para la ofensiva final y por su culpa botan el parque así".

El propio Almeida intercede a favor del combatiente, argumentando que no se puede demostrar que sea culpable, cuando fueron cientos los que dispararon. Celia Sánchez y Guerra Matos se suman a esa opinión.

Ante el debate, afirma Almeida que el muchacho "sigue cambiando de color como el camaleón".

Pero Fidel analiza los argumentos y cambia su dictamen: “Que lo pelen al rape y le afeiten la barba”.

Y es entonces que el combatiente interviene para protestar, "con respeto, pero con firmeza": "Prefiero, Comandante, que me fusilen, porque este cabello y esta barba es lo más digno que traigo de la Sierra". El fin de ese episodio lo resume Almeida con muy pocas palabras: "Fidel, conmovido, deja que se marche".



La otra cara de la moneda.
El 1ro. de enero de 1959, el entonces Comandante y jefe del Segundo  Frente Oriental Frank País,  Raúl Castro, entró victorioso al Cuartel Moncada. Llegó acompañado de solo un escolta, con la misión, por él mismo expresada, de “recoger a todos los oficiales y llevarlos a El Escandel, al lado de El Caney, para que hablaran con Fidel”. De esta conversación sería fruto la rendición incondicional de esta fortaleza a las fuerzas rebeldes.
En esa ocasión, el jefe guerrillero le habló a la tropa allí reunida. Y sobre ese momento más de una vez ha narrado lo sucedido cuando los soldados comenzaron a pedir el Gerolán. Así lo ha contado el propio Raúl:
“Estoy hablándole a la tropa, y empiezan: “Gerolán, Gerolán”, y les pregunto a los oficiales de Batista, ¿Qué es el Gerolán ese?, no me hacían caso, “¡Gerolán!”, y yo hablando a puro pulmón, desde un balcón, y, ¡qué va!, nadie me decía lo que era el Gerolán, y no me dejaban hablar.  El que iba conmigo no sabía tampoco; hasta que un oficial, me parece que era contador, algo ahí de la logística, un teniente o subteniente, se me acerca y dice:  “Oiga, Comandante, Gerolán es el salarito extra que les dan cuando están en campaña” y digo:  “¿Y qué, no se lo han pagado?”  Me responden: “No, porque aquí ni se reportaban los muertos para poder robarse el dinero los jefes.”  Entonces digo: “Mañana, cuando la fortaleza esté en manos nuestras,  Gerolán para todos ustedes.”  ¡Eeehhh!, se acabó el mundo.  Digo: ¡Qué tropa tenemos delante aquí! (Risas.)  Pedimos un préstamo a un banco y les pagamos el Gerolán, esos pobres soldados no tenían…”
“Bueno, ¿y qué es lo que era el Gerolán?  Era un jarabillo malo por ahí, que creo que tenía propiedades especiales, que los charlatanes toman (Risas)”

Hace pocos días, revisando  revistas de los primeros años de la Revolución, encontré una Bohemia de febrero de 1959. Y a toda página, me llamó la atención un anuncio sobre el Gerolán. Era, efectivamente un jarabe con atribución de propiedades vigorizantes para los hombres.



Como puede verse, hasta los soldados  que sostenían a la dictadura batistiana, eran maltratados y ni siquiera les pagaban el extra por estar en campaña, persiguiendo a los rebeldes. Eso agravaba la mísera situación económica de estos hombres, con salarios de poco más de 30 pesos mensuales.

Así, para un soldado rebelde, era más importante el valor moral que su propia vida. Para los soldados de la tiranía, lo más importante era lo que cobraban. Por eso la victoria de los primeros; y la derrota de los segundos.

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