.Orlando Guevara Núñez
El 19 de diciembre de 1958, se produjo uno de los combates más
cruentos entre el Ejército Rebelde y las fuerzas de la agonizante dictadura
batistiana. El escenario fue San José del Retiro, aledaño al poblado de Jiguaní,
justamente entre Bayamo y Contramaestre, a orillas de la Carretera Central, que
une a Santiago de Cuba con la capital del país.
Fue una acción
combinada de las tropas rebeldes del I y III Frentes Orientales,
dirigidos por el Comandante en Jefe Fidel Castro y el Comandante Juan Almeida
Bosque. El también Comandante Guillermo García Frías, jefe del cerco, ataque y
toma de Jiguaní, describiría así ese jirón de la ofensiva final revolucionaria:
“En San José del
Retiro tuvo lugar uno de los más encarnizados y difíciles combates que
sostuvieron las tropas bajo mi mando. No fue una lucha de posiciones; se
combatió sobre la marcha y en ocasiones cuerpo a cuerpo contra una gran fuerza
a la que acompañaba un nutrido grupo de civiles e inclusive soldados vestidos como
simples ciudadanos, lo que generó confusión y provocó que tuviéramos más bajas
que de costumbre. Pero el pueblo de Jiguaní quedó liberado para siempre”.
La misión
rebelde, explicó también Guillermo García, comenzó el día 10 de diciembre y
debía impedir que las fuerzas enemigas estacionadas en Jiguaní huyeran hacia
Bayamo y que desde esa ciudad salieran refuerzos hacia Maffo, donde ese mismo
día comenzaría el cerco y hostigamiento a la fortaleza ubicada en ese lugar,
casi pegado a Contramaestre.
Por la parte
rebelde el combate dejó 12 muertos y tres heridos, mientras que el enemigo
sufrió más de 30 muertos y 67 prisioneros, además de la pérdida de más de 70
armas largas.
Entre los
guerrilleros caídos ese 19 de diciembre de 1958, estuvo el capitán Ignacio
Pérez Zamora, ascendido póstumamente al grado de Comandante del Ejército
Rebelde. Este valioso combatiente, era hijo del Comandante Crescencio Pérez, un
legendario campesino de los que desempeñaron un papel protagónico en salvamento
de los expedicionarios del Granma en los días posteriores al desembarco y a la
odisea de Alegría de Pío.
Ignacio Pérez
Zamora era ya jefe de una célula clandestina del Movimiento Revolucionario 26
de Julio cuando el 2 de diciembre de 1956 el Granma llegó a las cercanías de
Playa Las Coloradas, distante a unos 17
kilómetros del oriental poblado de Niquero. Estuvo entre los campesinos
que salvaron la Revolución en esos días. Y formó parte de los tres que
condujeron a Fidel Castro hasta la finca de Cinco Palmas, Purial de Vicana,
donde el 18 de diciembre se produciría el encuentro del máximo jefe rebelde con
su hermano Raúl y otros expedicionarios.
El 11 de enero
de 1957, se produce la incorporación de Ignacio a las filas de la guerrilla. En
lo adelante, comenzaría a tejer su historia como combatiente, en acciones como
La Plata, Llanos del Infierno y El
Uvero. Su arrojo y capacidad lo elevarían al sitial honroso de jefe de
la vanguardia de la Columna Nro. 1 José Martí, al mando del Fidel, cuando
Camilo Cienfuegos fue designado para la Columna 4, dirigida por el Comandante
Ernesto Che Guevara.
Vendría entonces
su participación en los combates de Palma Mocha, Pino del Agua (uno y dos) y
Salto de Nagua, hasta ser llamado por el Comandante en Jefe para reforzar las
posiciones rebeldes en la Sierra Maestra ante la llamada Ofensiva de Verano,
lanzada por el ejército batistiano. Combatiría entonces en El Jigüe, Vegas de
Jibacoa, Las Mercedes y se integra luego a la contraofensiva del Ejército
Rebelde que daría el golpe final a la tiranía.
La caída de
Ignacio se produce ya en los finales del combate. El lugar era completamente
llano, al punto de poder verse sin dificultad unos a otros los
contendientes. Junto al jefe rebelde cae su
ayudante, Juan Pérez Olivera, un muchacho de 14 años de edad, hijo de una
humilde familia de las Minas de Charco Redondo. La ira de los rebeldes ante esa
caída se transformó en más arrojo y su empuje rompió todo vestigio de
resistencia.
Los cadáveres de
Ignacio y sus compañeros fueron
expuestos en un amplio corredor del poblado de Jiguaní. Allí asistieron Fidel,
Raúl y Almeida. La despedida del duelo estuvo a cargo de Raúl.
En sentida carta
a Crecencio Pérez, el Comandante en Jefe Fidel Castro le expresa:
Querido
Crescencio:
Me acaban de
informar la muerte de Ignacio. Con una pena infinita en mi corazón le escribo
estas amargas líneas. Sé que era el hijo que usted más quería; y en verdad que
se merecía todo su cariño y el nuestro. Siempre lo cuidé cuanto pude, como hago
con todos los compañeros que más riesgos han corrido por el tiempo que llevan en la lucha. Murió de un
obús de mortero, combatiendo una tropa que iba en retirada. Recogimos su
cadáver y le daremos honrosa sepultura. Duele que haya muerto precisamente
cuando el triunfo está a la vista y cuando él estaba resultando ser uno de
nuestros oficiales más competentes y de mi mayor confianza. Su nombre figurará
en la lista de los comandantes de nuestro glorioso Ejército y nunca lo olvidaremos. Le diré solo que
Ignacio era para todos nosotros un hermano y tal es el dolor que sentimos en
este momento.
Fidel Castro
A esa misiva del
Comandante en Jefe, respondió el padre colmado de dolor.
Comandante
Fidel:
Su mensaje de
hoy me produce el más profundo dolor de mi vida, mi existencia ya no será más
que dolor, agonía y deber; nuestra revolución me ha arrancado lo más preciado
de mi existencia, solo me alienta la fe. Su sangre, como la de tantos valiosos
compañeros caídos en aras de nuestro
ideal, no será derramada en vano.
Reciba un abrazo
fraternal
Crecencio Pérez
M.
A Ignacio y a sus compañeros caídos, el pueblo
les rinde tributo y respeto, defendiendo y engrandeciendo la obra por la que
ellos ofrendaron su vida.
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