.Orlando Guevara Núñez
Es indignante la agresión descarada de los Estados Unidos
al sistema eléctrico del hermano pueblo de Venezuela. E indignante también la
impunidad de los agresores. Los grandes medios de comunicación, convertidos en
cómplices serviles, no solo callan, sino también tergiversan la verdad.
Así, en nombre de la democracia y de los derechos
humanos, el imperio estadounidense comete los más atroces crímenes, sino que
los santifica y, como hienas salvajes, se regocijan con el mal que les hacen a
los demás.
Algunos organismos
internacionales que debieran ser guardianes del sagrado derecho de los pueblos
a su soberanía y plena independencia en nuestro continente, como es el caso de
la OEA, se han sumado al crimen, aunque con la resistencia de gobiernos donde
el sentido común, la ética y la solidaridad, se han impuesto ante la sucia
política de guerra.
Otros, como la propia ONU, no se suman, pero no actúan
con la energía que debieran hacerlo. Porque no se trata solo de no apoyar la
agresión. Se requiere condenarla, exigir su cese. He escuchado algunas voces
que solo piden “entendimiento entre las partes” como si el agresor tuviese
derecho a que el atacado “se entienda con él”, más en casos como éste, donde la
palabra “entendimiento” significa, ceder principios y hacer concesiones.
Entendimiento puede haber, en todo caso, en el plan
interno, pero nunca con el agresor extranjero, ni con aquellos que desde adentro,
claman por la intervención foránea.
El heroico pueblo venezolano está resistiendo una de las
más brutales y genocidas agresiones del imperio norteamericano a un pueblo de
nuestra América. Está pagando un alto precio, pero está venciendo.
La arrogancia, prepotencia y desquiciado actuar de los
gobernantes norteamericanos, encabezados por su presidente, está sufriendo una
derrota que debiera devolverles el juicio. Si
esto no ha sucedido aún, el pueblo de Bolívar, de Chávez y de Maduro, se
encargará de hacerlo.
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