.Orlando
Guevara Núñez
Cada
octubre, los cubanos dedicamos un recuerdo especial a los cruciales momentos
vividos en ese mes de 1962, cuando nuestro pueblo estuvo amenazado por un
holocausto nuclear y preservó su vida porque estuvo dispuesto a ofrendarla en
nombre de sus principios de libertad y soberanía.
A
nuestra memoria acuden el bloqueo naval norteamericano, las amenazas de
exterminio, los intentos de destruir la Revolución utilizando los métodos más
salvajes.
Recordamos
al pueblo miliciano en pie de guerra, compartiendo trincheras con sus Fuerzas
Armadas Revolucionarias y su Ministerio del Interior. Las mujeres ocupando en
las fábricas los puestos de quienes habían cambiado las herramientas del
trabajo por el fusil.
En
ningún momento disminuyó la confianza del pueblo en la dirección de la
Revolución. Con nuestro máximo jefe compartimos la idea de instalar aquí los
cohetes soviéticos de largo alcance, y
el desacuerdo con que los desmantelaran. Vibramos de emoción el día en que
Fidel afirmó públicamente que más que nunca se sentía orgulloso de ser hijo de
este pueblo.
Apoyamos el principio de no permitir ninguna
inspección enemiga sobre el territorio cubano. Y no lo admitimos. La definición
de ese fenómeno, de ese sentimiento individual y de pueblo, la encontré después
en una afirmación hecha por Fidel, acerca de que nuestros misiles morales no
podrían ser desmantelados jamás.
Por eso, cada año evocamos aquel episodio
que nos hizo crecer como pueblo. El objetivo norteamericano terminó con un
rotundo fracaso.
En ese octubre, se suma otra derrota
imperial de la cual poco se habla. Precisamente para ese mismo mes y año, el
gobierno de los Estados Unidos había programado el golpe final a la Revolución
cubana.
Se trata de la Operación Mangosta –
nombrada inicialmente Proyecto Cuba- fraguada después del desastre de la invasión mercenaria de Playa Girón.
Dicha operación tenía el objetivo supremo
de derrocar a la Revolución, para lo cual fueron trazadas 32 tareas en las
áreas de inteligencia, políticas, económicas, psicológicas y militares. En
noviembre de 1961, había quedado integrado el equipo, al mando de un general
norteamericano, encargado de cumplir esas tareas mediante un cronograma bien
definido.
En marzo de 1962, serían iniciadas las
acciones con una preparación previa, como habían sido la expulsión de Cuba de
la OEA, la ruptura de relaciones de Estados Unidos y la firma del presidente
Kennedy del bloqueo a nuestro país. Otras medidas fueron el intento de crear en
Cuba una oposición interna a la que, valga decirlo, no le tuvieron nunca
confianza para asumir un liderazgo en este país.
La segunda etapa de la Operación Mangosta
era de abril a julio, en la cual se fortalecerían las actividades clandestinas,
bajo la jefatura, desde luego, de la Agencia Central de Inteligencia de los
Estados Unidos (CIA).
El primer día de agosto figuraba en el
cronograma dedicado a desencadenar los mecanismos para la sublevación, bajo el
supuesto de que el pueblo se rebelaría contra la Revolución, pasando a octubre
con una revuelta generalilzada. Por último, octubre de 1962 sería el escenario
para el fin del Gobierno Revolucionario y la instauración de uno nuevo que
permitiera el regreso a Cuba de los explotadores y fuera agradable para los
Estados Unidos. La intervención militar norteamericana estaba dentro de los
planes de Mangosta.
Los repetidos fracasos durante toda su
preparación y ejecución, hicieron que la
Operación Mangosta se convirtiera en otro rotundo fracaso. Después de la Crisis
de Octurbe, el propio presidente Kennedy decretó la defunción de ese proyecto
criminal.
Así, octubre de 1962 tiene para los
cubanos el significado de dos grandes victorias contra el imperio
norteamericano: La de la Crisis, llamada también de los Misiles, y contra la
Operación Mangosta. En ambos casos, el pueblo cubano enalteció su vocación patriótica y su decisión de morir de pie libre
y soberano antes que vivir de rodillas cobarde y servil ante un amo.
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