Seguramente Mister
Trump recordará toda su vida esta primera gran derrota en la ONU.
En el presente periodo de sesiones de la Asamblea General
de la ONU el presidente
Donald Trump se estrenó como voz imperial en esa ágora, con un discurso que
llevaba implícitas amenazas para la paz mundial y flagrantes agresiones contra
otras naciones. El obtuso y bocón magnate empresarial pareció creer que la ONU era la Trump Tower de su entera
propiedad. Y para remate, anunció que algunas de las medidas de distensión
adoptadas por el anterior presidente Obama serían revisadas o revertidas, con
lo cual añadió unas gotas (o un aluvión) más de inseguridad en temas sensibles
para la humanidad y, en particular, para algunos países.
Uno de estos temas, mucho más desarrollado en
intervenciones posteriores, es el del bloqueo económico, comercial y financiero
contra Cuba, cuyo fin había solicitado al Congreso el presidente Obama al final
de su mandato. Este tuvo que esperar siete años para reconocer que era un
fracaso y aislaba a los EE.UU. de la llamada comunidad internacional, y ocho
para asumir la posición de abstención en la pasada votación del 2016 contra el
bloqueo.
En la actual coyuntura que debe afrontar
Trump se puede afirmar lo que en similar momento, el 28 de octubre de 2009, se
expresó en el artículo titulado: Obama, ganador del Nobel de la paz en Oslo y
perdedor por la condena contra el bloqueo en ONU: “La gran y vergonzosa derrota que sufrirá el
gobierno de EE.UU., cuando se discuta la resolución contra el bloqueo
económico, financiero y comercial contra Cuba en la Asamblea General
de las Naciones Unidas, será sin dudas la primera y más significativa de su
período de mandato”.
Al igual que entonces en el caso de Obama,
ahora agudizado por el halo negativo que rodea a Trump, el prestigio del país
que representa se resentirá por la condena en la ONU, con una votación abrumadora, y será, a la
vez, el hazmerreír de la comunidad internacional por esos tontos y falaces
argumentos que su representante ante la
ONU tratará de esgrimir. Serán los ya consabidos desaguisados
de una inteligencia lerda, de una política absurda pero genocida, de una falta
absoluta de moral y de una burla y desprecios infinitos por todos los gobiernos
y naciones que todos los años instan al gobierno de los Estados Unidos a poner
fin al bloqueo contra Cuba y también contra ellos. Y es que aplicar medidas
amparadas en una ley de prohibición del comercio contra el enemigo, y en otras
leyes como la Torricelli
y la Helms-Burton
es irracional y expresa el odio y la venganza gratuitos contra una nación que
merece respeto para su independencia, su soberanía y autodeterminación, y
contra las otras naciones del mundo que tienen el derecho a relacionarse y
comerciar libremente y mantener los nexos que estimen justos y beneficiosos
para sus legítimos intereses.
Desde hace muchos años las naciones del mundo
se decidieron a rebelarse colectivamente en este asunto, como no ha ocurrido
nunca antes con ninguno otro, contra la política extraterritorial de EE.UU. Se
ha producido así un antibloqueo que contribuye a desmoralizar a la potencia que
pretende ejercer su hegemonía en todos los terrenos.
Las últimas medidas del gobierno de Trump,
con la retirada de funcionarios estadounidenses de la Embajada en La Habana y la expulsión de
funcionarios cubanos en la de Washington, con el pretexto de un ataque con
armas sónicas a sus funcionarios, además de ridícula, pone en riesgo el proceso
de normalización de las relaciones incipientes entre los dos países.
Sin embargo, nada de esto es extraño. Se
recurre una vez más a la mentira. Todo el arsenal de medidas contra Cuba, pues
no es solamente el archiconocido bloqueo; se trata de mucho más, como son: la
planificación de los asesinatos contra sus dirigentes, los inventos para
provocar posibles conflictos y agresiones, los miles de actos terroristas, las
agresiones biológicas como las del dengue y la fiebre porcina, la invasión
mercenaria de abril de 1961, la amenaza nuclear durante la crisis de octubre,
los ataques piratas marítimos contra naves e instalaciones cubanas, los
bombardeos contra fábricas y los incendios provocados para destruir las
riquezas del país, la organización de bandas mercenarias armadas.
En fin, son tantas cosas, y son tantas las
víctimas, que da grima mencionar todas las infamias sustentadas en tantas
mentiras grandes y pequeñas. Y todos los gobiernos estadounidenses, así como
sus acólitos, inventaron las más colosales mentiras, las esgrimieron, las
propalaron para justificar los supuestos “fines nobles” del enemigo “bueno y
amigo del pueblo cubano”. Hasta hoy todos repiten -hasta el mismo Trump- que lo que han hecho y
hacen es para el bien y la felicidad del pueblo cubano.
Es indudable que los gobiernos
estadounidenses han sido contumaces sordos al pensamiento de George Washington,
quien recomendó, como rumbo de la Política Internacional
de los Estados Unidos, las ideas siguientes: “Observad buena fe y justicia con
todas las naciones... Creced en paz y armonía con todos... La nación que se da
al odio en una cierta magnitud, es una esclava de la otra, es una esclava de su
propia animosidad.”
Porque hay muchas verdades que enarbolar y
defender todavía, capaces, por su fuerza moral, de derrumbar muros físicos e
ideológicos, alegrémonos una vez más de la condena aplastante de la política de
bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos contra Cuba.
Seguramente Mister Trump recordará toda su vida esta primera gran derrota en la ONU.
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