.Orlando Guevara Núñez
¿Cuántas veces en su largo camino de
revolucionario, la muerte estuvo bien cerca de tronchar la vida de Fidel?
Se necesitaría un amplio volumen para reseñarlas todas en Cuba y fuera de ella.
Y no se trata de que buscara el peligro, es que no renunció nunca a
ningún principio, a ninguna idea, a ningún beneficio para su pueblo, por
el temor a desafiarlo.
Desde su vida estudiantil, trataron de asesinarlo. Al
terminar el combate del Moncada, se quedó cubriendo la retirada de sus compañeros;
luego, se desmontó del auto en que salía del lugar, para ceder su espacio
a un compañero herido, y llegó a quedarse solo, hasta que
otro auto de los asaltantes lo recogió y sacó del escenario del combate.
Salvó su vida de forma asombrosa.
Al ser hecho prisionero, el 1ro. de agosto de 1953, ya en
las montañas de La Gran Piedra, los soldados de la tiranía estuvieron a
punto de asesinarlo, hecho que impidió el entonces teniente Pedro Sarría, jefe
de la patrulla que lo perseguía. En ese momento fueron pronunciadas por este
militar las palabras que le salvaron la vida: ¡Bajen esos fusiles, que las
ideas no se matan! En el trayecto desde el lugar de la detención hasta
Santiago de Cuba, un comandante de la dictadura quiso arrebatarle a Sarría los
prisioneros, entre ellos a Fidel, con el fin de asesinarlos. Otra vez el
honor se impuso al crimen. Estando preso en la Cárcel de Boniato, se
frustró la orden de envenenarlo, resultado en el que influyó la
vigilancia de los presos comunes de ese penal.
El 7 de julio de 1955, tras la amnistía, por
presión popular, del 15 de mayo de ese año, tuvo que marchar hacia el exilio en
México, pues no solo carecía de condiciones para proseguir la lucha, sino que
también su vida estaba en peligro.
Ya en el país azteca, pistoleros al servicio de la
dictadura batistiana no pudieron cumplir su misión de asesinarlo. A partir del
5 de diciembre de 1956, a solo tres días del desembarco del Granma, estuvo muy
cerca de perder la vida. Junto al también expedicionario Faustino Pérez, tuvo
que permanecer más de otros tres días acostado en el suelo, cubierto con paja
de caña, protegiéndose contra la presencia de los soldados enemigos, los
bombardeos aéreos y la metralla. Cuenta Faustino que durante esa odisea, Fidel
no pensó en la muerte, ni en la derrota, ni en la claudicación; le hablaba
sobre los planes futuros de la Revolución. Y permanecía con el cañón de su
fusil apoyado en la barbilla, dispuesto a morir antes que rendirse. Otra vez
frustrados los intentos de la muerte.
El domingo 2 de diciembre de 1956, en ocasión de estarse
celebrando en cuba la reunión anual de Estaciones CIA en América Latina,
el jefe CIA para esta área se dirigió a los presentes:
“Nuestro amigo, el presidente Batista, me acaba de llamar
para informarme que una lancha en la que iba un grupo de hombres ha sido
hundida en aguas de la provincia de Oriente cuando trataban de desembarcar. Los
pocos supervivientes están siendo localizados por el ejército y la fuerza
aérea”
“Batista me ha dicho que el jefe del grupo
expedicionario es un antiguo agitador estudiantil de la Universidad de La
Habana, llamado Fidel Castro, que se encuentra entre los muertos”.
Pocos días después, la dictadura, tratando de “matar a un
muerto”, cuyo deceso había publicado, emitía una nota que circuló en
volantes para las zonas aledañas al desembarco, ofreciendo 100 000 pesos por la
cabeza de Fidel Castro.
Ese llamado a la traición no pudo evitar que
los revolucionarios recibieran la solidaridad y apoyo de los campesinos de la
zona, quienes los buscaron, encontraron a muchos de ellos, los
protegieron y los salvaron del crimen. Celia Sánchez Manduley, cumplió bien esa
misión, encomendada por el héroe de la lucha clandestina, Frank País García.
Ya en la Sierra Maestra, en una ocasión durmió, tapado
con una misma manta, junto a un traidor portador de una pistola lista
para asesinarlo. El valor no le alcanzó al desertor para cumplir su misión
pactada con los esbirros batistianos. Luego, llegó a la Sierra Maestra un
ex policía batistiano, quien había estado en México con la tarea de eliminarlo.
Ahora accedió, infiltrado, hasta donde estaba el jefe revolucionario, con
idéntica misión; pero la perspicacia del jefe guerrillero lo descubrió a
tiempo. Y la muerte sació su sed con la vida del criminal.
Durante sus visitas a Chile, Venezuela y Panamá, por solo
citar tres ejemplos, fueron frustrados intentos de asesinato contra el líder
revolucionario cubano. En el primero de estos casos, una pistola oculta
en una cámara de televisión, no fue accionada por la mano del encargado de
ejecutar el crimen. El miedo se impuso. En Panamá, los terroristas que
planearon el crimen terminaron presos.
Datos publicados, pero no por todos conocidos, testifican
que el maridaje gobiernos de Estados Unidos, Agencia Central de Inteligencia
(CIA) y mafia contrarrevolucionaria, principalmente la radicada en Miami,
organizaron que se conozca, la tenebrosa cifra de 637 intentos de asesinato
contra Fidel.
El gobierno de Ronald Reagan, con 197
intentos, está señalado ante la historia como el presidente de
Estados Unidos que más veces ha apañado el intento de matar a otro jefe de
Estado, en este caso al nuestro. La “medalla de Plata”, en esta siniestra
carrera, le pertenece a Richard Nixon, con 184. Bush (Padre) marca
el último peldaño con 21 tentativas de asesinar a Fidel. La desvergüenza, de
todas formas, está bastante repartida. La muerte no se confabuló contra
nuestro Comandante en Jefe, aunque estuvo muy cercana.
Fidel arriesgó su vida en Playa Girón, dirigiendo
personalmente las operaciones contra la invasión. Y estuvo a la vista de
los mercenarios, aún armados. Expuso su vida, junto a la de su pueblo,
durante la Crisis de Octubre de 1962, ocasión en que los cubanos
afrontamos el peligro de un holocausto nuclear. En octubre de 1963, estuvo a
punto de perecer al accidentarse en un río crecido el vehículo anfibio en
el cual participaba en las labores de salvamento de la población frente al
devastador ciclón Flora.
El imperialismo y sus cómplices mintieron infinidad
de veces, publicando la falsa noticia sobre la muerte de Fidel. Engañoso y
brutal consuelo, al no poder, por sí mismos, convertir en verdad
sus frustrados deseos.
Fidel llegó, 13 de agosto de 2016, a los 90 años de
vida. Una vida que el crimen no pudo segar. Ni el 25 de noviembre de ese
año la muerte pudo lograr su objetivo. Y es que Fidel es un símbolo de la
derrota de la muerte y la victoria de la vida. La muerte lo sigue respetando. Y
su pensamiento, su obra y su ejemplo, cada día, trascienden
fronteras.
Ha transcurrido ya un año de su desaparición física. Y
entre nosotros sigue viviendo Fidel. Este primer aniversario, iremos al
cementerio de Santa Ifigenia. Y allí, al ofrendarle una flor, podríamos
imaginar la piedra que atesora sus cenizas como un crecido grano de maíz
albergando en sus entrañas una síntesis de toda la gloria y la
historia de la patria cubana.
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