jueves, 1 de septiembre de 2016

Brasil, más que sesión parlamentaria, mala obra de teatro






.Orlando Guevara Núñez
El proceso que separó definitivamente del cargo  a la presidenta constitucional de Brasil, Dilma Rousseff, más que sesión parlamentaria, fue una mala obra de teatro, cuyo final estaba perfectamente determinado.
De nada valieron las pruebas irrefutables de la inocencia, la demostración de falsedad de las acusaciones. Un acto inusual, donde violadores de la ley y corruptos juzgan a una persona honesta, guardiana de la legalidad y, sobre todo, inocente.
A los brasileños compete juzgar ese atentado contra su democracia. La pésima obra de teatro tiene un nombre bien ganado: GOLPE DE ESTADO. Diversos gobiernos, instituciones y personalidades en el mundo han condenado ese hecho y han expresado su solidaridad con Dilma, con Lula y con el pueblo brasileño, principal víctima del despojo.
Brasil ha pasado a ser gobernado por corruptos, por un grupo de personas que, por medio del engaño y la traición, harán todo lo posible por desmontar todas las conquistas del pueblo ganadas durante los gobiernos de Lula y Dilma, al tiempo que inclinarán sus rodillas ante intereses extranjeros, ante los monopolios expoliadores de las riquezas del país, y se convetirán en punta de lanza contra los organismos de integración  de la región, de los cuales forma parte Brasil.
Un pequeño grupo se impuso sobre la voluntad de más de 54 millones de brasileños. Ha sido un episodio vergonzoso, donde la democracia salió ultrajada. Lo que los golpistas son incapaces de ganar en las urnas, lo han obtenido mediante el fraude. El mayor perdedor, vale reiterar, es el pueblo. Se ha escrito una página de oprobio en la historia de Brasil; pero no deben olvidar los golpistas que las únicas páginas valederas y perdurables son las escritas por los pueblos.

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