martes, 6 de septiembre de 2016

Santiago de Cuba, una ciudad heroica. Vista por Haydée Santamaría Cuadrado




.Orlando Guevara Núñez
Haydée Santamaría Cuadrado estuvo muy ligada a la lucha revolucionaria desde Santiago. Heroína del Moncada, combatiente clandestina  e integrante del Estado Mayor de Frank País durante el Levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956. Conoció muy de cerca la solidaridad del pueblo santiaguero.
En 1963, en un conversatorio publicado por el periódico Hoy, reproducido en el diario Granma el 29 de noviembre de  2006, afirmó:
“Transcurrían los primeros días de noviembre. Días antes, en una reunión con Frank País, habíamos acordado reunirnos con él en Santiago de Cuba. Durante esta conversación, después de analizar la situación, decidimos que donde único podíamos hacer algo efectivo era en Santiago”.
“Se podía  actuar en Santiago, se recibía una gran  cooperación”.
. En  el libro Una Revolución que comienza, de la Editorial Oriente, la heroína revive sus memorias sobre Santiago de Cuba. (pág  29, 30 y 32)
 (…)  Y oigo la voz de Frank que empieza a gritar : ¡Médico! ¡Médico!, que era como le decíamos clandestinamente (se refiere a Faustino Pérez,  expedicionario del Granma, cuando bajó de la Sierra Maestra). Todo esto en mitad de la cuadra. Y yo hago así, miro a un lado y a otro, todo el mundo asomado a las ventanas, por las puertas…” “Cuando entramos a casa de Vilma, recuerdo que Faustino mismo nos dice:
´Bueno, esto no es la Sierra Maestra, si alguien viene ahora a agarrarnos aquí, ¿qué pasa?´ Pero no pasaron ni diez minutos y la gente aquella de la cuadra de San Jerónimo empieza a mandarnos papelitos: “Pasó una patrulla. Tengan cuidado”  ¨Por las cercanías se vio un yipe del Ejército. Cuídense^. En fin, se preocupaban, y nos protegían; ´Si necesitan algo, avisen´. La cuadra entera cuidándonos”.
“La reacción que tuvieron los santiagueros el 30 de noviembre fue tan grandiosa, tan alentadora, que  ese fue uno de los días que más feliz me sentí de haber salido con vida del Moncada. Porque vivir esa solidaridad fue algo que nunca podré olvidar. ¡Cuántas veces Armando y yo lo recordamos”!
“Ya lo habíamos sentido Melba y yo cuando estuvimos en la cárcel. Ahora cuando el  mismo 30 de noviembre empezamos a conocer que familias y más familias dejaban abiertas las puertas de sus casas para ayudar a esconderse o escapar a gente que ni siquiera conocían, sacándolos por los tejados, ocultándolos, y que todo el que había empujado una puerta se había salvado, no había caído en manos de los esbirros… Las pocas bajas que tuvimos el 30 se debieron a eso, que si no, hubieran sido muchas más “(…)
“Muchos compañeros se salvaron gracias a aquellas puertas abiertas que dejaban las familias santiagueras. Cuántas veces, en otras oportunidades Armando y yo veníamos de una misión, o se daba un tiroteo, veíamos acercarse una patrulla, entrábamos en la primera casa y decíamos: ¿Qué tal?, pedíamos un poquito de agua, nos ofrecían café y cuando ya había pasado la patrulla: “Bueno, hasta luego, gracias”. Nadie preguntaba nada. Y no estoy hablando de gente que nos conociera, porque empujábamos la puerta más próxima. Cualquiera, no teníamos ni que tocar la puerta: ¿Tienen un poquito de agua?  “Cómo no, pasen, ¿quieren un poquito de café? Así como se los cuento. No puedo ni recordar cada una de las casas en que entramos, ni creo que ellos nos recuerden a cada uno de nosotros, porque seguro que en esos años acogieron a muchos otros compañeros. Claro, si una patrulla nos hubiera sorprendido y atacado en la calle, y tenemos que enfrentarnos a ella, no íbamos a meternos en una casa para resistir allí, arriesgando la vida de toda una familia”.

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