martes, 20 de septiembre de 2016

Primer Congreso Campesino en Armas, un toque al degüello del campesinado cubano




.Orlando Guevara Núñez

El Primer Congreso Campesino en Armas, que este 21 de septiembre cumple 58 años de celebrado en Soledad de Mayarí Arriba, territorio del Segundo Frente Oriental Frank País, bajo el mando del entonces comandante Raúl Castro, fue un toque a degüello contra el latifundismo, la opresión, la miseria, el analfabetismo,  la insalubridad y otros terribles males que padecía el campesinado cubano.
“El 85 por ciento de los pequeños agricultores está pagando renta y vive bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras (…) Hay doscientas mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras productivas”. Así lo había denunciado Fidel en su alegato conocido como La historia me absolvera, durante el juicio por los hechos del 26 de julio de 1953.
El drama era realmente duro para los oprimidos del campo. Una encuesta realizada y publicada en 1957 por una organización juvenil católica descriría con crudeza el drama:
El 96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche. Súmese a esa tragedia que  la mortalidad infantil sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba por encima del 40 por ciento y el desempleo era abrumador, pues sólo había empleo unos tres meses al año. Para esa fecha, la situación de la vivienda era agobiante, al tiempo que solo alrededor del 9 por ciento de la población rural disponía de luz eléctrica.
La distribución de la tierra era realmente injusta. El 92 por ciento de las más de 159 000 fincas existentes en 1958, poseía sólo el 28 por ciento de las áreas, mientras que el 1,4 por ciento de los propietarios era dueño del 46 por ciento de éstas.
Sólo nueve latifundios norteamericanos eran dueños de más de 100 000 caballerías. (Una caballería equivale a 13,42 hectáreas).
El campesinado era víctima de los desalojos, de las persecuciones, de los abusos, de los crímenes. Y las perspectivas de redención eran nulas bajo el sistema capitalista.
Pero la guerra revolucionaria contra la dictadura batistiana, iniciada a raíz del desembarco del yate Granma, bajo la jefatura de Fidel, el 2 de diciembre de 1956, hizo renacer las esperanzas, y el fuego de los fusiles rebeldes iluminó ese camino hacia la lucha y la victoria. Desde lo primeros días del desembarco, los campesinos apoyaron la contienda guerrillera y fueron un valioso puntal en la formación y desarrollo del Ejército Rebelde.
Así, la celebración del Primer Congreso Campesino en Armas no fue una acción aislada, ni fortuita. Fue un hito en la participación consciente de los campesinos en la lucha por su propia liberación y, más allá, por la liberación de todos los cubanos.
En esa fecha, la organización de los campesinos se había fortalecido y existían 63 Comités Agrarios que agrupaban a unos 5 000 miembros. De sus sentimientos, sufrimientos y aspiraciones, surgieron los temas, las discusiones y las decisiones de aquel histórico Congreso.
Los objetivos estaban muy claros. Lucha abierta contra la tiranía que sumía al país en el crimen, la violación de todos los derechos y el más bárbaro abuso contra los pobres del campo. Esa lucha, con clara visión histórica, se hacía extensiva hacia el sistema capitalista en Cuba y su sostén, el imperialismo norteamericano.
La erradicación del analfabetismo, sueño inconcluso de Martí, recobraba vida en los objetivos plasmados ahora por los campesinos. Y la Reforma Agraria radical que extirpara al latifundismo, a los terratenientes, devolviera las tierras a sus legítimos dueños y terminara para siempre la explotación de los entonces preteridos hombres del campo.
Una decisión era fundamental y fue adoptada y cumplida: apoyar incondicionalmente al Ejército Rebelde, con medidas concretas, como  fueron la de aportar el diez por ciento del valor de las cosechas y de la venta de animales y madera para  la causa revolucionaria.
 Un aporte de significación especial, decisivo para la lucha guerrillera y su victoria, se había puesto ya en práctica: la incorporación al Ejército Rebelde y su apoyo logístico en los territorios donde se combatía.
El cumplimiento de la transformación agraria cubana había tenido ya su inicio el 10 de octubre de 1958, en plena lucha guerrillera, cuando fue dictada en la Sierra Maestra la Ley Nro. 3 de Reforma Agraria, que dispuso la entrega de la tierra a arrendatarios, aparceros, subarrendatarios y precaristas que, con menos de cinco caballerías, la trabajaban sin ser sus dueños.
Pero fue necesario el trinfo de la Revolución, el 1ro. de enero de 1959 para completar la obra redentora. Así, el 17 de mayo de ese año, Fidel firmaba en La Plata, Sierra Maestra, la Ley de Reforma Agraria. Más que Reforma, una profunda revolución agraria sin antecedentes en el continente que habitamos. Ni latifundistas, ni terratenientes, ni desalojos, ni abusos, ni crímenes,  ni campesinos sin ser dueños de sus tierras.
Ni analfabetos, ni hambrientos, ni niños sin escuela. Ningún trabajador de la tierra en Cuba es paria en su propio suelo. El capitalismo es recordado sólo para reafirmar la decisión de que sea un pasado sin regreso.
Ahora, a 58 años de aquel histórico Primer Congreso Campesino en Armas, la historia ha corroborado su papel liberador, su aporte a la lucha por la libertad. Y, sobre todo, nuestro campesinado y gente de campo tiene la dicha de   que los sueños de ayer, son la hermosa realidad de hoy. Esa es la obra que se sigue engrandeciendo y defendiendo.

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