Orlando Guevara Núñez
En la tarde del 7 de julio de 1955, tras ser amnistiado el 15 de mayo de ese mismo año, el jefe del asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro Ruz, partió hacia el exilio en México. Estaba convencido de que frente a la tiranía batistiana la única forma válida de lucha era la de las armas. Y con esa intención salió para la tierra azteca.
“Difícil explicarles cuán amargo ha sido para mi persona el paso necesario y útil de salir de Cuba. Casi lloré al tomar el avión” Así escribiría el joven revolucionario- 29 años de edad- a sus compañeros del recién creado Movimiento Revolucionario 26 de Julio, a solo una semana de estancia en México.
Comenzaría entonces el camino lleno de escollos para organizar y entrenar hombres, adquirir recursos, armas y medios para el regreso a la Patria. Su infinito amor y entrega a su nación, a su pueblo y a la lucha revolucionaria, son visibles en la carta que el 28 de julio de ese mismo 1955 dirige también a sus compañeros en Cuba: (…) “Parece que lo destruyen a uno en mil pedazos cuando lo alejan de la Patria a la que solo se puede volver honrosamente, o no volver nunca más. Sería necesario comprender toda la firmeza de esta decisión para juzgar de nuestro ánimo. Yo ando recogiendo todavía los pedazos de mis sentimientos personales que son los de un hombre que por dignidad, ideal y deber todo lo ha renunciado en esta vida”.
Ese dolor, sin embargo, lejos de menguar el espíritu revolucionario, lo incentiva. La fe inquebrantable en el pueblo y en las posibilidades del triunfo se fortalece. El 2 de agosto del mismo año, escribe a sus compañeros que en Cuba aguardaban el momento para reiniciar la lucha armada. (…) “Considero tan importante y delicado lo de afuera, que soporto con resignación la amargura de esta ausencia y convierto toda mi pena en impulso, en deseo ardiente de verme peleando cuanto antes en la tierra cubana. Vuelvo a reiterar mi promesa de que si lo que anhelamos no fuera posible, si nos quedáramos solos, me verían llegar en bote, a una playa cualquiera, con un fusil en la mano”.
Su posición inclaudicable se reitera en otra de sus misivas a sus compañeros de lucha: “En el más infortunado de los casos, de nosotros podrá decirse el día de mañana que supimos morir ante un imposible, pero nunca que se nos vio llorar de impotencia”
Pero no es solo la decisión de pelear para derrocar al sanguinario tirano Fulgencio Batista. Es la visión de construir una Patria nueva. En la citada carta del 2 de agosto de 1955 a sus compañeros, les dice: “Miren: yo tengo una gran fe; pero no es una fe religiosa, sino racional y lógica, porque en esta hora de tremenda confusión, somos los únicos que tenemos una línea, un programa y una meta. ¡Y decisión para alcanzarla o morir en el empeño! Pienso pronto dedicarme a la redacción de nuestro programa completo y someterlo a la consideración de ustedes. Será un mensaje de esperanza en un mundo mejor al pueblo de Cuba y una promesa de buscarlo con nuestra vida y nuestra sangre”.
El siguiente año de su estancia en México, transcurre en medio de una febril actividad organizativa, enfrentando dificultades económicas y estrecha vigilancia enemiga que implicó, incluso, la prisión.
Así se reclutaron, organizaron y entrenaron los futuros expedicionarios del yate Granma. En el 56 seremos libres o seremos mártires, declaró entonces el máximo representante de la rebeldía cubana. Y expresó una convicción corroborada tiempos después por la historia: Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo.
Con 81 compañeros bajo su mando, Fidel salió de Tuxpan, México, el 25 de noviembre de 1956. Llegó y entró a Cuba una semana después, el 2 de diciembre, por un lugar cercano a Playa Las Coloradas, Niquero, entonces provincia de Oriente. Y luego de una guerra revolucionaria, derrocó a la tiranía y proclamó el triunfo de la Revolución, el 1ro. de enero de 1959, en Santiago de Cuba, ciudad en la que cinco años, cinco meses y cinco días antes, había protagonizado el asalto heroico al Cuartel Moncada.
Otros muchos compañeros de lucha, entre ellos Raúl Castro Ruz, compartieron la amargura de la ausencia involuntaria de la Patria. Pero el sacrificio no fue en vano. Del exilio, regresaron al combate y del combate marcharon hacia la victoria. La victoria de un pueblo que hoy la sostiene inspirado en el valor de los héroes del Moncada y del Granma.
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