viernes, 15 de octubre de 2021

16 de octubre de 1953: Un dictamen vetado por la historia

 


.Orlando Guevara Núñez

 


 

“Acusado  doctor Fidel Castro Ruz, tenga la bondad de ponerse de pie”. Fidel se incorporó y escuchó erguido y sereno estas palabras:

“De acuerdo con la solicitud del señor fiscal este Tribunal le ha impuesto 15 años de prisión… ha concluido el juicio”. La petición  fiscal era de 25 años de cárcel.

Con esta sentencia concluía, el 16 de octubre de 1953 el juicio catalogado por muchos especialistas como el más importante de la historia republicana de Cuba, es decir, la Causa 37, por los hechos relacionados con el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el 26 de julio de ese mismo año.

 

 Desde el punto de vista numérico, en la Causa 37 estuvieron encartados 132 acusados, de quienes 109 comparecieron. Asaltantes Moncadistas eran 50, pero siete no habían sido detenidos y tres habían sido asesinados: Abel Santamaría-segundo jefe de la acción-, Marcos Martí y Víctor Escalona.

En su desconcierto, la tiranía batistiana incluyó como acusados a 59 personas, entre ellas a dirigentes de partidos de oposición, sin relación alguna con los hechos juzgados. El propio Fidel pidió para ellos la libertad al  final  concedida.

Sumados los testigos, peritos y acusados, la cifra de involucrados ascendió a 303 personas. Participaron también 28 abogados, entre ellos el principal acusado, Fidel Castro Ruz.

En cuanto a los asaltantes, fueron juzgados y condenados 32 y juzgados y absueltos  por falta de pruebas 17, mientras que 48 no fueron ni apresados ni juzgados.

Una de las connotaciones del juicio fue la pérdida de vidas humanas. Entre los revolucionarios hubo 61 muertos, de ellos sólo 6 caídos en combate y 55 asesinados. Las fuerzas de la tiranía sufrieron 50 bajas, entre ellas 19 muertos y 31 heridos.

Las sanciones impuestas a los Moncadistas fueron repartidas de la forma siguiente: Fidel Castro Ruz, 15 años de privación de libertad; 4 recibieron condenas de 13 años, entre ellos Raúl Castro Ruz; 22 fueron condenados a 10 años; 3 a 3 años, y dos, las heroínas Haydée Santamaría y Melba Hernández, sancionadas a 7 meses de encierro.

Todo el proceso estuvo signado por las ilegalidades, por las violaciones de las leyes, por las arbitrariedades que, casi sin excepción, fueron acatadas por quienes debían impartir justicia, pero que su verdadero papel consistía en la obligación de condenar a los revolucionarios y apañar a los criminales.

Una a una, Fidel  denunció esas irregularidades. La incomunicación total del acusado, incluso hasta en las primeras vistas del juicio; la ilegal sustracción del juicio, incluyendo la mentira de que estaba enfermo y el intento de asesinato a través del envenenamiento y el pretexto de intento de fuga; como abogado, no pudo Fidel revisar el sumario; al final el juicio se hizo fuera del Palacio de Justicia, en una salita del hospital civil, con un reducido número de periodistas, amordazados por la censura, y sin participación pública, con el objetivo de silenciar las razones allí expuestas por el acusado; fue un juicio custodiado por soldados con amenazantes bayonetas.

En su exposición, Fidel denunció los atroces crímenes de la tiranía contra los jóvenes asaltantes. Fustigó también los graves problemas políticos, económicos y sociales que hundían a la nación cubana en la corrupción de los gobernantes, la miseria, la explotación, la insalubridad, el analfabetismo, el subdesarrollo, el abandono de los pobladores rurales y la desesperanza del pueblo ante las maniobras politiqueras que mucho prometían y nada hacían contra las injusticias imperantes.

Hoy, a  68 años de aquel histórico juicio, adquieren mayor dimensión las palabras con las que cerró Fidel su histórico alegato del 16 de octubre de 1953: Condenadme, no importa, La historia me absolverá. Porque sus ideas  rompieron el aislamiento, se extendieron por el país, se hicieron fuerza de pueblo, trascendieron fronteras y se inscriben ahora en las banderas de lucha de millones de personas que luchan en disímiles latitudes,  con la inconmovible certeza de que un mundo mejor es posible.

La historia se encargó de  vetar aquella injusta condena. Y no solo  absolvió  a Fidel, sino que lo  elevó  al pedestal más alto  y honroso de la Patria.

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