.Orlando Guevara Núñez
La otra guerra, serial sobre la lucha contra las bandas mercenarias organizadas, armadas y financiadas por la Agencia Central de Inteligencia y el gobierno de los Estados Unidos con el fin de derrotar a la Revolución cubana, nos hizo revivir recuerdos de aquellos épicos días.
Entre esos recuerdos hay uno especial, la caída en combate de “Monguín”, uno de los milicianos que con su sangre firmaron nuestra victoria sobre los mercenarios.
Lo simbólico está en el nombre. Porque otro “Monguín” cayó después, el 17 de abril de 1970, en otra guerra más: la lucha contra la infiltración de grupos armados, organizados, entrenados y dirigidos por el mismo enemigo.
El otro “Monguín” Ramón Guevara Montano, era mi primo. Los dos éramos campesinos. Juntos fundamos la Asociación de Jóvenes Rebeldes en la zona donde vivíamos. El como presidente y yo como organizador. En fecha temprana fue llamado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias donde se especializó en el trabajo político.
Se desempeñaba como Político de la División de las FAR en Baracoa. Aquel infausto 17 de abril, justamente nueve años después de la invasión mercenaria de Playa Girón, al conocer de una infiltración enemiga, se dirigió hacia el campo de operaciones y allí perdió la vida, enfrentando a los mercenarios.
Lo recuerdo aún organizando el estudio político de algunos jóvenes rebeldes, ensayando discursos que después no decía - porque no tenía dónde- o averiguando el significado de palabras para nosotros entonces incomprensibles. Y también componiendo frases bonitas para adornar las cartas de amor. Al morir, tenía 28 años de edad.
La última vez que nos vimos fue la víspera de su caída. Conversamos hasta pasada la media noche.
Me habló sobre sus intenciones de casarse con Julieta, una muchacha de nacionalidad mexicana que con su hermano vino a Cuba en la etapa de la guerra y se incorporó al Ejército Rebelde. Ella residía en Santiago de Cuba. Quedé invitado para una boda que no llegó a celebrarse.
El “Monguín” del serial, dejó a su novia en estado de gestación y no llegó a conocer al hijo. El otro “Monguín” dejó a su novia en tal desconsuelo que no se casó nunca. Y murió sin tener los hijos deseados. Andrés y María Luisa, sus progenitores, nunca sintieron sosiego después de la pérdida del hijo.
El resto de los caídos durante las operaciones de aniquilamiento de la banda mercenaria, eran milicianos de Baracoa, quienes con prontitud se habían presentado a sus unidades al conocer sobre la infiltración.
José A. Sánchez Marzo, contaba con solo 24 años de edad. De extracción campesina, dejó una hija de 11 meses de nacida, y a su esposa esperando otro alumbramiento. Ovidio Hernández Matos, también de 24 años, campesino devenido carpintero. Con su muerte, dos niños quedaron huérfanos. Evodino Marzo Marzo era padre de cuatro niños, campesino y barbero. El enemigo tronchó su vida cuando había vivido solo 33 años.
Esos crímenes van también a cuenta de los asesinos, mercenarios y traidores que tanto luto, dolor y muerte le han causado a nuestro pueblo. Esos son los recuerdos que nuestros enemigos quieren que borremos. Para ellos, ese dolor no existe. Por el contrario, glorifican a los asesinos y defienden a quienes con su vida pagaron el crimen.
Los restos de todos ellos fueron velados en el pequeño poblado de La Máquina, cercano a la zona de operaciones. Una orden firmada por Raúl Castro lo ascendió al grado de Primer Teniente. El duelo fue despedido por Fidel.
Durante la velada solemne para rendirles postrer tributo, el Comandante en Jefe Fidel Castro realizó ante sus cuerpos inertes una guardia de honor, y en el entierro expresó:
“En breves minutos se les dará sepultura a esos compañeros. Han caído en el cumplimiento del deber. Las balas pueden tronchar vidas, las balas enemigas y traicioneras pueden atravesar el pecho, pueden atravesar la frente, pueden atravesar la carne, pueden atravesar los huesos, pueden atravesar el corazón, pueden atravesar a un hombre, pero lo que no podrán jamás esas balas criminales será inmolar las ideas, tronchar la causa, atravesar la bandera y la justicia que esos hombres defendieron con su cuerpo. Los hombres podemos caer, pero las ideas que defendemos no caerán jamás”.
El día 26 de aquel abril de 1970 fueron capturados los dos últimos mercenarios invasores. Una nueva agresión imperialista contra nuestro pueblo había sido derrotada. En el parte firmado por el entonces comandante y jefe del Ejército Oriental, Raúl Menéndez Tomassevich, al frente de las operaciones, se incluía entre los caídos a otro miliciano: Arquímedes Borges Bolaño.
Esa es otra de las tantas epopeyas forjadoras de nuestra historia, de nuestras glorias y de nuestras victorias.
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