.Orlando Guevara Núñez
¿Cuántas veces hemos
escuchado la declamación de este patriótico verso martiano? ¿Cuántas veces lo hemos leído? ¿O
disfrutado en obras teatrales? Sin duda que muchas veces. Pero no
siempre hemos ahondado en su origen.
Muchos, también sin duda, lo
saben. Forma parte de la obra Abdala,
escrita por José Martí y publicada el 23 de enero de 1869 en el único número
del periódico La Patria Libre, por él fundado.
Asombra la profundidad de los conceptos
patrióticos en un joven que, al observar la fecha, nos percatamos que tendría que
esperar cinco días para cumplir los 16 años de edad.
Abdala es un joven que acude
a la defensa de su tierra agredida, en este caso Nuvia. Y enfrenta la
disyuntiva de atender el deber con la patria o el reclamo de su madre de
permanecer al margen de la lucha, bajo el manto materno.
¡Detente, Abdala!, le reclamó Espirta, la madre. ¡Detenerme no puedo, oh madre mía! ¡Al campo
voy a defender mi patria!, le replicó
Abdala.
En el diálogo, viendo la
decisión del hijo, le dice Espirta:
¿Y
tanto amor a ese rincón de tierra?
¿Acaso
él te protegió en tu infancia?
¿Acaso
amante te llevó un su seno?
¿Acaso
él fue quien engendró tu audacia?
¿Y
tu fuerza? ¡Responde! ¿O fue tu madre?
¿Fue
la Nuvia?
Y es el momento en que la
respuesta del joven la traduce Martí en el épico verso que hoy forma parte de
nuestro acervo cultural y cultura política. Abdala va a la guerra. Su hermana,
Elmira, lo respalda. Le reprocha a la madre el “cobarde llanto que vuestro seno
baña”. Expresa el amor
profundo por su hermano, pero, como él, siente que por encima de todo está la
patria.
Luego, un grupo de guerreros
trae en brazos, moribundo, a Abdala. Y
ante la madre y la hermana, espantadas,
como dice la obra, el joven tiene aún fuerzas para postreras palabras:
Abdala
sí, que moribundo vuelve
A
arrojarse rendido a vuestras plantas
Para
partir después donde no puede
Blandir
el hierro ni empuñar la lanza.
Y en
su agonía, pide a la madre:
¡Oh,
madre, no lloréis! Volad cual vuelan
Nobles
matronas del valor en alas
A
gritar en el campo a los guerreros:
“¡Luchad!
¡Luchad, oh nuvios! ¡Esperanza!
En medio del dolor ante su
moribundo hijo, la madre exclama:
¿Qué
no llores me dices? ¿Y tu vida
Alguna
vez me pagará la patria?
De
los labios del joven Abdala, brotan sus últimas palabras:
La
vida de los nobles, madre mía,
Es
luchar y morir por acatarla,
Y si
es preciso con su propio acero
¡Rasgarse,
por salvarla, las entrañas!
Mas…
me siento morir: en mi agonía
No
vengáis a turbar mi triste calma.
Abdala dedica los últimos
instantes de su vida al amor a la patria y la confianza en la victoria:
¡Silencio!...Quiero
oir… ¡Oh! Me parece
Que
la enemiga hueste derrotada,
Huye
por la llanura… ¡Oid! ¡Silencio!
Ya
los miro correr… A los cobardes
Los
valientes guerreros se abalanzan…
¡Nuvia
venció! Muero feliz: la muerte
Poco
me importa, pues logré salvarla…
¡Oh,
que dulce es morir cuando se muere
Luchando
audaz por defender la patria!
El corazón de Abdala deja de
latir. Muere en brazos de los guerreros. Cierta vez presencié estas escenas en
una obra de teatro. Los actores eran jóvenes. Al concluir, en los ojos de los
actuantes y parte del público, se percibían tantas lágrimas como en los de
Esmirna y Elmira.
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