lunes, 19 de octubre de 2015

Operación Carlota, Pequeños relatos sobre una larga misión: Lágrimas de hombre

                                  

   .Orlando Guevara Núñez                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
El título de este relato fue extraído de la poesía escrita y recitada el día de nuestra partida hacia Angola. Y es rigurosamente cierto que fui testigo de esas lágrimas, sólo que no únicamente en las mejillas de un soldado.
En muchos casos, las lágrimas suelen ser sinónimo de cobardía, ablandamiento y también de sentimentalismos. Pero las que vimos durante esos días tenían un sentido diametralmente opuesto; aquellas lágrimas no surgían del miedo, sino del coraje; no rehuían el peligro necesario, sino que brotaban ante la imposibilidad de enfrentarlo junto a sus compañeros;  no se derramaban ante el enemigo, sino ante sus hermanos de lucha y de Revolución, a quienes se despedía sin poder compartir con ellos los riesgos de tan importante misión. Cada una de ellas era, en realidad, una lágrima de hombre.
Llevábamos ya varios días de entrenamiento en distintas especialidades. Y era hermoso ver como entre los hombres que recién nos habíamos conocido, florecía ya un sentimiento hermandad que trascendía los límites de lo formal. Cada uno trataba de ayudar al otro de transmitirle conocimientos y habilidades.
Está comprobado que en situaciones como éstas, la solidaridad humana entre los revolucionarios se multiplica y muchos defectos personales son aplastados por el espíritu y la voluntad individuales o por el efecto positivo de la colectividad.
Claro está que siempre existen excepciones, pero la grandeza de la Revolución está en que precisamente esas excepciones no logran nunca imponerse y terminan desgajadas por sí mismas o  por el colectivo.
Todos estábamos en disposición de salir. Sin embargo, sabíamos que la última palabra quedaba reservada para la Comisión Médica con la cual era obligación someterse a un riguroso examen. Y fue ahí donde muchos compañeros vieron frustradas sus ansias de formar parte de esa gloriosa misión.
Recuerdo a un camagüeyano que como poeta se había hecho popular en la tropa y fue dado de baja por una afección cardíaca. A un santiaguero que horas antes de la salida tuvo que ser sometido a una operación de apendicitis. Y recuerdo,  sobre todo, a otro compañero de Santiago de Cuba, cuyo espíritu revolucionario sirvió de ejemplo para todos los combatientes. Su nombre: José Soto, quien tenía ya una edad algo avanzada, pero era de los primeros en todo.
En uno de los tantos ejercicios, Soto tuvo que encaramarse y saltar sobre una cerca de alambres de casi metro y medio de altura. Y al caer del otro lado, se fracturó la muñeca de la mano derecha. Como él sabía que esa lesión podía impedirle el viaje, no dijo nada, pero el carácter de la fractura lo denunció y fue causante de su baja inmediata.
-¡Yo puedo irme así mismo !  ¡Esto se curará pronto!  ¡Yo no puedo dejar ahora a mis compañeros!
Así discutía Soto, apasionadamente, llegando casi a implorar que le permitieran cumplir la misión. Pero los médicos no cedieron.
Esa noche Soto lloró igual que un niño a quien no le conceden algo que con vehemencia desea tener. Todavía lo recuerdo allí, tirado bocabajo sobre la colchoneta que en el suelo le servía de cama, sollozando con una fuerza conmovedora. Muy pocas veces he visto profesar tanto respeto hacia un hombre que llora.
Al otro día, cuando partió hacia Santiago de Cuba, la mayoría de los compañeros prefirió no despedirse de él.
Después de algo más de un año - a nuestro regreso de Angola - de inmediato me propuse visitar a Soto. Sin embargo, no fue posible verlo hasta pasados algunos meses, por una razón que fue motivo de una gran alegría: desde hacía algún tiempo, el compañero que no  pudo salir con nosotros, se encontraba en otro país de África, cumpliendo honrosamente otra importante misión.
                                  

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