lunes, 17 de diciembre de 2018

La Oración de los Médicos




.Orlando Guevara Núñez




Con el triunfo de la Revolución cubana, el 1ro. de enero de 1959, ,pudo cumplirse un ruego de los médicos que parecía imposible de ser escuchado y atendido. Esa súplica era:
“(…)Haz que pueda con el mismo empeño cuidar al que carezca de  recursos que al rico que puede pagar con largueza mis servicios”(...)  Así imploraba a Dios aquel ruego. Lo encontré en un documento del  grupo de médicos cubanos, Las Ardillas, graduado en 1960. El sentido de la petición era humano, pero quimérico en una sociedad  injusta, donde el rico lo tenía todo y el pobre de todo carecía.
No sé si aquella oración era de origen cubano, o si tomada de las muchas que de ese tipo encontré en diversos sitios de Internet, incluso de la España del siglo XVIII, como una que reza:
“Da vigor a mi cuerpo y a mi espíritu, a fin de que estén siempre dispuestos a ayudar con buen ánimo al pobre y al rico, al malo y al bueno, al enemigo igual que al amigo. Haz que en el que sufre yo vea siempre a un ser humano”.
Dos premisas eran indispensables para el cumplimiento de la Oración de los Médicos. Una, la transformación del sistema social cubano, incluido su sistema de salud, con los recursos necesarios; otra, la existencia de médicos capaces de responder, con sus conocimientos y su consagración, a la difícil tarea de que la prestación de la  salud estuviera al alcance de todos, sin distinción de la posición social, credo, raza  u otras diferencias entre  los enfermos.
 Estos cambios comenzaron con el mismo triunfo revolucionario. No pretendo entrar ahora en el mundo de las cifras. Pero hay pequeños ejemplos cuyo mensaje es grande. Y escojo uno de ellos: una nota tomada del periódico Sierra Maestra, en su edición del  14 de enero de 1959:
La Comisión de Arqueo y Custodia del Hospital Saturnino Lora hace saber la necesidad imperiosa que confronta ese hospital de poseer un refrigerador para almacenar las medicinas de la Farmacia y las que le llegan de los Hospitales Rebeldes, lo que se comunica al pueblo por si alguna persona altruista desea hacer esa contribución que será altamente agradecida.
En este caso no era una oración, pero se pedía también un milagro que no pude saber si fue cumplido.  Pese a las grandes dificultades económicas heredadas, el sistema de salud cubano comenzó un vertiginoso cambio;  hoy el “Saturnino Lora” tiene un presupuesto superior al que tenía el país completo en 1958. Pero era necesaria la transformación decisiva: la formación de los médicos capaces de impulsarlo y sostenerlo.
El doctor  Pedro Baeza, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Habana en esa época,  había dicho a los nuevos profesionales que  se asomaban al mundo de la medicina: “Ser médico era un complejo mecanismo, creado y perfeccionado por la Universidad, que permitía a un grupo tener los conocimientos necesarios para poder curar a los que pagaban altos honorarios sin sentir escrúpulos de conciencia al saber que se morían cientos de niños y de adultos sin recibir la más elemental asistencia”.
El 27 de noviembre de 1960, el Comandante en Jefe Fidel Castro pronunció un discurso en la escalinata de la Universidad de La Habana. Y allí tuvo lugar un hecho histórico, cuando él leyó una comunicación entregada por el  grupo de estudiantes de medicina que en breve  obtendría su título. Era la graduación de las denominadas Ardillas. Fidel se regocijó al leer aquel mensaje con fuerza de presente y  presagio de futuro.
“Los abajo firmantes, alumnos del sexto año de medicina, que dentro de pocos meses terminarán su carrera, preocupados ante una serie de hechos acaecidos en los últimos días, y conscientes del momento crucial y revolucionario por el que pasa nuestra patria, quieren dejar sentado de manera definitiva su posición ante la Revolución Cubana, y su actitud ante el deber sagrado de cumplir su función social.
“Como consideramos improcedente hacer demandas económicas en momentos donde por un lado el pueblo de Cuba está dispuesto a los mayores sacrificios, y por eso los sátrapas del imperialismo yanki nos agreden cobardemente, es que hacemos responsablemente los siguientes pronunciamientos:
Primero: Apoyamos con la vida, si fuera necesario, las medidas y normas revolucionarias tomadas por el gobierno.
Segundo: Estamos a la disposición incondicional de las autoridades cubanas, para lo que nos necesiten, una vez adquirido nuestro título.
Tercero: Aceptaremos con entereza y espíritu de sacrificio, el sueldo que el gobierno estime oportuno que pueda pagarnos.
“Cuarto: Solo deseamos ser útiles a nuestro país y utilizar los conocimientos adquiridos en la universidad que paga el pueblo, en beneficio de ese pueblo.
Quinto: Rechazamos por contrarrevolucionaria toda otra actitud que tienda a menoscabar el espíritu revolucionario que fermenta hoy en nuestra patria.
Sexto: Pedimos a todos los compañeros de nuestro curso que adopten esta postura revolucionaria y demuestren ante el pueblo su gran espíritu de sacrificio y su amor a la patria que soñara Martí”
Nacía así una premisa esencial para cumplir el propósito de que la medicina en Cuba dejara de ser una mercancía y los enfermos simples clientes. La renuncia al ejercicio privado de esta profesión, tuvo en aquellos jóvenes a sus pioneros.Ahora sí, la Oración de los Médicos comenzaba a cumplirse.
Del  grupo de Las Ardillas, auténticos iniciadores del cambio, 25 vinieron para el indómito Oriente. Ellos son Juan Díaz Sarduy, Héctor del Cueto Espinosa, Ángel Arias Lorente, Armando Valdés Valdés, Rolando Tamayo Gandol, Melba Puzo Hansen y Manuel León Nogueses. El servicio médico rural y la docencia médica, tienen en ellos una raíz que continúa alimentando frutos.


También   Luis Barrios Chávez, Alberto Mora Docampo, Manuel Dols Castellano, Manuel Pérez Fernández  y más reciente a Arturo Sánchez Borges.
En La Habana se radicaron: Esteban Regalado García, Iván Méndez Larramendi, Raúl Pérez Atencio, Rafael Inclán Díaz y Juan José Ceballos Arrieta. 
Muchos de ellos ya no están físicamente entre nosotros. Pero prefiero no ahora no mencionar como fallecidos a quienes forman parte de una historia inmortal.

De  aquel grupo dije  un día, al escribir sobre Las Ardillas, que los ocho restantes abandonaron el país. Si son personas honestas y viven,  donde estén, tal vez sigan  evocando la Oración de los Médicos, aunque el ruego no pueda ser respondido en sociedades donde la salud, ese tan preciado derecho humano, es solo patrimonio de quienes pueden comprarlo.
Hoy la obra de la medicina cubana trasciende  fronteras y se inserta en disímiles latitudes del mundo, salvando vidas, curando males, previniendo enfermedades. La Oración de los Médicos fue cumplida en Cuba, donde ahora recursos materiales  y humanos, juntos, garantizan para todos, de forma gratuita, el más sagrado de los derechos humanos, el de la vida.
Hoy contamos con una legión de Ardillas multiplicadas. Y tenemos razones para sentirnos orgullosos de nuestros profesionales de la salud. De quienes cumplen misiones en otros países y de quienes en suelo cubano simbolizan el esfuerzo y la lucha por la vida de todos los cubanos.



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