sábado, 22 de diciembre de 2018

El valor y el miedo




                                             
 .Orlando Guevara Núñez
En todos los momentos de peligro, el tema del valor y el miedo estará presente entre los seres humanos. Y en las circunstancias impuestas por una guerra, estos dos sentimientos adquieres dimensiones superiores.
Para preservar la vida en una guerra, la meta es eliminar al enemigo; pero el objetivo supremo del enemigo es, precisamente, preservar su vida acabando con a existencia de sus adversarios. Toda la acción de los contendientes, por tanto, se concentrará en un solo empeño: liquidar al rival, valiéndose de los medios que tengan
Son estos los momentos en que el valor y el miedo resaltan, conduciendo al soldado a realizar actos que los harán merecedores de la dulce y honrosa condición de héroe o del despreciable calificativo de cobarde. En el primer caso, el hombre alcanza una condición humana y social superior; en el segundo, la degradación moral es como una sombra que lo llevará de manos hacia el desprecio y el olvido. Cada acción, desde luego, será juzgada teniendo en cuenta el carácter del ejército en cuyas filas se combate y la causa que se defiende.
Las conversaciones sobre este tema, en la mayoría de los casos, se producían en forma de broma entre los combatientes cubanos en Angola, menos en los casos donde los hechos reales imponían análisis distintos. Cuando un compañero salía a una misión peligrosa, siempre el tema afloraba. Y muchas veces, detrás de las bromas, estaba la preocupación real por la suerte del compañero que correría el riesgo del combate, de la emboscada u otros peligros.
Pero el problema del valor y el miedo fue abordado también con seriedad en varias ocasiones. Muchas veces salían a relucir posiciones “filosóficas” para tratar de definir estos dos conceptos. Otros, los simplificaban demasiado, llevando los términos a definiciones superfluas de “hombría”.
Por nuestra parte, siempre mantuvimos que el valor y el miedo no son conceptos abstractos, sino la forma concreta que adquieren las ideas y las convicciones.
El combatiente internacionalista cubano, no fue a Angola y a otras misiones riesgosas por el hecho de demostrar su valentía, ni por placer de enfrentar el peligro. Lo hizo y está dispuesto a hacerlo guiado por su convicción de que el internacionalismo es una necesidad y de que el enemigo es uno solo, con independencia del ropaje que lo abrigue, en cualquier parte del mundo.
Los intereses de la humanidad se anteponen, en este caso, a los individuales, familiares e incluso a los nacionales.
El soldado mercenario, por el contrario, ajeno a esos valores, podrá avanzar estimulado por el afán de lucro, pero su acción quedará trunca allí  donde su intereses se pongan en peligro o haya riesgo cierto de su vida, necesaria para disfrutarlos.
En Angola vimos y conocimos muchos hechos heroicos. Los internacionalistas cubanos, con varios años de experiencia revolucionaria, con una sólida preparación militar y con el aval de largos años de lucha frontal contra el imperio norteamericano- el más poderoso del mundo- demostraron su indiscutible valor.
Los valerosos combatientes de las FAPLA mostraron también un valor a la altura de su papel histórico. Ellos habían ya escrito gloriosas páginas que hoy recoge con orgullo la historia de su país. Y esas páginas comenzaron a escribirse mucho antes de que llegara la ayuda internacionalista cubana. Podríamos decir que ese heroísmo fue premisa de la ayuda.
La independencia alcanzada el 11 de noviembre de 1975, fue resultado de esa larga y cruenta lucha. Quince difíciles años, iniciados el 4 de febrero de 1961, avalaban el valor de los combatientes angolanos. En sus inicios, combatiendo con las armas más rudimentarias, habían logrado quebrantar el poderío colonial portugués, ganando con su esfuerzo y su sangre el derecho a la independencia. No fue, como algunos afirmaron, una libertad otorgada: fue una libertad ganada.
El MPLA y su brazo armado, las FAPLA, habían llegado al poder. Y, como toda revolución popular, la angolana abrió sus puertas a los nuevos combatientes, la mayoría  jóvenes, prácticamente niños,  quienes no contaban con experiencias en el difícil arte militar, más exigente en las nuevas condiciones de la lucha.
Con esa fuerza se tuvo que contar de inmediato para enfrentar la brutal agresión de los fantoches de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola ( UNITA), apoyados por la invasión de los racistas sudafricanos, por el Sur, en tanto que por el Norte tendrían que combatir contra el también reaccionario Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA), apoyado por Zaire y reforzado con mercenarios al servicio del imperio norteamericano. La superioridad militar del enemigo era evidente y hubiese ahogado en sangre a la Revolución angolana, de no haber acudido de forma oportuna la ayuda cubana, solicitada por el presidente Neto.
La derrota de los enemigos de Angola fue aplastante. Y el valor de los combatientes angolanos y cubanos, contrastó con la desmoralización de los invasores a sueldo, de los mercenario externos e internos. Puede decirse que en cada acción crecían el valor de los revolucionarios y el miedo de los agresores. El avance y la victoria de los primeros, así como también el retroceso y la derrota de los segundos, confirman esa aseveración.
Algunos compañeros nuestros, en ocasiones, intentaron hacer comparaciones entre el valor de los combatientes angolanos y el de los cubanos. Pienso que, en este caso, la comparación no tenía validez, sobre todo si de buscar diferencias se trataba.
Los combatientes cubanos estábamos allí porque nuestro proceso revolucionario había llegado a un grado de madurez del cual se derivaba nuestra conciencia internacionalista; los combatientes angolanos acababan de triunfar y estaban en el proceso inicial, incluso de formación de su conciencia nacional, tribalizada por el colonialismo durante varios siglos.
Sin embargo – y es lo más importante- unos y otros estuvieron a la altura de la misión. En todos los procesos existen excepciones, individualidades, pero no son éstas quienes determinan ni caracterizan a los hombres ni a los procesos.
En el plano individual, pienso que esa misión fue para todos los combatientes cubanos, una magnífica oportunidad para autosituarnos sobre una tabla de valores y conocer hasta dónde fuimos capaces de llegar, no por vanos sentimientos personales, sino por nuestra responsabilidad ante la Patria, ante nuestro Partido Comunista de Cuba, ante nuestro querido Comandante en Jefe y ante todo el pueblo revolucionario del cual formamos parte.
En la histórica tierra de Neto,  llevaron y mantuvieron las banderas de un pueblo pequeño que ama la paz, pero no teme a su más feroz enemigo. Y es así no por vocación de guerreros, sino de constructores. No por vocación hacia las armas, sino por la convicción de que sin ellas nada seríamos ante quienes no conocen otro lenguaje que el de la fuerza.
En estos postulados, radica el valor de los revolucionarios; en la torpeza para entender y aceptar esta realidad, está expreso el miedo de nuestros enemigos.

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