jueves, 26 de mayo de 2022

28 de mayo de 1957: Cimientos de una victoria

                                          

 

 

Orlando Guevara Núñez

El combate de El Uvero, el 28 de mayo de 1957,  al decir del Che, marcó la mayoría de edad de la guerrilla, integrada para esa fecha por sobrevivientes de la expedición del yate Granma, campesinos y obreros incorporados durante los días posteriores al desembarco, más un grupo de combatientes que en marzo de ese mismo año habían subido a la Sierra Maestra, enviados por el héroe de la lucha clandestina, Frank País García.

El comandante Ernesto Che Guevara afirmó, además, que a partir de ese combate la moral guerrillera se acrecentó, al igual que la decisión y esperanzas de triunfo. “Estábamos- dijo -  en posesión del secreto de la victoria sobre el enemigo”, al tiempo que vaticinó esa acción como el sellaje de la suerte de los pequeños cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del ejército batistiano.

Aquel peleado triunfo de El Uvero, agiganta con el tiempo su dimensión histórica. Allí, en esa localidad de la costa sur de la Sierra Maestra, justo al lado de la carretera que hoy enlaza a las provincias de Santiago de Cuba y Granma, un modesto obelisco precisa el  escenario de una de las más cruentas y audaces acciones de la guerrilla revolucionaria, bajo el mando del Comandante en Jefe Fidel Castro, contra las fuerzas enemigas que combatía.

Los nombres de los héroes caídos ese 28 de mayo, son siempre recordados en cada aniversario. Y allí, en El Uvero, el pueblo les rinde este día, con una sentida rememoración, el homenaje que les tributa perennemente con la obra que ellos no pudieron disfrutar. Los cantos y flores dedicados por nuestros niños, jóvenes y el pueblo todo, devienen himnos y estandartes sobre los cuales se alzan su ejemplo y sus ideas.

Esta vez - al cumplirse 65 años de la victoria rebelde - el tributo a los caídos adquiere un nuevo y patriótico significado. Hoy sus restos están definitivamente depositados en el Mausoleo de los Mártires de la Revolución, junto a 42 combatientes del 26 de Julio de 1953, entre ellos 37 de los 61 caídos – 55 asesinados-  durante esa acción heroica.

En ese mismo recinto del cementerio Santa Ifigenia, se atesoran los restos de los combatientes caídos el 30 de noviembre de 1956, durante el alzamiento armado de la ciudad de Santiago de Cuba, en apoyo a los expedicionarios del Granma y otros muchos compañeros que con su vida pagaron el precio de la libertad durante la guerra revolucionaria.

Aquí, junto al Mausoleo martiano, el pueblo continuará rindiéndoles su eterno homenaje a los héroes de El Uvero.

Otros gloriosos combatientes engrosan la lista de héroes sembrados en el Mausoleo de los Mártires de la Revolución en el Santa Ifigenia. Uno de ellos es el campesino Julio Zenón Acosta, primer  rebelde caído en combate después de Alegría de Pío. Murió durante el combate de Altos de Espinosa, en la Sierra Maestra, el 9 de febrero de 1957.

También Carlos Manuel Díaz Fontaine -hermano de Emiliano Díaz-  combatiente clandestino asesinado luego de una acción en Santiago de Cuba, el 20 de abril de 1956. La refinería santiaguera  honra con su nombre a estos dos hermanos. Y Guillermo Domínguez López, dirigente sindical, Teniente de la guerrilla,  asesinado el 10 de mayo de 1957, en la Sierra Maestra. En marcha, se había adelantado a la pequeña tropa, fue hecho prisionero por el ejército de la tiranía y torturado. Un grupo dirigido por Crescencio Pérez hizo una emboscada  a los guardias y éstos huyeron, pero antes asesinaron a Guillermo. Sobre la historia de todos podrían escribirse muchas páginas.  Gente humilde, sencilla, que se entregaron de lleno  a la lucha de liberación y murieron confiando en la victoria.

Hombres como Julio Zenón Acosta, a quien Almeida caracterizara como “Un hombre de buenos sentimientos, padre de numerosos hijos, de inteligencia natural, agudo, vivaz, al que en sus ratos libres el Che enseñaba a leer. Era un negro fuerte, resistente, de cuarenta o cuarenta y cinco años, de sonrisa franca como todo él (…) Conocedor del monte, se orientaba con facilidad, encontraba siempre el camino y el lugar deseado (…) Siempre estaba presto para ayudar a los demás”.

Al referirse a este valioso combatiente, el Che lo reconoció como su primer alumno en la Sierra, al cual le enseñaba las primeras letras en los lugares donde se detenían. Como  el hombre orquesta, lo calificó y sobre él dijo que fue otra de las grandes ayudas de aquel momento, el que siempre ayudaba al compañero en desgracia o al compañero de la ciudad que todavía no tenía la suficiente fuerza para salir de un atolladero. El que traía el agua de la lejana aguada, el que hacía el fuego rápido, el que encontraba la cuaba necesaria para encender el fuego un día de lluvia.

El guajiro inculto, el guajiro analfabeto - diría el Che - que había sabido comprender las tareas enormes que tendría la Revolución después del triunfo y que se estaba preparando desde las primeras letras para ello, no podría acabar su labor. Ese fue Julio Zenón Acosta.

Así, con sangre moncadista, de expedicionarios del Granma, de obreros y campesinos, de estudiantes devenidos combatientes clandestinos y soldados rebeldes, se forjó el triunfo  del 28 de mayo de 1957, en El Uvero. En esa historia, en esa gloria y en esa victoria, podemos pensar los cubanos - sobre todo las jóvenes generaciones - cuando ante los nichos que guardan sus restos en el Mausoleo de los Mártires de la Revolución, les rindamos el homenaje más merecido por ellos : el engrandecimiento y defensa de la obra conquistada.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario