.Orlando Guevara Núñez
Hace
no poco tiempo, escribí para mi esposa esta crónica. Cada 14 de febrero,
vuelvo a dedicársela. Porque la sigo sintiendo igual, después de más de 50 años
de casados.
Por el Día de los Enamorados, me
pidieron que escribiera sobre el amor,
dedicado a ti. Y el intento no pasó de cuartillas a medio hacer, con vanas
combinaciones de palabras que tu idioma tal vez no sabría descifrar. Me
pidieron que tomara de los poetas sus versos; de los pintores sus pinceles; de
los oradores su prosa. Y la frustración me golpeó por segunda vez.
Me pidieron que acudiera a las
princesas encantadas, a las hadas de los cuentos, a los amores idílicos de
fantasiosas historias. Y que copiara de
ellos lo sublime del cariño. Otro intento. Y
otro fracaso.
Me dijeron entonces que no
escribiera nada. Y las imágenes prestadas cedieron presurosas a la tuya su
lugar. Recordé el beso primero, el último y añoré los que esperan. Las risas y
las lágrimas. La presencia y la ausencia. Lo amargo de una incomprensión,
desplazada al nacer por la reconciliación multiplicadora.
Repasé el diccionario de nuestra
vida. Cariño, lucha, flor, fusil, sacrificio, privaciones, dignidad, voluntad,
esperanza, riesgos, resistencia, triunfo.
Y entonces, cariño mío, deseché todo
lo ajeno. Y para tu corazón y tus ojos -latiendo y mirando junto a los míos-
cifré este mensaje para todos los días del año.
Y es que para escribirte, otros
podrían prestarme la belleza, las palabras, los colores o la imaginación. La
pureza y lo sublime no. Quienes necesitan ese préstamo, no aman. Así te siento.
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