viernes, 6 de mayo de 2016

Un pasado que en Cuba no será jamás presente: Pesares por un congrí




         
 .Orlando Guevara Núñez
El congrí es muy conocido como un plato típico cubano. Y es difícil encontrar en nuestros campos y ciudades a una familia que no tenga este alimento entre sus preferidos. Puede que el frijol sea negro o colorado, que se cocine con aceite o manteca, con tocino o sin él; pero el congrí mantiene su lugar ganado en los hogares de nuestro país. Algunos lo llaman “Moros y cristianos”. Pienso que eso es como decirle toro al chivo. Para mi no existe otro nombre. Y si se lo ponen, lo veo como un apodo.
Ese sabroso congrí, sin embargo, pese a su afamada categoría de típico, no ha estado siempre al alcance de todos los cubanos. Y esa aseveración la corrobora esta pequeña historia.
 Mi primo Millo, junto a su familia, vivía en un barrio extremadamente pobre, padeciendo la mayor parte del tiempo un hambre que rayaba con lo insoportable. Y hubo una tarde cuando la tortura del ayuno obligado provocó la evocación del apetecido plato. Fue entonces que Millo- uno de los nueve hijos de Trino y Amparo - sin dirigirse a nadie, expresó su anhelo de que llegara la zafra azucarera para ¡poder comerse un congrí!
 A muchos esto puede hoy parecerles una exageración. Pero no lo es. Lo cierto es que durante el  “tiempo muerto” -unos nueve meses al año-  para la inmensa mayoría de los guajiros de aquella zona y otras muchas del país, el congrí era algo así como un sueño inalcanzable.
Aquellos padres tuvieron que sufrir mucho al no tener posibilidades de calmar el hambre de los muchachos. Y más sufrieron cuando murió Roberto, sin asistencia médica.
 Allí cerca vivían unos poderosos hacendados, pero ante ellos de nada valieron los ruegos de Trino. ¿Dinero? ¡No había!  La leche que por cántaros les sobraba, era para alimentar a los puercos. ¿Asistencia médica? ¿Medicinas?  Nada de eso era posible. La vida o la muerte de los pobres era un suceso indiferente a los ojos, al corazón y al bolsillo de los ricos.
 La miseria llegaba a tal extremo que hubo un hecho ahora algo risible, pero que en aquel momento constituyó una verdadera fatalidad con grandes implicaciones económicas. En la casa había una puerca preñada, esperanza para obtener algunas crías que ayudaran a aliviar la situación con perspectivas de agravarse por estar  Amparo en estado de gestación. Por coincidencia, los
partos de la mujer y del animal se produjeron la misma noche. Y la desgracia estuvo en que mi tía parió mellizos, mientras que la puerca se dio el lujo de parir un solo lechón. Y de remate, la perra soltó siete cachorros. Eso ponía más lejos el congrí.
   Con la excepción de Roberto, todos los demás muchachos sobrevivieron a aquella difícil etapa. Pero Zoila, el propio Millo, Vinda, Israel, Elena, Trino, Agustín y Alfredo, tuvieron que esperar mucho tiempo para poder comer a sus anchas el congrí que tanto desearon y del que carecieron tantas veces.
Tal vez algunos nietos de Trino y Amparo no conozcan aún esta pequeña y lacerante historia. Sería bueno que la conocieran, porque ellos nacieron cuando ya el congrí no constituía un deseo lejano y el tiempo dejó de ser “muerto” para convertirse todos los días en un enjambre de trabajo. Y cuando quieran encontrar explicación verdadera al cambio, sólo les bastaría recordar una fecha: 1ro. de enero de 1959. Y pronunciar sólo una palabra que lo encierra todo: ¡Revolución!

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