Hace un rato, a las 9:00 de la noche de este 30 de marzo,
junto a mi familia, salí al balcón de mi
apartamento. Dedicamos un sentido aplauso a nuestros trabajadores de la
medicina. A los que están en Cuba y son firmes guardianes de nuestra salud. Y a
los que en disímiles latitudes del mundo luchan por la salud de otros, en
ejemplar demostración de lo que vale y puede la solidaridad humana. Pensé en la
doctora que esta mañana visitó mi casa, interesándose por la salud de todos. Y,
lo confieso, pensé en los millones de seres humanos que en el planeta que habitamos, no tienen la
dicha de poder aplaudir a sus profesionales de la salud, como lo hacemos
nosotros, no por culpa de ellos, sino por vivir en sistemas donde ese derecho
humano sigue siendo un negocio, la medicina una mercancía y el paciente solo cliente. Esos aplausos de los cubanos
agradecidos, seguirán creciendo. Y el sonido de las manos, seguirá siendo un
reflejo del palpitar en los corazones.
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