lunes, 23 de marzo de 2020

Y siguen las manos blancas ¡puestas en el corazón!



.Orlando Guevara Núñez

Acudiendo a un reclamo  de  humanidad y solidaridad, muchos profesionales cubanos de la salud están ya en diversos países, ayudando a combatir la pandemia del Covit-19.  Ellos están retratados en este Verso Sencillo de José Martí: Vino el médico amarillo/a darme su medicina/con una mano cetrina y la otra mano al bolsillo. Yo tengo allá en un rincón/ un médico que no manca/ con una mano muy blanca/ y otra mano al corazón.
Así, símbolos de la pureza, son las manos de nuestro  ejército de las batas blancas, prestas siempre a salvar una vida, a curar, aliviar o prevenir un mal, en el lugar donde sean necesitados, aunque, como en este caso - la lucha contra una terrible enfermedad-  ese empeño  ponga en juego su propia vida.
Así responden los representantes de nuestro sistema de salud  desde que en este pequeño archipiélago la medicina dejó de ser una mercancía y el enfermo un cliente. Desde que el derecho a la vida – el más humano de  los derechos humanos- es patrimonio de todos los cubanos.
Sigan los enemigos de la Revolución cubana, al tiempo que se revuelcan en su propio lodo, tratando de desacreditar a los médicos cubanos. Ellos siguen y seguirán estando allí, donde un enfermo los necesite, sin importarles  si piensa o no piensa igual, sin preguntar en qué cree o deja de creer. Lo que importa es preservar vidas.
Y esto lo hace un pequeño país, bloqueado hace 60 años por el imperio yanqui, privado de adquirir medicinas y equipos médicos. Pero allí están, con el mismo amor, dedicación y sacrificio que trabajan en defensa de la salud de su propio pueblo. Y allí seguirán, hasta que hagan falta. Y cuando terminan su tarea, regresarán con la humildad que los caracteriza, solo con la satisfacción del deber cumplido.
Aquí quedan muchos dispuestos también a prestar su ayuda en cualquier lugar del mundo que se les necesite. Son los mismos que día a día, noche a noche, sostienen la vitalidad de nuestro sistema de salud. Los mismos cuyas manos blancas se posan en el corazón de todos los cubanos. Una ejemplar prédica martiana.

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