La noticia
recorrió Cuba desde uno a otro extremo. Había explotado un barco francés en La
Habana. Más de un centenar de muertos. Numerosos heridos. Dolor de pueblo. La nave
marítima venía cargada de armas, compradas a Bélgica, para ser entregadas al
pueblo con el objetivo de defender su soberanía, amenazada por el imperialismo
norteamericano.
La CIA y su
gobierno no podían permitir que esas armas llegaran a manos de los obreros, de
los campesinos, estudiantes, del pueblo uniformado. Y por eso ejecutaron el
crimen. No se escondían para proferir amenazas. Pero sobrevaloraron su fuerza y subvaloraron la de los cubanos.
En el
entierro de las víctimas de ese día, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro
advertiría a los agresores:
¿Es que
piensan desembarcar —me pregunto—, o es que piensan intimidar? ¿Es que se nos quiere asustar? ¿Es que se quiere hacer ver que en cualquier
momento podemos ser invadidos?, ya que hay voceros que hablan de las cosas
posibles, y entre las cosas posibles hablan de desembarcos aquí.
¿Quién dijo
que desembarca aquí nadie? ¿Y quién dijo
que aquí se puede desembarcar tranquilamente?
Y por lo pronto, entre las cosas probables —que es bueno decir un día
como hoy, porque en realidad estamos ya los cubanos bastante grandecitos en
materia de patriotismo y en materia de civismo para que vayan a usarse contra
nosotros esas insinuaciones— y entre las cosas posibles de que se habla,
permítaseme decir que nos sentimos sencillamente admirados cuando con esa tranquilidad
dicen enviar aquí, entre las cosas posibles la Infantería de Marina, ¡como si
nosotros no contáramos para nada, como si en caso de esa eventualidad los
cubanos nos fuéramos a quedar cruzados de brazos, como si los cubanos no
fuéramos a resistir cualquier desembarco aquí, de cualquier tropa que intente
doblegar a nuestro pueblo!
La advertencia fue aún más precisa: “Digamos de una vez
que nosotros no le tenemos miedo a ninguna tropa de desembarco en este país,
que nosotros no esperaremos un segundo en tomar nuestros fusiles y en ocupar
nuestros puestos, sin pestañear y sin vacilar ante cualquier tropa extranjera
que desembarque en este país; que nosotros, es decir, el pueblo cubano, sus
obreros, sus campesinos, sus estudiantes, sus mujeres, sus jóvenes, sus
ancianos, hasta sus niños, no vacilarán en ocupar sus puestos tranquilamente,
sin inmutarse y sin pestañear siquiera, el día que cualquier fuerza extranjera
ose desembarcar en nuestras playas, venga por barco o venga en paracaídas, o
venga en avión, o venga como venga y vengan cuantos vengan”.
“Ojalá los que perturbados en el más elemental sentido
común se atreven a considerar como posible cualquier género de invasión a
nuestro suelo, comprendan la monstruosidad de su equivocación, porque nos
ahorraríamos muchos sacrificios. Mas si
ello ocurriera, por desgracia, pero sobre todo para desgracia de los que nos
agredieran, que no les quede duda de que aquí en esta tierra que se llama Cuba,
aquí en medio de este pueblo que se llama cubano, habrá que luchar contra
nosotros mientras nos quede una gota de sangre, habrá que pelear contra
nosotros mientras nos quede un átomo de vida!”
Y la historia confirmó las palabras de Fidel, con rúbrica
de pueblo. Poco más de un año después del sabotaje de La Coubre, desembarcó por
Playa Girón una invasión mercenaria organizada, entrenada, armada y dirigida
por el gobierno de los Estados Unidos, con el fin de destruir a la Revolución.
Pero el pueblo cubano, con Fidel al frente, necesitó menos de 72 horas para
pulverizarla. La potencia más grande y agresora del mundo, recibía, así, su
primera derrota militar en América.
A partir de entonces, al decir de Fidel, los pueblos de
América serían un poco más libres. En aquel memorable discurso, señalaría
nuestro Comandante en Jefe:
“Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión, sino
que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra
disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o
la muerte. Solo que ahora libertad
quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir
patria. Y la disyuntiva nuestra sería
patria o muerte”.
Así nació la consigna de ¡Patria o Muerte! que identifica
hoy al pueblo cubano.
Aún vibran en nuestra conciencia, las sentidas palabras
de despedida de aquel día a nuestros hermanos asesinados por la barbarie
yanqui:
“Y así, al despedir a los caídos de hoy, a esos soldados y a esos obreros,
no tengo otra idea, para decirles adiós, sino la idea que simboliza esta lucha
y simboliza lo que es hoy nuestro pueblo:
¡Descansen juntos en paz! Juntos
obreros y soldados, juntos en sus tumbas, como juntos lucharon, como juntos
murieron y como juntos estamos dispuestos a morir”.
“Y al
despedirlos, en el umbral del cementerio, una promesa, que más que promesa de
hoy es promesa de ayer y de siempre: ¡Cuba no se acobardará, Cuba no
retrocederá; la Revolución no se detendrá, la Revolución no retrocederá, la
Revolución seguirá adelante victoriosamente, la Revolución continuará
inquebrantable su marcha!
“Y esa es
nuestra promesa no a los que han muerto, porque morir por la patria es vivir,
sino a los compañeros que llevaremos siempre en el recuerdo como algo nuestro;
y no en el recuerdo en el corazón de un hombre, o de hombres, sino en el
recuerdo único que no puede borrarse nunca: el recuerdo en el corazón de un
pueblo”.
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