. Orlando Guevara Núñez
¡Reforma Agraria! Una verdadera reforma, radical, que extirpara
definitivamente el latifundismo en Cuba, que hiciera desaparecer a los
terratenientes, que devolviera la tierra a sus verdaderos dueños, los
campesinos, y acabara con la explotación, el abandono, el analfabetismo, la
miseria y la opresión que sufrían nuestros hombres del campo. Fue ese el
objetivo supremo del Congreso Campesino en Armas, celebrado en Soledad de
Mayarí, el 21 de septiembre de 1958.
En esta cita, estuvieron
representados pequeños campesinos,
aparceros, precaristas, semiproletarios, gente acosada por los desalojos, las
persecuciones y los asesinatos, indefensos ante un sistema que imponía la ley
de la fuerza para privarlos de sus derechos.
No fue aquel Congreso un
evento para la expresión de criterios aislados. Desde julio de ese mismo año,
se había creado el Comité Regional Campesino que abarcaba el territorio donde
operaba el Segundo Frente Oriental Frank, mando rebelde bajo la
jefatura del entonces Comandante Raúl Castro Ruz.
Los 35 comités de cuartones
existentes y 2 695 campesinos organizados al crearse aquel Comité Regional, se
habían convertido en 63 comités agrarios, con unos 5 000 campesinos agrupados
en ellos. Y de esa masa, de sus sentimientos, sufrimientos y aspiraciones,
surgieron los aspectos que debían formar parte de las discusiones y decisiones
del Congreso.
Los objetivos de ese Congreso
iban mucho más allá de la denuncia y de las demandas. Lo primero, lo esencial
para lograr las reivindicaciones planteadas, era derrotar a la tiranía
batistiana, socavar las bases del sistema capitalista que imperaba en Cuba, con
el apoyo del gobierno de los Estados Unidos.
Por eso una
determinación principal fue adoptada por
los delegados al Congreso y cumplida por los campesinos: apoyar
incondicionalmente al Ejército Rebelde, con medidas concretas, como fueron la de aportar el diez por ciento del
valor de las cosechas y de la venta de animales y madera, para la causa revolucionaria.
Un
aporte de significación especial, decisivo para la lucha guerrillera y su
victoria, se había puesto ya en práctica: la incorporación al Ejército Rebelde
y su apoyo logístico en los territorios donde se combatía.
Aquel gesto de nuestros
campesinos, no fue en vano. La obra revolucionaria, para satisfacción de todos,
ha superado en mucho las aspiraciones
que aquel día reunieron a tan
aguerrido grupo de combatientes.
Ni latifundistas, ni
terratenientes, ni desalojos, ni abusos, ni crímenes, ni analfabetos, ni
carencia de asistencia médica. Los campesinos dejaron de ser, para siempre,
parias en su propia tierra.
Ese es el fruto de aquella
jornada de combate, donde los sueños se tradujeron en lucha y, vestidos de
guerrilleros, no mendigaron, sino ganaron el derecho a convertirse en la
hermosa realidad de hoy.
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