viernes, 28 de septiembre de 2018

Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo para llorar lágrimas?



 .Orlando Guevara Núñez

Tenía José Martí solo 18 años cuando escribió estas palabras, Estaba ya deportado en España, en 1871 Pero su doloroso relato es sobre el presidio político en Cuba. Ese fue el titulo de su trabajo, un conmovedor   testimonio sobre la crueldad del colonialismo español en Cuba.
Con pocas palabras calificó Martí el carácter de este escrito: “Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas”.
El  viejo Nicolás. El niño Lino. El negro Juan de Dios, con más de un siglo de edad.  El negrito Tomás, con solo 11 años. Ramón Alvarez, condenado cuando había vivido solo 14 años.  Delgado, el joven veinteañero que se suicidó. Otros. Martí sufría más el dolor por ellos que por el suyo.  “Son lágrimas negras que han filtrado mi corazón” Las torturas, el azote. Las llagas sangrantes. Los grilletes. El cólera. La viruela. Los lechos de piedra. Los muertos. El ensañamiento más bárbaro. El sufrimiento perenne. La orfandad de la piedad.
Pero ese sufrimiento no doblegó  la voluntad del casi niño José Martí. La fortaleció. “Yo no soy aquí más que una gota de sangre caliente en un montón de sangre coagulada (…) El desprecio con que acallo estas angustias vale más que todas mis glorias futuras, que el que sufre por su patria y vive para Dios, en éste u otros  mundos tiene verdadera gloria. ¿A qué hablar de mí mismo, ahora que hablo de sufrimientos, si otros han sufrido más que yo?
Todo cubano – y todo español- y todo ser humano honrado en el mundo, debía
conocer este documento. Esa degradación humana padeció Cuba, como castigo de España a la rebeldía y la dignidad de los cubanos.
La sentencia de Martí fue certera y firme: “España no puede ser libre. España tiene todavía mucha sangre en la frente”.

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