lunes, 17 de julio de 2017

Fidel Castro en el juicio del Moncada Una advertencia, con predicción de futuro, cumplida



Orlando Guevara Núñez
 

Cuando  el joven revolucionario Fidel Castro pronunció su alegato de autodefensa en el juicio por los hechos del 26 de julio de 1953, no se limitó a la denuncia de los crímenes de la tiranía, ni a los graves problemas políticos, económicos y sociales que padecía el país. Vislumbró el futuro de la nación cubana, con palabras nacidas de su convicción sobre el triunfo momentáneamente frustrado.
Allí, en una pequeña salita de enfermeras del Hospital Civil, donde se celebró el juicio pese a estar ubicada a unos pocos metros del majestuoso Palacio de Justicia, cercado de soldados y bayonetas, juzgado por un Tribunal que, por encima de todas las razones estaba obligado a imponer las sinrazones para condenarlo, Fidel  advirtió a  quienes, encargados de impartir justicia, en ese caso la violaban.
“Si este juicio, como habéis dicho, es el más importante que se ha ventilado ante un tribunal desde que se instauró la República, lo que yo diga aquí quizás se pierda en la conjura de silencio que me ha querido imponer la dictadura, pero sobre lo que vosotros hagáis, la posteridad volverá muchas veces los ojos. Pensad que ahora estáis juzgando a un acusado, pero vosotros, a su vez, seréis juzgados no una vez, sino muchas, cuantas veces el presente sea sometido a la crítica demoledora del futuro. Entonces lo que yo diga aquí se repetirá muchas veces, no porque se haya escuchado de mi boca, sino porque el problema de la justicia es eterno, y por encima de las opiniones de los jurisconsultos y teóricos, el pueblo tiene de ella un profundo sentido. Los pueblos poseen una lógica sencilla pero implacable, reñida con todo lo absurdo y contradictorio, y si alguno, además, aborrece con toda su alma el privilegio y la desigualdad, ése es el pueblo cubano. Sabe que la justicia se representa con una doncella, una balanza y una espada. Si la ve postrarse cobarde ante unos y blandir furiosamente el arma sobre otros, se la imaginará entonces como una mujer prostituida esgrimiendo un puñal. Mi lógica, es la lógica sencilla del pueblo”.
Y  la  predicción de Fidel fue cumplida. Hoy  se conocen todas las irregularidades de aquel juicio, violatorio de la propia Constitución cubana. Está demostrada la forma en que en ese proceso judicial, con justeza calificado como el más trascendente de la historia republicana en cuba, se confabularon la mentira, el fraude y el crimen para condenar a los inocentes y absolver a los culpables.
Y lo que él dijo allí, no se perdió en la conjura del silencio. Sus palabras, conocidas como  La historia me absolverá,  fueron conocidas por el pueblo cubano, asumidas como programa, como brújula que marcó el inicio de la última etapa de lucha por la verdadera libertad e independencia.
Las ideas que en aquel momento la dictadura batistiana creyó extinguir tras las rejas, continuaron fructificando en la prisión, se robustecieron en el exilio, navegaron en el yate Granma, escalaron las montañas, bajaron a  los llanos, se esparcieron por todo el país y alcanzaron la victoria el  1ro. de enero de  1959, justamente  cinco años, cinco meses y cinco días después del amanecer glorioso de la mañana de la Santa Ana, en Santiago de Cuba y Bayamo.

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