domingo, 5 de abril de 2015

Santiago de Cuba, del combate a la victoria (4) Armas para el 30



. Testimonio dado a este autor por el combatiente Luis Felipe Rosell, cercano colaborador de Frank País

. Orlando Guevara Núñez

El mismo día que conocí a Frank, le ofrecí la finca para hacer prácticas de tiro. Me contestó que había ido a verme por eso, porque tenía conocimiento de la finca, que estaba cercana a Santiago. Nos fuimos para la finca Frank y yo y allí hicimos algunos disparos. Yo tenía un rifle Remington 22 automático y una pistola colt del mismo calibre, de tiro al blanco profesional. Frank se puso muy contento, le gustó el lugar.
 Le ofrecí los dos carros que yo tenía, el panel del jardín y un auto particular marca pontiack para movernos en lo que fuera necesario. Me dijo “Vamos que te voy a llevar a casa de un compañero. El compañero resultó ser Pepito Tey. Salimos de la casa mía directamente para la de Pepito. Lo primero que le dijo fue: “Pepito, estamos hechos, porque tenemos un lugar donde practicar y  algunas armas y disponemos de un local”.
 Entonces ahí me presentó como Luís Felipe Rossell, entonces no se empleaba la palabra compañero. Conversamos algunas cosas que no recuerdo ahora, estuvimos un rato allí en su casa. Al día siguiente fuimos para la casa Pepito, Frank y yo. Tiramos unos pocos de tiros. A Pepito también le gustó mucho el lugar, pues tenía buenas condiciones no sólo para tirar con arma de fuego. Quien nos dio instrucción militar a nosotros fue Pepito, no fue Frank. A parte de las clases de tiro, nos enseñaba a caminar acostados, a arrastrarnos, a caminar con las rodillas, apoyados en los codos, con el rifle atravesado en los dos brazos y al mismo tiempo ir caminando sin levantar la cabeza.
 Era Pepito quien nos daba esas instrucciones. Ese día fuimos a la finca. No sé si al otro día o dos días después, Pepito llevó el primer grupo, en el carro mío, el carro de las flores, que tenía bastante capacidad. Ese carro no despertaba sospechas, estaba identificado creo que hasta con la guardia de Batista, porque siempre estaba metido en el Cuartel Moncada llevando flores, cobrando las cuentas. Entonces empezaron las prácticas, que siempre las dirigía Pepito. Después que estuvimos allí un tiempo haciendo las prácticas de tiro, hubo una etapa en que Frank nos mandó a buscar una cantidad de parque que tenían los Auténticos, que había sido entregado al Movimiento a través de David Figueredo, al Reparto Altamira, en la casa de un señor llamado Mario Santamaría, que era Administrador o director de la Compañía Operadora de Muelles y Almacenes del malecón de Santiago. Una casa especie de Chalet, muy lujosa, en el reparto Dagnès.
 Fuimos Pepito y yo a buscar ese parque. Cuando llegamos a la casa, pasamos a la portería, salió un señor, que parece que trabajaba allí de jardinero o era un obrero allí. Pepito se desmontó del carro, sacó del bolsillo la mitad de una paleta  de madera y se la entregó.  Él sacó la otra mitad de la paleta y cuando la unió, coincidían. Era la seña.
Entonces el hombre dijo que pusiera el carro de espaldas a un hoyo que había allí, disimulado. De allí empezamos a sacar sacos y sacos y sacos de parque 30.45 y 50. No era 30.06 el parque que utilizaban los mosquetones.  Fue una cantidad enorme.
 El carro llegó el momento en que yo creí que se le iban a romper los muelles o se iban a explotar las gomas, porque bajó bastante. Ese parque teníamos que llevarlo a casa de un compañero de apellido Morlà, que vivió un tiempo en San Francisco y Calvario, pero para esa época se había mudado para Ampliación de Fomento. Llegamos y era un lugar donde resultaba imposible desmontar aquella cantidad de parque, por la característica de la casa y por el barrio, donde vivían muchos militares. Él ofreció su casa pensando que era poco, pues había preparado un cielo raso para esconderlo, pero eso ocupaba una loma.
 Le dije a Pepito que era imposible guardar eso allí y estuvo de acuerdo. Me dijo que fuéramos a la casa de Marzoa, que tenía una tienda en San Basilio y Calvario. Fuimos, lo cogimos allí casi cerrando y Marzoa nos dijo que allí no podía ser porque no había espacio para eso y tenía trabajadores  que él no sabía hasta dónde podía confiar en ellos.
 Entonces le dije: mira vamos para el garaje Martì, de los hermanos Alonso, que eran amigos míos y gente de mucha confianza mía. Ya el garaje estaba cerrado. Le explico a Manolo, el dueño principal del garaje,  la situación que teníamos, le enseño el carro, la carga que llevábamos y me dice que era imposible guardar eso allí. Entonces le digo: Pepito, la única solución que hay es llevar esto para la finca.
Estuvo de acuerdo. No tuvimos tiempo de consultarlo con Frank, sino que arrancamos por nuestra propia cuenta para la finca, en el kilómetro 11 y medio de la carretera central. Y nos llevamos el parque para allá. Lo depositamos en un cuarto, de donde hubo que sacar todos los muebles y ocupó el cuarto entero. Cuando bajamos, se lo comunicamos a Frank, quien estuvo de acuerdo y dijo que era el mejor lugar, que allí corría menos riesgo que en Santiago. 
Después se improvisó allí un taller, llevamos dos tanques de 55 galones, abiertos, llevamos petróleo. Un tanque de esos lo llenábamos de balas, muy acomodaditas para que cupieran bastantes. Después lo llenábamos de petróleo, hasta el otro día, que íbamos un grupo, iba Frank, que no fue todas las veces, pues tenía otras cosas que hacer, pero Pepito sí iba todas las veces. Iban Frank, Pepito, Tony, Fulvio Almenares, Nano Díaz, Reynerio Jiménez y yo. Allí teníamos ropa embarrada de petróleo, teníamos que cambiarnos.
Con estopa metálica le íbamos quitando el sarro a las balas que estaban en muy mal estado, muy sucias y las íbamos puliendo hasta que quedaban nuevecitas, nuevecitas. Después montamos en un motor eléctrico un cepillo metálico, con mucho cuidado para que no se calentara la pólvora, pues no sabíamos si podían o no explotar con la fricción. Con   mucho cuidado limpiábamos las balas y ya andábamos más rápido. Cada vez que limpiábamos cien balas, le quitábamos a una de las cien el proyectil, sacábamos la pólvora, entonces sujetábamos el casquillo con una pinza y otro compañero venía con un clavo y un martillo y le daba un golpe para que explotara el detonante. Y todas explotaron a pesar de la inmersión en petróleo desde el día anterior, no falló ninguna bala.
Posteriormente, mi mamá hizo unos bolsos de kaki, donde se echaban cien balas,    con una trabilla para que cada combatiente se la pusiera en el cinturón. En ese trajín del parque, siempre estuvo Pepito ahí con nosotros. Después de eso, Frank nos dio la orden de ir a buscar unas armas, también entregadas por los Auténticos, a Dos Palmas.
Cuando uno llega a Dos Palmas hay un río, cogìamos a la izquierda, después de cruzar el puente, donde había una escuela pública. Allí Pepito fue quien se desmontó, no me di cuenta si hubo contraseña, si se conocía. Él fue quien hizo conexión con la gente mientras yo acomodaba el carro, para ponerlo en posición de salida. Vino un hombre que me dijo que pusiera el carro de marcha atrás en el brocal de un pozo. Y de ahí comenzamos a sacar los fusiles y las ametralladoras Maxim, los fusiles eran Mendoza, también envueltos en sacos ya podridos, en muy mal estado. Allí Pepito los fue separando y los que estaban en más mal estado los puso aparte dentro del carro. Los que estaban mejorcitos, para otro lado. Allá entramos Pepito y yo solos, porque Lèster, que iba con César Perdomo en un chevrolet negro, del año 48, se quedó  afuera. (El carro era de Lèster).
Cuando acabamos de cargar, salimos otra vez a la carretera de Dos Palmas. Pepito se cruzó para la máquina con Lèster y César y se sentó atrás; yo me quedé solo en el carro. Pepito me dijo: “Mira, yo voy a llevar este pañuelo en la mano, si tú vez que yo lo suelto, piérdete que es que están registrando”. Iban a una distancia desde la que yo podía verlos, pero a una distancia considerable. “Si no lo suelto, sigue”.
Entonces salimos a la carretera central, no hubo ningún tipo de problema. Por allí, por el hospital Ambrosio Grillo, que a veces registraban, no estaban registrando. Un poquito más  adelante, después que uno pasaba el hospital, estaba el cuartel de la Guardia Rural, que también registraba en Melgarejo, frente al Café que había allí. No tuvimos ningún tipo de problema. Llegamos a la finca y Pepito me dijo dejar los mosquetones más malos para repararlos allí.
El resto de las armas las trajimos para Santiago. Yo no sé por qué creo que fue para la casa de Marzoa, el dueño de tienda de quien hablé ahorita, que era una calle que salía a la Avenida de Sueño. La casa estaba pegada a la Avenida de Sueño, por una calle lateral. Había una especie de portería grande, yo entré el carro, cerraron la portería y allí descargamos las armas.  Esas eran las armas para el 30 de noviembre. No sabíamos nada que eran para el 30, no sabíamos nada del 30. Eran unas armas que teníamos que traer para Santiago y ya. Nadie sabía que iba a ser el 30.
 Hasta que llegó el telegrama no se sabía lo que iba a ser. Después que llevábamos como un año y un mes haciendo prácticas allá en la finca mía, en el kilómetro 11 de la carretera central, yo le dije a Frank un día que si a él no le parecía que ya habíamos usado mucho el lugar, que si no habíamos abusado de la suerte, porque estábamos pegados a la carretera central, todo el frente de la finca da a la carretera central, aunque tirábamos desde atrás, un poco retirado, yo creo que los tiros no se oían en la carretera, pero ya llevábamos tiempo haciendo las prácticas allí.
 Le dije que si él no creía que era bueno cambiar de lugar. Entonces  Frank me preguntó: ¿Y tú tienes otro lugar? Entonces fue cuando yo le hablé de la finca El Cañón, de Juan José Otero. Una finca más grande que la mía, más estratégica, una maravilla para ese tipo de operación. Entonces me dice Frank, “Bueno vamos a ir allá”. Entonces le digo, bueno, ¿Cuándo? Me dice: “Ahora mismo”.
Y entonces salimos de la finca mía para la  de Juan José Otero, Frank, Pepito, Tony Alomà  y yo. Fuimos los cuatro y tuvimos la suerte de que él estuviera en la casa, porque él tenía un camión y a veces salía  a comprar plátanos, ñame, naranjas, se perdía de ahí. Ese día lo cogimos. Entonces cuando llegamos allí, vimos que ya la casa no era de guano. Yo había conocido a Otero cuando fue compañero mío en las luchas de la ortodoxia en el año 46, nos conocíamos desde esa época. Le sugerí a Frank ir para allá porque generalmente ningún ortodoxo se destiñó, ningún ortodoxo que yo conozca fue batistiano. Creo que todos nos mantuvimos firmes ahí con la causa.
Yo se lo dije a Frank, mira, esta casa antes era de guano, ahora tiene techo de zinc, el frente de madera y el camión no era ése, era uno más viejo, ¿el hombre habrá cambiado? Antes el guajiro que vivía en un bohío de guano, generalmente se moría en ese bohío de guano. No había manera de prosperar. Ahora los guajiros hacen casas de placa hasta de dos plantas. Antes no había nada de eso. El guajiro que nacía en una casa de guano se moría en la casa de guano. Y hasta los hijos nacían y morían ahí. Entonces a mí me extrañó aquéllo, prosperó  Juan,  prosperó Otero.
 Entonces usamos una broma con él. Llegamos, yo le presento a Frank, a Pepito y a Tony como gente de Masferrer y que éramos tigres de Masferrer y que había plata y puestos de trabajo para la gente que quisiera ayudar allí. Y Otero se ofendió, nos insultó, nos dijo que nos fuéramos de allí que él era un ortodoxo de la gente de vergüenza contra dinero, de la gente de Chibàs y que él no quería arreglo con ninguna gente que fuera de Batista y menos de Masferrer.
Se incomodó. Entonces, cuando lo vimos en ese estado, Frank  y yo nos miramos y ya yo le dije a Otero la verdad. Le dije: no, chico, eso es una broma, no te pongas así, mira este compañero es Frank País, y le presenté a  Tony Alomà y a Pepito Tey. Entonces nos abrazamos.
Ya el nombre de Frank País sonaba. Ya vino el ambiente distinto, de camaradería. Entonces Frank se separó un poquito, miró el lugar…  estuvo de acuerdo. De todos es conocido que se usó después como almacén, que allí se fundó la Columna 9 José Tey, precisamente allí, que de ahí salimos para el ataque al cuartel de Boniato el 9 de abril. 
Esa finca se usó posteriormente para almacén de provisiones para el  Primer Frente, para el Segundo Frente y hasta una parte para el  Tercer  Frente. Esa finca tuvo mucho uso. Después de aquella visita al Cañón,  lo primero que hicimos fue llevar las armas que teníamos en la finca mía, El Palmar, para El Cañón. Y comenzar a preparar allí los grupos, que siempre era Pepito quien nos preparaba y nos instruía.
Pasó lo mismo que en mi finca, que Frank no iba siempre, iba algunas veces. Pero Pepito iba todos los días porque era el Instructor. Con Pepito me pasaba siempre una nota simpática. Yo creí que yo corría, que yo era un corredor de esos buenos y entonces retaba a Pepito a correr, porque también siempre corría y en varias ocasiones hicimos apuestas a ver quién corría más. Nunca le pude ganar. Era un lince Pepito corriendo. Corría cantidad. En El Cañón nos estuvo instruyendo, lo mismo en el tiro que en los ejercicios militares.
Aquí en Santiago salíamos Pepito, Frank y yo en algunas gestiones, no puedo precisarlas, pero eran tantas las salidas y tantas las cosas... con Frank subí a Caimanera en tres ocasiones, a Ermita, a Guantánamo, fuimos a La Habana, salíamos mucho.
 Sobre Pepito puedo decir algo que fue el  día 29. Frank estuvo ese día muchas veces en mi casa y allí iban los compañeros que dirigirían los grupos. Estuvo Tony, estuvo Otto, estuvo Pepito muchas veces, De Campito estuvo también, Taras Domitro, uno de los que más andaba con nosotros, con el grupo. Esa noche ya después que Pepito había estado allá en dos o tres ocasiones, volvió  por la noche  y me dice ya cuando se va: “Bueno Luis Felipe, mañana es el día”. Nos dimos un abrazo. Veremos a ver cuándo nos volvemos a ver. Y ya ustedes saben que nunca volvimos a vernos. Todavía yo no sabía lo que iba a hacerse, sabía que nos íbamos a lanzar, pero no sabía cuáles eran los objetivos.




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