martes, 16 de julio de 2013

.Hacia el aniversario 60 del Moncada (20)




El abogado de la defensa

:Orlando Guevara Núñez
. Entrevista a Baudilio Castellanos, defensor de los moncadistas, con motivo del 40 aniversario del asalto al Cuartel Moncada.

Cuando por primera vez escuché el nombre de Baudilio Castellanos, me lo imaginé una persona bien “entrada en años”, parsimoniosa  al hablar, pese a la abundante oratoria que requiere su profesión. Y  pensé, por la edad que le suponía, que el valiente defensor de un grupo de asaltantes al Cuartel Moncada se habría jubilado en los primeros años de la Revolución.
Pero me equivoqué por completo. Porque cuando Baudilio Castellanos asumió la defensa de los moncadista, tenía sólo 26 años de edad. Y de las demás suposiciones, ¡ninguna!
Por eso hoy, para quienes pensaron igual que yo, para quienes lo conocen o solo saben que defendió a los asaltantes, traemos a las páginas de Sierra Maestra esta conversación con un destacado protagonista de tan trascendente proceso.
Así, sin más preámbulos, conteste usted, doctor Baudilio.

El proceso judicial por al asalto al Cuartel Moncada es, sin dudas, uno de los más importantes de nuestra historia. ¿Y para usted?

Todos los que de un modo u otro participamos en el proceso por el asalto al Cuartel Moncada – y como tal se calificó desde entonces -  comprendíamos que nos encontrábamos ante el juicio más importante de la historia de la República, no solo porque entre los acusados, testigos y peritos se movilizaban más de trescientas personas, habían perdido la vida más de noventa cubanos y se presentaban a juicio más de cien encartados que exigían la asistencia de más de 20 abogados, sino porque al calor del dramatismo de los hechos y de la audacia de la acción, no era difícil intuir que el Moncada ofrecía al pueblo cubano la única salida para derrotar a la dictadura, y el liderazgo para conducir a la nación al disfrute de la libertad y a la lucha por un destino superior.

Hay una pregunta clave para compenetrarnos más rápido con el entrevistado. La formulo.  ¿Conoció a Fidel en el proceso del juicio o tenían amistad antes del Moncada?

Nos conocíamos desde muy temprana edad. Cuando las vacaciones, coincidíamos en el central Marcané, pero nuestra compenetración con Fidel se forja en los años desde 1946 a 1951, cuando estudiábamos la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana.
Bajo el liderazgo de Fidel participamos activamente en la política universitaria en un período en el que el estudiantado de la Universidad y de los centros de Segunda Enseñanza se enfrentaban, aliados al movimiento obrero, a los gobiernos corruptos de Grau y Prìo.
Luchábamos contra el alza del precio del pasaje de ómnibus urbanos, contra el aumento de las tarifas eléctricas. Nos enfrentamos a la policía cuando los marinos yanquis profanaron la estatua de nuestro Apóstol, José Martí.
Fidel, en su dinamismo, arrojo, temeridad y tenacidad, su amplia visión del rol patriótico del estudiantado,  surgió como líder espontáneo y natural de la juventud de aquel período, con el cual nosotros estábamos totalmente identificados.

¿Cómo se convirtió en defensor de los moncadistas?

El 26 de Julio de 1953 yo residía en Santiago de Cuba y trabajaba como abogado de oficio en la Audiencia provincial de Oriente, por premio de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Asimismo, era profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Comerciales de la Universidad de Oriente.
Nos enteramos del ataque al Cuartel Moncada por una comunicación del coronel Chaviano,  que hizo el mismo día 26, alrededor del mediodía, en la cual mencionaba a Fidel para asombro y angustia mía y de mi familia. Desconocíamos lo que estaba pasando en Santiago y sus alrededores.
Para nosotros, todo cambió. Pudimos ver en el periódico Prensa Universal, antes de que Fidel fuera detenido, la foto en que aparece Raúl con otros varios detenidos, en el Vivac Municipal. Con el periódico en mano nos dirigimos al Vivac y demandamos de su jefe, el capitán Sánchez, entrevistarnos con Raúl.
- ¿Por qué no fuiste a verlo al SIM (Servicio de Inteligencia Militar)? me preguntó el militar.
- Porque desconocía que estuviera en el SIM, respondí.
- Bueno, te voy a autorizar la entrevista, aunque eso me puede traer dolores de cabeza.
A los pocos minutos me encontraba junto a Raúl y otros veinte compañeros de cárcel. A preguntas mías, Raúl me dijo que había hecho declaraciones a la prensa de que si hubieran triunfado, habrían dado la propiedad de la tierra a los campesinos y repartido las utilidades de las empresas entre los obreros, porque él pensaba que Fidel había muerto y había que decirle algo al pueblo.
Los compañeros me pidieron que viera el área de las mujeres presas en el Vivac, a otros dos de sus compañeros, pudiendo entrevistarme con Haydèe y Melba.
Así fue como inicié mi labor como abogado de los atacantes y otros detenidos.

Usted sostuvo un encuentro con Raúl Castro, estando él prisionero, para preparar  el acto de la defensa. ¿Qué recuerda de esa entrevista?

Durante el mes de agosto, estando ya los asaltantes recluidos en la cárcel de Boniato, me dirigí a la misma, entrevistándome con el capitán Yánez Pellecier, quien había sido enviado por el general Tabernilla como interventor de Boniato a nombre del ejército. Solicité entrevistarme con Fidel y se me respondió que estaba incomunicado, por lo que pedí ver a Raúl. Nos habilitaron una pequeña mesa y dos sillas, permaneciendo parado el sargento Ramos, lo que hacía enojosa y prácticamente imposible la entrevista a los fines de preparar la estrategia de la defensa.
En vistas de que Ramos permanecía inmóvil, Raúl comenzó a explicar, ante mis requerimientos de que nos diera las orientaciones para preparar la defensa, que ellos habían venido y que habían fallado, pero la próxima vez vendrían y estaban seguros de que entonces saldrían triunfantes. Ante lo tenso del diálogo, el sargento Ramos optó por alejarse de nosotros y nos permitió hablar confidencialmente.
Raúl nos manifestó que la orientación para la defensa estaba clara: ellos confesarían su participación, denunciarían los crímenes cometidos contra sus compañeros y atacarían a la dictadura. Le expliqué a Raúl que había casos de encartados que habían participado como combatientes, que habían sido detenidos en La Habana y torturados y a la vez remitidos a Santiago y veía una posibilidad para ellos de lograr técnicamente su absolución. Raúl estuvo de acuerdo en determinados casos en que tratara de lograr su libertad para que de ese modo pudieran tener un grupo de compañeros en la calle que fueran útiles a las orientaciones de Fidel. Pero que en lo fundamental, la defensa debía de conducirse tal como él ya había dicho.

En La historia me absolverá, Fidel señala que usted le prestó un pequeño Código de Defensa Social, ¿Compartió con él algunas ideas sobre la defensa?

Debemos recordar, en primer lugar, que Fidel es llevado el 21 de septiembre, a la primera sesión del juicio oral por la causa 37, que se celebró en la Sala del Pleno del Palacio de Justicia. Fidel asistiría a la segunda sesión el día 22 y posteriormente sería declarado enfermo, por orden de Chaviano, para alejarlo del juicio oral y público. Tras la prueba de confesión, Fidel solicita que se le autorice el derecho de autodefensa en su condición de abogado, lo que acepta el Tribunal, pasando entonces Fidel al estrado de los abogados, donde nosotros le facilitamos una toga, sentándose a continuación a mi lado. Debo aclarar que hasta ese momento yo había sido, como abogado de oficio, el representante de Fidel en el juicio. Una vez sentado, muy sudoroso después de dos horas de la prueba de confesión, Fidel nos dice en voz muy baja: “Bilito, lo peor ha pasado”. No tuvimos necesidad de ratificar con él la estrategia de la defensa, ya que habíamos discutido con Raúl, quien había hablado en nombre de todos los asaltantes.
Como aspecto más importante del juicio debo mencionar lo conmovedor que fue escuchar a los asaltantes que habían participado en la acción. Quedó muy claro en el juicio que los revolucionarios no tenían vinculación con la política tradicional y que los modestos medios de guerra que habían utilizado los habían adquirido con dinero recogido entre ellos mismos.
La dictadura quedó desconcertada ante la audaz acción y frente al hecho de que no podía reconocer a ninguno de los asaltantes, debido a su humildísimo origen y su no vinculación con politicastros y terratenientes. Eso condujo al dictador a cometer  graves errores. Primero: al vincular a los revolucionarios con todos los sectores de la oposición, los auténticos, ortodoxos, los comunistas y los firmantes del Pacto de Montreal. De modo tal que a pesar de la censura de prensa, instituida el mismo 26 de julio, la opinión pública nacional se centró sobre Santiago de Cuba y la sala donde se celebraba el juicio.
Que los atacantes-dijeron – habían utilizado granadas de mano y que entre los revolucionarios se encontraban aventureros procedentes de Venezuela, México y Guatemala. Fueron también momentos muy dramáticos en el juicio aquellos cuando los atacantes denunciaron los crímenes cometidos contra sus compañeros, de todo lo cual se dedujo testimonio por el Secretario de la Sala para iniciar nuevas causas contra los responsables de esos asesinatos.

En el juicio hay una irónica alusión suya a un indio putumayo…

 Nosotros preguntamos a uno de los asaltantes si entre ellos se encontraba algún indio putumayo. Recordábamos que años atrás, en La Habana, se habían hecho muy famosos unos indiecitos traídos de la selva de Colombia, putumayos, muy pequeños, que tocaban enormes guitarras. Se hicieron muy notorios en Cuba. Nuestro argumento se dirigía a ridiculizar el escrito de Chaviano denunciando a supuestos extranjeros entre los revolucionarios.
Otro momento en que los militares quedaron muy mal parados fue cuando al oír nosotros que un cabo de la policía afirmaba haber visto una granada, le preguntamos si en realidad lo que había visto no sería un anòn. El Presidente del tribunal nos llamó la atención, pues todo el mundo comenzó a reírse del cabo a carcajadas. Y todo eso pasaba mientras otro abogado santiaguero  circuló una cuartilla entre todos los presentes, que rezaba así: Se formó la confusión/ cuestión de fruta cambiada/ donde Baudilio vio anòn/ el cabo vio una granada.

En total, ¿Cuántos fueron sus defendidos?

Yo asumí la defensa de  cuarenta y ocho  acusados en este proceso. De los 32 sancionados en la causa 37, representé a 24. Para mis defendidos en la Sala del Pleno de la Audiencia, planteé que los mismos debían ser absueltos, porque su actuación se había realizado conforme a la norma de cultura cubana y de nuestra civilización, de que era lícita la resistencia a la opresión y a la tiranía, principio recogido en el artículo 40 de la Constitución de 1940. El Tribunal no aceptó nuestra tesis que se fundaba en una sana doctrina del derecho penal progresista.
En relación con Haydée Santamaría, cuya defensa asumí, debe recordarse que después de una de las sesiones en el Palacio de Justicia, les dije a Joaquina y a Benigno, padres de mi defendida, de acuerdo con un balance general de la situación, creía que existían condiciones para plantear la absolución de Haydée. Mis palabras los llenaron de alegría; momentos de excepción difícil, por el inmenso dolor que los embargaba por la muerte de Abel y los numerosos crímenes cometidos contra sus compañeros.
Acompañé a los padres de Haydèe a Boniato y pedí entrevistarme con ella, a lo que accedió la administración del penal. En la entrevista, cuando dije a Haydèe la posibilidad de su absolución, sufrió una gran  turbación y me dijo: “Bilito, yo tengo que ir a la prisión, a cumplir junto con los demás compañeros”. En el informe final, efectivamente, planteé la no culpabilidad de mi defendida, bajo el fundamento de que su comportamiento había sido el de una enfermera, ayudando al doctor Mario Muñoz, junto con Melba.
El Tribunal se enfrentaba a un difícil dilema y resolvió condenando a Haydèe y a Melba a solo siete meses. Con los tres meses de prisión preventiva, sólo cumplieron cuatro en la cárcel de mujeres de Guanajay.

¿Y sobre el juicio de Fidel en el hospital civil?

Concurrí a la salita de las enfermeras, en el Hospital  Civil Saturnino Lora, como abogado de oficio, en representación procesal de Fidel y también del atacante al Moncada, Abelardo Crespo, quien fue conducido en una camilla por tener una bala alojada en un pulmón. Tras la prueba de confesión, Fidel se sentó junto a nosotros, en la mesita para los tres abogados presentes, nosotros dos y Marcial Rodríguez, quien representaba al obrero ferroviario Gerardo Poll.
Efectivamente, Fidel nos pidió que le facilitáramos el pequeño Código de Defensa Social y se lo entregamos con hojas en blanco y un lápiz. La toga se la había traído del salón de abogados de la Audiencia el joven abogado que llamábamos El Indio y que se atrevió a chocar con el grueso cordón de soldados que rodeaba el Hospital.
Fidel habló durante más de dos horas, fue escuchado sin interrupción alguna por los magistrados, el representante del Ministerio Fiscal, las enfermeras y las escasas personas no militares que estábamos presentes. Los soldados y oficiales escucharon absortos, tal vez algo nerviosos.  Hubo un absoluto respeto para Fidel y su pieza oratoria forense fue escuchada con gran silencio y detenimiento por todos los que nos hacinábamos en el pequeño local.
Yo defendí a “Perico” Crespo, pidiendo su absolución, pues lo que interesaba era salvar su vida de la infección que afectaba su pulmón. Fue condenado a diez años y pedí al Tribunal que, dada su condición de universitario, cumpliera durante su enfermedad en la Clínica del Estudiante del Hospital Calixto García, lo que así fue aceptado. El Gobierno, sin embargo, lo mandó junto a Fidel y sus otros compañeros para Isla de Pinos. El obrero ferroviario fue absuelto.

Una interpretación suya sobre la afirmación de Fidel: La historia me absolverá.

El juicio del Moncada, tras del asalto, fue la gran primera victoria política del nuevo movimiento revolucionario, cuya actividad daría finalmente al  traste con los partidos políticos tradicionales y entreguistas de la pseudo república. Cuando en la primera sesión del juicio, el 21 de septiembre, Fidel nos dijo: “Bilito, lo peor ha pasado”, era que él ya percibía, como gran político de la Revolución, que aunque habiendo pagado un alto precio de sesenta y una vidas de sus compañeros asaltantes, al estabilizarse la situación con las formalidades procesales, parada la mano de los asesinos por la protesta de la nación, sobre todo de los santiagueros, por haberse constituido el juicio en foco central de la opinión pública nacional, a pesar de la censura de prensa, el hecho fundamental era que la vanguardia revolucionaria no pudo ser diezmada y que más de treinta serían condenados, más de diez absueltos y otros 25 habían escapado a la acción represiva del gobierno.
Salvada la vanguardia, lo importante era preservarle la vida, pues a partir de ese momento, de modo imperceptible, ante nuestros propios ojos se había constituido en el juicio de Santiago el núcleo que a partir de ese momento sería el portador del progreso histórico, el inspirador del pueblo cubano, que sería invitado a continuar la lucha para liberarse definitivamente de las lacras de la República neocolonial. Por ello es que Fidel estaba convencido de que la historia lo absolvería.

¿Cuándo se encontró de nuevo con Fidel y Raúl?

Sería en enero de 1959, a mi regreso de México, donde era el Coordinador del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en el  exilio, designado por Haydèe, que residía en Miami.
En 1959, por breve tiempo, fui Magistrado del Tribunal de Cuentas, el cual disolvimos. Fidel nos puso al frente de la construcción de las playas públicas: Mar Verde y Caletòn Blanco en Santiago de Cuba y después en los centros turísticos del INIT: el Motel Versalles, etc.

¿Hasta cuándo ejerció como abogado y qué hace hoy Baudilio Castellanos?
El abogado, como el artista, como revolucionario, nunca pierde su fé, su vocación. Nunca he dejado de ser abogado. Soy miembro de la Unión de Juristas de Cuba y Profesor de la Cátedra de la Escuela Superior de Cuadros del Ministerio de la Industria Básica, organismo en el que hace más de quince años trabajo en la promoción de las exportaciones y de nuevos negocios, ahora con un especial énfasis en relacionar la actividad económica de Santiago de Cuba y de las demás provincias orientales con los hermanos países del Caribe.
Gracias, doctor Baudilio Castellanos. Porque testimonios como el suyo, nos ayudan a comprender mejor de dónde venimos, dónde estamos y reafirman nuestras convicciones de hacia dónde vamos, pese a las dificultades de hoy. Gracias por su lección sobre un capítulo tan importante de la heroica gesta del asalto al Cuartel Moncada
Nota del autor: Baudilio Castellanos ya falleció. Su historia sigue siendo parte importante del proceso judicial seguido a los combatientes del Moncada, incluyendo los casos de Fidel Castro y Raúl Castro.                        
               



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