jueves, 28 de junio de 2018

Aniversario 65 del Moncada: Los que vinieron con Fidel





. Orlando Guevara Núñez

Entre los jóvenes que acompañaron a Fidel Castro en el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, no había ni un solo rico, ni empresario, ni latifundista, ni político, ni militares de la tiranía que había asaltado el poder el 10 de marzo de 1952, con el tirano Fulgencio Batista al frente.
Ni un solo terrateniente, ni casatenientes, ni explotador, ni corruptos que vivieran de los juegos ilícitos. Ningún aspirante a cargos ni poderes.

Los jóvenes que vinieron al combate aquella Mañana de la Santa Ana, eran de procedencia humilde. Muchos militaban en la Juventud del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y estaban dispuestos al sacrificio supremo para derrotar a la tiranía y acabar con el oprobio que sufría el país.

Eran jóvenes obreros, campesinos, estudiantes, humildes trabajadores que representaban a las grandes masas oprimidas y sin derechos. Todos estuvieron inspirados en el deseo de derrocar a la tiranía para alcanzar la libertad y soberanía plenas de Cuba, para solucionar los grandes problemas políticos, económicos y sociales que aquejaban a la nación cubana.
Si se quiere una confirmación de esa procedencia social humilde de los combatientes, véase la de los caídos durante la acción de ese día (6) y los asesinados el propio 26 de julio y los días siguientes.
Siete  constructores. Dos obreros de tejares. Un obrero de pedrería. Dos carpinteros. Dos constructores de muebles. Siete obreros agrícolas y campesinos. Un mecánico de refrigeración. Dos choferes y un ayudante de chofer. Dos braceros de muelles. Dos cocineros. Un obrero sin especialidad. Un cantinero. Un gastronómico. Un panadero. Un chapista. Un empleado de cervecería. Dos zapateros. Dos empleados de oficina. Un médico. Un empleado de banco. Dos viajantes de comercio. Dos fotógrafos, empleados. Un estudiante.  Un maestro, poeta. Un comisionista de buques, que  ayudaba a su padre en esta tarea.  Un estudiante, viajante de medicina.  Un dependiente de comercio. Un estudiante, profesor, oficinista. Un empleado de comercio. Un trabajador eléctrico. Un empleado de funeraria. Un trabajador del comercio. Dos parqueadores. Un deportista. Un vendedor de ostiones (eventual) Un vendedor de flores. Un obrero cíclico.
Otros muchos que sobrevivieron, eran de la misma extracción humilde. Y el propio jefe del asalto, cuyos padres tenían una posición acomodada, había renunciado a sus bienes para dedicarlo todo a la causa del pueblo.
Esa realidad desconcertó incluso al tirano Fulgencio Batista, quien, acostumbrado a los rejuegos y luchas de poder entre los políticos  corruptos, no tuvo otra alternativa que mentir, sin escrúpulos de ningún tipo, ante la opinión pública.
Así, al día siguiente de los hechos del 26 de julio, el tirano afirmaría que los asaltantes “habían sido reclutados entre mercenarios nacionales y extranjeros”. Y acusó al presidente derrocado por él mediante el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 –Carlos Prío Socarrás- de haber financiado con un millón de pesos las acciones.
En su cinismo sin par, el dictador afirmó: “Los hombres amillonados, como si se acolchonaran sobre sus montones de billetes, anuncian revoluciones, arman brazos, compran armas en el extranjero, se gastan a raudales el capital en tierra extraña, y no basta con haber saqueado el tesoro, con haber dañado la salud del pueblo, con haber herido profundamente la economía nacional; no, es necesario desprestigiar a la República, hacer correr la sangre, pero no con riesgos de su vida. Ellos, desde allá entre colchones de billetes y de seda, maniobran malévolamente y los que han caído son anónimos civiles y no hay ningún cabecilla visible”.
Esto lo afirmaba el hombre que en su anterior período presidencial había robado más de 40 millones de pesos al tesoro público. Y robaría mucho más entre 1952-1958, cuando, entre otras muchas propiedades y negocios turbios, llegó a contar con nueve centrales azucareros, un banco, tres aerolíneas, una papelera, una transportista por carretera, una productora de gas, dos moteles, varias emisoras de radio y de televisión, revistas, una fábrica de materiales de construcción, un centro turístico, varios inmuebles rurales y urbanos, varias colonias y firmas norteamericanas, junto a disímiles propiedades que, en muchos casos, aparecían disfrazadas con otros nombres.
Sin embargo, el jefe del asalto del 26 de julio, Fidel Castro, quien había estado en la primera línea del combate, arriesgando su vida y salvándola milagrosamente, al ser hecho prisionero el 1ro. de agosto de 1953, poseía como único capital financiero ocho billetes de un peso. Solo era millonario en moral y patriotismo, en lo que eran pordioseros todos los  jefes militares de la tiranía, incluyendo al presidente de la República.
Pero esta vez la lucha no sería entre lobos. Sería de personas honradas, patriotas y revolucionarias, contra los lobos. El Moncada fue un fracaso desde el punto de vista militar; pero fue una victoria política, porque marcó el inicio de una nueva etapa de lucha, la última, del pueblo cubano por su verdadera redención.

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