domingo, 17 de abril de 2016

Huellas que no se han borrado





ORLANDO GUEVARA NÚÑEZ
El 17 de abril de 1970 una infiltración organizada, entrenada, armada y financiada por el Gobierno de los Estados Unidos y la mafia contrarrevolucionaria de Miami, desembarcó por Punta del Silencio, desembocadura del río Yumurí, a unos 32 kilómetros al Este de la ciudad de Baracoa.



Los trece mercenarios, que traían como objetivo sembrar el terror en esa zona oriental, venían armados con fusiles AR-15, AR-18 y M-16, además de explosivos y granadas de mano, todo de fabricación estadounidense. Llegaron a bordo de un buque que los condujo hasta cerca de la costa —según posteriores confesiones de los detenidos— un camarógrafo se encargaría de tomar vistas que serían luego utilizadas en los Estados Unidos para hacer propaganda, vanagloriarse de sus desmanes y recaudar dinero.
Pese a lo intrincado del lugar, la presencia mercenaria fue de inmediato detectada. Luego de una rápida movilización, efectivos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, del Ministerio del Interior y de las Milicias Serranas, con el apoyo de la población campesina, persiguieron, cercaron y apresaron al grupo enemigo.
Otra vez el dolor y el luto en muchos hogares humildes. La barbarie yanki sumaba a su tenebrosa lista niños huérfanos, mujeres viudas... Seis vidas de jóvenes combatientes fueron segadas.
El teniente Ramón Guevara Montano, entonces jefe de la Sección Política de la División Territorial de Baracoa, fue uno de los caídos. Tenía 28 años de edad y procedía de una familia de obreros agrícolas de Niquero, actual provincia de Granma. Fue ascendido póstumamente al grado de primer teniente. Andrés y María Luisa, sus padres, sufrieron la pérdida de su hijo. Julieta, la novia, quedó sin realizar su sueño de la boda, tronchada por el acto criminal de los agresores.
Luis de la Rosa Callamo, descendiente de una familia campesina de la zona de Cueto, Mayarí, pertenecía a la Brigada de la Frontera. Fue ascendido, también póstumamente, a sargento de tercera.
El resto de los caídos durante las operaciones de aniquilamiento de la banda mercenaria, eran milicianos de Baracoa, quienes con prontitud se habían presentado a sus unidades al conocer sobre la infiltración.
José A. Sánchez Marzo, contaba con solo 24 años de edad. De extracción campesina, dejó una hija de 11 meses de nacida, y a su esposa esperando otro alumbramiento. Ovidio Hernández Matos, también de 24 años, campesino devenido carpintero. Con su muerte, dos niños quedaron huérfanos. Evodino Marzo Marzo era padre de cuatro niños, campesino y barbero. El enemigo tronchó su vida cuando había vivido solo 33 años.
Los restos de todos ellos fueron velados en el pequeño poblado de La Máquina, cercano a la zona de operaciones. Durante la velada solemne para rendirles postrer tributo, el Comandante en Jefe Fidel Castro realizó ante sus cuerpos inertes una guardia de honor, y en el entierro expresó:
En breves minutos se les dará sepultura a esos compañeros. Han caído en el cumplimiento del deber. Las balas pueden tronchar vidas, las balas enemigas y traicioneras pueden atravesar el pecho, pueden atravesar la frente, pueden atravesar la carne, pueden atravesar los huesos, pueden atravesar el corazón, pueden atravesar a un hombre, pero lo que no podrán jamás esas balas criminales será inmolar las ideas, tronchar la causa, atravesar la bandera y la justicia que esos hombres defendieron con su cuerpo. Los hombres podemos caer, pero las ideas que defendemos no caerán jamás.
El día 26 de aquel abril fueron capturados los dos últimos mercenarios invasores. Una nueva agresión imperialista contra nuestro pueblo había sido derrotada. En el parte firmado por el entonces jefe del Ejército Oriental, Raúl Menéndez Tomassevich —al frente de las operaciones— se incluía entre los caídos a otro miliciano: Arquímedes Borges Bolaño.
Cinco combatientes habían resultado heridos: Jorge Sosa, Mauro Almaguer, Virgilio Rodríguez, Humberto Véliz y Humberto Noa.
¿Quiénes fueron los promotores y ejecutores de ese crimen contra nuestro pueblo? Sin duda, los mismos de hoy, los que  no han dejado de agredirnos, los mismos que continúan soñando con destruir la obra que con tanto sacrificio hemos edificado.
El pueblo cubano, sin embargo, no olvida la sangre derramada. Y el clamor contra los agresores y asesinos es hoy una contundente acusación para que la impunidad ceda el paso a la justicia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario