martes, 27 de marzo de 2018

Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas y mi honda es la de David


Orlando Guevara Núñez


Basta leer o escuchar esas palabras para saber que fueron escritas por José Martí el día antes de su caída en Dos Ríos, es decir, el 18 de mayo de 1895.  El destinatario fue su amigo mexicano Manuel Mercado. La muerte de nuestro Héroe Nacional dejó inconclusa esta carta. Pero aún así, constituye un valioso documento histórico y político.
Estaba Martí consciente de la posibilidad de morir. Por eso escribe en la misma misiva:  “Ya estoy todos los días en peligro  de dar mi vida por mi país y mi deber- puesto que lo entiendo y tengo fuerzas para realizarlo-  de impedir a tiempo con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.
Clara definición antiimperialista  de José Martí, que supo vislumbrar el carácter ambicioso y ansias de expansión y dominio del naciente imperialismo.
A esa potencia la califica como  El Norte revuelto y brutal que los desprecia,

refiriendose a los pueblos de América, en peligro de ser absorbidos por el anexionismo.
Relata Martí su reciente conversación con  un corresponsal del Herald; hablan del anexionismo, de las posiciones autonomistas y éste le refiere una opinión  dada a entender de Martínez Campos, sobre  que  llegada la hora España preferiría entenderse con los Estados Unidos a rendir la isla a los cubanos.
Se refiere a un tema relacionado con la experiencia de la guerra de 1868. “La revolución desea  plena libertad en el ejército., sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura.  Puntualiza su criterio de que  un pueblo no se puede guiar contra el alma que lo mueve, o sin ella.
“En mí – escribe- sólo defenderá lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. (…)
“Hay afectos de tan delicada honestidad… “Ahí quedó tronchada la carta. Adviértase su última palabra: honestidad.

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