.Orlando Guevara Núñez
La Reforma Agraria cubana
cumple este 17 de mayo 60 años de promulgada. Fue firmada por el Comandante en
Jefe Fidel Castro, en la Sierra Maestra, escenario principal de la guerra
revolucionaria que, con el triunfo del 1ro. de enero de 1959, hizo posible un
sueño de varias generaciones de campesinos del país.
Antes del
triunfo de la Revolución, esa aspiración no pasó de un sueño inalcanzable, pese
a que llegó a formar parte de la Constitución de 1940. En ese documento
–artículo 90- estaba plasmado que “Se proscribe el latifundio y a los efectos
de su desaparición le Ley señalará el máximo de la extensión de la propiedad
que cada persona o entidad pueda poseer para cada tipo de explotación a que la
tierra se dedique y tomando en cuenta las respectivas peculiaridades, la Ley
limitará restrictivamente la adquisición de la tierra por personas y compañías
extranjeras y adoptará medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano”.
Esa
decisión constitucional, sin embargo, no llegó nunca a materializarse. Quedó en
la promesa y el engaño. Fue una burla más para los sufridos hombres del campo y
los intereses vitales de la nación.
Trece
años después de aquella Ley, ante el tribunal que lo juzgaba por los hechos del
26 de julio de 1953 – el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de
Céspedes, en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo,
respectivamente – el entonces joven revolucionario Fidel Castro, jefe de la
acción, exponía la realidad del sector agrícola cubano.
“El 85
por ciento de los pequeños agricultores está pagando renta y vive bajo la
perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores
tierras de producción cultivadas está en manos extranjeras (…) Hay doscientas
mil familias campesinas que no tienen una vara de tierra donde sembrar unas
viandas para sus hambrientos hijos y, en cambio, permanecen sin cultivar, en
manos de poderosos intereses, cerca de trescientas mil caballerías de tierras
productivas”.
Esa ley eliminó para
siempre el latifundismo en Cuba, hizo propietarios de la tierra que trabajaban
a más de 100 000 campesinos y transformó la vida de los pobladores del campo.
Fue la base para erradicar la miseria, el abandono y las precarias condiciones
de vida de un sector poblacional que hasta ese momento había escuchado la
palabra Reforma Agraria solo como un sueño que se desvanecía con el decurso de
los años.
Ese
campesinado, según una encuesta publicada en 1957 por una organización de la
Juventud Católica, en un 96 por ciento no consumía carne habitualmente, menos
del 1 por ciento comía pescado, apenas el 2 por ciento incluía el huevo en su
dieta, mientras que 89 de cada cien no tomaban leche. La mortalidad infantil
sobrepasaba la tasa de 60 por cada mil nacidos vivos, el analfabetismo estaba
por encima del 40 por ciento y el desempleo era abrumador, pues sólo había
empleo unos tres meses al año.
Pero el
cambio de esa dramática situación no podía formar parte del programa de ninguno
de los gobiernos burgueses y pro imperialistas de la etapa pre revolucionaria
cubana. Su misión era perpetuarla y acentuarla.
La
distribución de la tierra era realmente injusta. El 92 por ciento de las más de
159 000 fincas existentes en 1958, poseía sólo el 28 por ciento de las áreas,
mientras que el 1,4 por ciento de los propietarios era dueño del 46 por ciento
de éstas.
Sólo
nueve latifundios norteamericanos eran dueños de más de 100 000 caballerías.
(Una caballería equivale a 13,42 hectáreas).
No en vano fue esta ley
causante de una ira irracional del gobierno de los Estados Unidos y de los
terratenientes, quienes no se resignaban a perder sus privilegios. Pero los cubanos redimidos
no se amedrentaron. Y la Reforma Agraria fue. Muchos de los principales
latifundistas eran norteamericanos. Y otros muchos nacionales se refugiaron de
inmediato en ese país, donde recibieron un respaldo incondicional. No podían
ocultar la validez de la Ley, pero hicieron todo lo posible por obstaculizarla.
En fecha
temprana como el 12 de junio de 1959, una declaración de la administración
norteamericana fijaba su posición: “Los Estados Unidos reconocen que, según el
derecho internacional, un Estado tiene la facultad de expropiar dentro de su
jurisdicción para propósitos públicos y en ausencia de disposiciones contractuales
o cualquier otro acuerdo en sentido contrario; sin embargo, este derecho debe
ir acompañado de la obligación correspondiente por parte de un Estado, en el
sentido de que esa expropiación llevará consigo el pago de una pronta, adecuada
y efectiva compensación”.
La
primera afirmación es un derecho internacional. El sin embargo, una pretendida
imposición yanqui que ponía a la Revolución en una disyuntiva: hacer o no hacer
la Reforma Agraria. La opción fue continuarla, aún cuando el precio fuera la agudización
de las confrontaciones con el Gobierno de los Estados Unidos y las fuerzas de
la contrarrevolución.
El pago
pronto, adecuado y efectivo, como fue planteado, se traducía, como lo denunció
el Comandante en Jefe Fidel Castro, en un pago ahora mismo, en dólares y lo que
los expropiados pidieran por sus antiguas propiedades. Las condiciones
norteamericanas, por tanto, no eran objetivas ni cumplibles Comenzaron entonces
las calumnias de que Cuba se negaba a cumplir con el pago. Nada más alejado de
la realidad.
El
Artículo 29 de la Ley de Reforma Agraria fijaba que “Se reconoce el derecho
constitucional de los propietarios afectados por esta Ley, a percibir una
indemnización por los bienes expropiados. Dicha indemnización será fijada
teniendo en cuenta el valor en venta de las fincas que aparezcan de las
declaraciones de amillaramiento municipal de fecha anterior al 10 de octubre de
1958. Las instalaciones y edificaciones afectables existentes en las fincas
serán objeto de tasación independiente por parte de las autoridades encargadas
de la aplicación de esta Ley”.
En el
Artículo 31, se reglamentaba que “La indemnización será pagada en bonos
redimibles. A tales fines se hará una emisión de bonos de la República de Cuba
en la cuantía, términos y condiciones que oportunamente se fijen. Los bonos se
denominarán “Bonos de la Reforma Agraria” y serán considerados valores
públicos. La emisión o emisiones se harán por un término de treinta años, con
interés anual no mayor del 4 por ciento. Para abonar el pago de intereses,
amortización y gastos de la emisión, se incluirá cada año en el Presupuesto de
la República la suma que corresponda”.
Y más
adelante, en el Artículo 32, se reglamentaba eximir a los perceptores de bonos,
durante un período de diez años, del impuesto sobre la renta personal en la
proporción derivada de la inversión que hicieran, en industrias nuevas, de las
cantidades percibidas por la indemnización, incluyendo en ese beneficio a los
herederos que realizaran esas inversiones.
En su
aplicación los bonos se hicieron por el término de 20 años y con un 4,5 por
ciento de intereses. Pero Estados Unidos no aceptó – como lo hicieron
expropiados de otros países y muchos nacionales- esa fórmula de pago. Y se
aferraron a la inaceptable variante del pago pronto, eficiente y justo.
No
tuvieron en cuenta para esa absurda exigencia, que la mayoría de las
propiedades agrícolas norteamericanas en Cuba fueron adquiridas al amparo de la
Enmienda Platt –impuesta a la Constitución de este país como condición para su
“independencia” del 20 de mayo de 1902- además de Ordenes Militares durante las
intervenciones yanquis en este territorio.
En muchos
casos, las “compras” resultaron una verdadera burla a la nación cubana y a su
pueblo. Un solo ejemplo ilustra los demás: El 19 de abril de 1905, la
norteamericana Nipe Bay Company, de Jersey City, adquirió, por la burlesca
cifra de cien dólares, 3 713 caballerías, es decir, unas 49 800 hectáreas.
Puede
afirmarse, con toda razón, que la Reforma Agraria expropió de forma legal, lo que
los monopolios norteamericanos habían expropiado a la nación mediante fraudes.
A partir
de entonces, se arreció la propaganda contra el comunismo, creció el apoyo a la
contrarrevolución externa e interna, se incrementaron los sabotajes, surgieron
las bandas de alzados organizadas, financiadas y dirigidas por la Agencia
Central de Inteligencia yanqui, y se produjo, el 17 de abril de 1961, la
invasión mercenaria de Playa Girón, en la cual venían 100 latifundistas, con el
objetivo de recuperar las propiedades que ahora pertenecían al pueblo.
El 17 de mayo es día de fiesta para los campesinos
cubanos. El festejo perenne por una ley que los benefició
no sólo con la propiedad de la tierra, sino también con créditos, apoyo
técnico, mercados seguros para sus productos, al tiempo que recibía los
servicios de salud, educación, vivienda y otras mejoras sociales a las que
nunca habían tenido acceso. Con esta ley se cumplía también uno de los más
profundos deseos martianos: que la ley primera de la República fuera el culto
de todos los cubanos a la dignidad plena
del hombre.
Sobran las razones para esta fiesta.
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