.Orlando Guevara Núñez
Antes de 1959, en Cuba se
celebraba el 20 de mayo como día de la independencia nacional. Se nos decía en
las escuelas que ese día había nacido la República independiente, que había
cesado el dominio español y desde entonces teníamos la más plena libertad. Todo
eso, se agregaba, gracias a la “generosa ayuda” del gobierno de los Estados
Unidos, a quien debíamos eterno agradecimiento.
Nuestra historia había sido
totalmente falseada, en interés de los gobiernos de turno y de sus amos
imperiales. La cruda verdad es que el 20 de mayo de 1902 Cuba dejó de ser
colonia de España para convertirse en neocolonia de los Estados Unidos de
América.
En 1898, después de 30 años
de heroica lucha, el Ejército Libertador Cubano tenía virtualmente derrotado al
ejército colonial español. Ya España no podía sostener la guerra desde el punto
de vista militar, ni económico, ni político. La moral colonial se había
desplomado ante el empuje del independentismo.
Fue ése el momento
aprovechado por el gobierno de los Estados Unidos, tomando como pretexto la
explosión del vapor El Maine, para satisfacer sus viejos deseos de intervenir
en Cuba y materializar sus sueños de anexión. Sólo con el apoyo del Ejército
Libertador Cubano (Mambì) pudieron lograr el objetivo de desembarcar y vencer
en los postreros combates al ejército colonial. Esa, la llamada guerra
hispano-cubano-norteamericana, sería calificada por el líder del proletariado
mundial, Vladimir Ilich Lenin, como la
primera guerra imperialista en la historia de la humanidad.
Pero terminada la contienda
bélica, ¿Fue Cuba verdaderamente libre? ¿Fue altruista o infame el gesto del
gobierno de los Estados Unidos?
Una breve ojeada histórica
demuestra todo lo contrario a lo que nos enseñaban en las escuelas, con pocas
excepciones de educadores patriotas que se esforzaban por desentrañar la
verdad.
El 10 de diciembre del mismo
1898, tuvo lugar el Tratado de Paris, que ponía fin oficialmente al
colonialismo español en Cuba. La primera gran injusticia y ofensa a la dignidad
de los cubanos, fue su exclusión de esa negociación. Estados Unidos negoció una
libertad que no había ganado y España “renunció” a un derecho que había ya perdido frente a los cubanos.
Estados Unidos no estaba
dispuesto a desarrollar una guerra armada contra el ejército revolucionario
cubano que había derrotado a una potencia colonial después de tres décadas de
cruentas luchas. Y preparó las condiciones para apropiarse de Cuba por una vía
menos costosa en la cual debía ganar, además, el crédito de libertador.
Concluida la guerra, el
ejército norteamericano mantuvo su ocupación y en sus manos y las del gobierno
de ese país quedaban maniatadas la libertad y la independencia del pueblo
cubano.
El 16 de junio de 1900, por
la Orden Militar 164, norteamericana, se celebran las primeras
elecciones de alcaldes, concejales, tesoreros, jueces municipales y
correccionales. La llamada democracia norteamericana ponía de relieve su
verdadera esencia. Podían votar sólo los hombres mayores de 21 años, no podían
hacerlo las mujeres, había que saber leer y escribir, tener un capital de no
menos de 250 pesos o haber servido en el Ejército Libertador, sin “notas desfavorables” en su expediente.
Por esas y otras restricciones impuestas, sólo el 14 por
ciento de la población con edad para hacerlo ejerció el voto. No obstante, los
resultados no fueron los esperados para la potencia imperial.
Iguales elecciones tuvieron
lugar en junio de 190l. Pero con mayores limitaciones a las que se sumaron
medidas coercitivas y fraudes para garantizar una mayoría de votos a favor de
los candidatos que representaran los intereses yanquis.
Otra Orden Militar, esta vez
la 91, rigió las reglas de esas elecciones. Los electores sólo podían elegir al
60 por ciento de los concejales. Se rechazaba la inscripción de personas con
derecho a hacerlo. Se ocultaron las listas de electores a los votantes para que
éstos no pudieran verificar si sus nombres figuraban en ellas. Se cambiaban
nombres, lo que invalidaba luego el voto. Se utilizaron coacciones, se
instrumentaron rejuegos en las mesas electorales y se negó el voto a los
participantes en las gestas
independentistas contra España. De esa “lección democrática” aprendieron luego
los sucesivos gobiernos cubanos amamantados por los Estados Unidos de América.
Al llegar las elecciones
presidenciales de 1901, los atropellos a la nación cubana fueron mucho más
allá. Tres candidatos hubo inicialmente para esos comicios. El Generalísimo
Máximo Gómez Báez, héroe de las gestas independentistas cubanas, al ver los
rejuegos que dominarían ese proceso, renunció a su candidatura. Igual lo hizo
otro patriota, el Mayor General Bartolomé Masò, quien se opuso a acatar los
designios norteamericanos para esas elecciones.
Siendo así, un solo aspirante
quedó para las votaciones: Tomás Estrada Palma, quien había sucedido a José
Martì como Delegado del Partido Revolucionario Cubano y para su aspirantura
debió renunciar a la ciudadanía norteamericana, que poseía desde 26 años atrás.
Este hombre, que había traicionado el ideal y la causa martiana y era
incondicional al gobierno yanqui, accedía de esa forma al poder, en unas
elecciones donde votó apenas el 7 por ciento de los cubanos con edad para
hacerlo.
Pero eso no bastaba a los
intereses norteamericanos en Cuba. Se necesitaba algo más seguro, más eficaz. Y
surgió de esa forma la Enmienda Platt.
El 28 de febrero de 1901, el
senador norteamericano Orville H. Platt, propuso una enmienda a la Ley de
Gastos del Ejército, la cual, una vez aprobada por su país, debía anexarse a la
Constitución cubana que regiría la nueva República. O aceptación de esa
enmienda o se mantendría a Cuba bajo la ocupación militar. Esa fue la disyuntiva.
Fue una enmienda que ataba a
Cuba en lo militar, lo político y lo económico, al designio de los Estados
Unidos.
Uno de sus artículos, separó
a Isla de Pinos (hoy Isla de la
Juventud) de la jurisdicción cubana, afrenta que se mantuvo hasta 1925. Otro
atribuía a Estados Unidos el derecho a las intervenciones militares en nuestro
país, bajo el falso pretexto de conservar la independencia, mantener un
gobierno adecuado, proteger vidas, propiedades y la libertad.
Cuba estaba obligada también
al arrendamiento de servicios a Estados Unidos para que éste pudiera mantener
la independencia y proteger la defensa de la Isla. De ese engendro nació
la Base Naval de Guantánamo, que aún se
mantiene contra la voluntad del pueblo cubano y es utilizada como centro internacional
de torturas y crímenes por el gobierno norteamericano, pese a las reiteradas
denuncias hechas en los más altos organismos internacionales.
Cuba, además, quedaba
impedida de establecer tratados o convenios con otro poder, ni adquirir deudas
públicas que no fueran con el gobierno imperial.
El propio Tomás Estrada
Palma, disolvió el Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martì para
hacer la Revolución y dirigir luego los destinos de la nación cubana. El
Ejército Libertador había sido disuelto. ¿Cuál independencia y cuál
libertad, quedaba a los cubanos cuando
el 20 de mayo de 1902 fue proclamada la República? Después de 30 largos años de lucha,
¿República independiente o neocolonia
norteamericana?
El mismísimo gobernador
militar estadounidense en Cuba durante la ocupación, Leonard Wood, dejó claros
los resultados y las proyecciones a raíz de la aplicación de la Enmienda Platt. “Por supuesto que a Cuba se le ha
dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado
ahora es la anexión (…) Es bien evidente que está absolutamente en nuestras
manos (…) Con el control, que sin duda pronto se convertirá en posesión, en
breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo (…) La Isla
se norteamericanizarà gradualmente y a su debido tiempo contaremos con una de
las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo”.
La verdadera independencia,
libertad, soberanía y libre autodeterminación, tendría que esperar 60 años más
luego de la intervención yanqui, hasta que el primero de enero de 1959 fue
proclamado por el Comandante en Jefe Fidel Castro el triunfo de la Revolución
cubana.
En esa verdad histórica,
reside el odio visceral de los gobiernos norteamericanos y los reaccionarios de
origen cubano a nuestro proceso revolucionario. Por eso, para esa jauría de
lobos, el 20 de mayo continúa siendo una “fecha patriótica” utilizada
para reverdecer su rabia y sus histéricos aullidos contra Cuba.
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