sábado, 18 de julio de 2015

¡Morir por la patria es vivir!



. Orlando Guevara Núñez

Los días 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953, fueron escenario de los más brutales crímenes cometidos por la tiranía batistiana contra los asaltantes a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
En las acciones, solo seis revolucionarios habían perdido la vida, todos en el Cuartel Moncada, pues en Bayamo no hubo baja mortales. En esta fortaleza militar, la segunda en importancia del país, los efectivos ascendían a 809 hombres, mientras que los asaltantes que pudieron llegar al lugar fueron sólo 78. La superioridad en número por parte de la dictadura era evidente.
En los resultados del combate, sin embargo, fue distinto, pues el ejército tuvo 19 muertos y 31 heridos, para una suma de 50 bajas.
Pero la orden del tirano fue tajante: asesinar a todos los que fuesen hechos prisioneros, matar a diez revolucionarios por cada soldado muerto.
Así, de los asaltantes al Moncada capturados, en esos tres días fueron asesinados 45. Y de los participantes en las acciones de Bayamo, los diez detenidos fueron asesinados. En el caso de los combatientes que bajo el mando de Abel Santamaría Cuadrado, segundo jefe de la acción, tuvieron como posición el hospital civil, situado al frente de la fortaleza, de los 21 hombres que participaron fueron asesinados 20, incluyendo a Abel. Sólo un joven, Ramón Pez Ferro, escapó a la cacería, porque un anciano, veterano de la Guerra de Independencia, lo protegió diciendo que era un nieto de él que lo estaba acompañando en su lecho de ingresado. Sólo cuatro moncadistas habían sido heridos y se incluyeron entre los asesinados.
Muchos revolucionarios lograron escapar porque familias santiagueras los recogieron, los ocultaron en sus casas, los protegieron y salvaron su vida gracias a esa solidaridad.
La tiranía se ensañó también con la población civil, pues seis personas fueron asesinadas y dos murieron de forma accidental en  los tiroteos.
Ante el baño de sangre, la opinión pública se movilizó para pedir el cese de la matanza. Entre esas voces, estuvo la del monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, quien realizó gestiones para la presentación de los revolucionarios que no habían sido detenidos, obteniendo seguridad de las autoridades de que no serían asesinados.
Fidel Castro, como una de las variantes ante el posible fracaso de la toma del Moncada, había escalado la cordillera de La Gran Piedra, con el objetivo de llegar a la Sierra Maestra, obtener ayuda de los campesinos y hacerse fuerte en esa región para continuar la lucha. Lo acompañaban 18 hombres.
El 1ro. de agosto, Fidel fue hecho prisionero, junto a Oscar Alcalde y José Suárez, cuando descansaban en un ranchito en las montañas, por una patrulla militar al mando del segundo teniente Pedro Manuel Sarría Tartabull. Los soldados al mando de Sarría trataron de asesinar al jefe del asalto al Moncada, pero el militar lo impidió, pronunciando la conocida frase de que las ideas no se matan.
Se conoce que en el trayecto hacia Santiago de Cuba, el criminal comandante Andrés Pérez Chaumont trató de arrebatarles a Sarría los prisioneros, lo que hubiese equivalido al asesinato de ellos. Pero una vez más, Sarría salvó la vida de Fidel Castro y otros combatientes revolucionarios. Fidel fue conducido, de esa forma, al Vivac   y no al cuartel Moncada, como lo había planeado el chacal Alberto del Río Chaviano. Comenzaba otra fase de la lucha revolucionaria, la denuncia de los crímenes y la preparación para el juicio que tuvo su epílogo el 16 de octubre de 1953, cuando Fidel Castro, ante el tribunal que lo juzgaba, pronunció su alegato conocido como La historia me absolverá, convertido en programa de la Revolución para la definitiva emancipación del pueblo.
Desde la capital, el tirano Batista se complacía en lanzar las más groseras calumnias contra los asaltantes del 26 de Julio. Pero la verdad se abría paso, pese a la censura de la prensa.
En su discurso de autodefensa, refiriéndose a estos días sangrientos que siguieron al amanecer del 26 de julio, afirmaría Fidel: “Multiplicar por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente. Los hechos están recientes todavía, pero cuando los años pasen y el cielo de la patria se despeje, cuando los ánimos exaltados se aquieten y el miedo no turbe los espíritus, se empezará a ver en toda su espantosa realidad la magnitud de la masacre, y las generaciones venideras volverán aterrorizadas los ojos hacia ese acto de barbarie sin precedentes en nuestra historia”.
Pese a aquella feroz matanza, Fidel  reconoció  la actitud de muchos militares que supieron combatir con sentido del honor. “Los que asesinaron a los prisioneros –diría en La historia me absolverá- no se comportaron como dignos compañeros de los que murieron. Yo vi muchos soldados combatir con magnífico valor, como aquellos de la patrulla que dispararon contra nosotros sus ametralladoras en un combate casi cuerpo a cuerpo o aquel sargento que desafiando la muerte se apoderó de la alarma para movilizar el campamento. Unos están vivos, me alegro; otros están muertos: creyeron que cumplían con su deber y eso los hace para mí dignos de admiración y respeto; sólo siento que hombres valerosos caigan defendiendo una mala causa. Cuando Cuba sea libre, debe respetar, amparar y ayudar también a las mujeres y los hijos de los valientes que cayeron frente a nosotros. Ellos son inocentes de las desgracias de Cuba, ellos son otras tantas víctimas de esta nefasta situación”.

Los combatientes revolucionarios caídos o asesinados en aquella gloriosa gesta, están hoy presentes en la memoria del pueblo. Y en cada aniversario del 26 de julio de 1953, los cubanos sintetizamos el homenaje de todos los días. Porque ellos, con su valor y altruismo hicieron realidad el postulado de nuestro Himno Nacional de que ¡Morir por la Patria es vivir!

No hay comentarios:

Publicar un comentario