.Orlando Guevara Núñez
En
todos los momentos de peligro, el tema del valor y el miedo estará presente
entre los seres humanos. Y en las circunstancias impuestas por una guerra,
estos dos sentimientos adquieres dimensiones superiores.
Para
preservar la vida en una guerra, la meta es eliminar al enemigo; pero el
objetivo supremo del enemigo es, precisamente, preservar su vida acabando con a
existencia de sus adversarios. Toda la acción de los contendientes, por tanto,
se concentrará en un solo empeño: liquidar al rival, valiéndose de los medios
que tengan
Son
estos los momentos en que el valor y el miedo resaltan, conduciendo al soldado
a realizar actos que los harán merecedores de la dulce y honrosa condición de
héroe o del despreciable calificativo de cobarde. En el primer caso, el hombre
alcanza una condición humana y social superior; en el segundo, la degradación
moral es como una sombra que lo llevará de manos hacia el desprecio y el
olvido. Cada acción, desde luego, será juzgada teniendo en cuenta el carácter
del ejército en cuyas filas se combate y la causa que se defiende.
Las
conversaciones sobre este tema, en la mayoría de los casos, se producían en
forma de broma entre los combatientes cubanos en Angola, menos en los casos
donde los hechos reales imponían análisis distintos. Cuando un compañero salía
a una misión peligrosa, siempre el tema afloraba. Y muchas veces, detrás de las
bromas, estaba la preocupación real por la suerte del compañero que correría el
riesgo del combate, de la emboscada u otros peligros.
Pero
el problema del valor y el miedo fue abordado también con seriedad en varias
ocasiones. Muchas veces salían a relucir posiciones “filosóficas” para tratar
de definir estos dos conceptos. Otros, los simplificaban demasiado, llevando
los términos a definiciones superfluas de “hombría”.
Por
nuestra parte, siempre mantuvimos que el valor y el miedo no son conceptos
abstractos, sino la forma concreta que adquieren las ideas y las convicciones.
El
combatiente internacionalista cubano, no fue a Angola y a otras misiones
riesgosas por el hecho de demostrar su valentía, ni por placer de enfrentar el
peligro. Lo hizo y está dispuesto a hacerlo guiado por su convicción de que el
internacionalismo es una necesidad y de que el enemigo es uno solo, con
independencia del ropaje que lo abrigue, en cualquier parte del mundo.
Los
intereses de la humanidad se anteponen, en este caso, a los individuales,
familiares e incluso a los nacionales.
El
soldado mercenario, por el contrario, ajeno a esos valores, podrá avanzar
estimulado por el afán de lucro, pero su acción quedará trunca allí donde su intereses se pongan en peligro o
haya riesgo cierto de su vida, necesaria para disfrutarlos.
En
Angola vimos y conocimos muchos hechos heroicos. Los internacionalistas
cubanos, con varios años de experiencia revolucionaria, con una sólida
preparación militar y con el aval de largos años de lucha frontal contra el
imperio norteamericano- el más poderoso del mundo- demostraron su indiscutible
valor.
Los
valerosos combatientes de las FAPLA mostraron también un valor a la altura de
su papel histórico. Ellos habían ya escrito gloriosas páginas que hoy recoge
con orgullo la historia de su país. Y esas páginas comenzaron a escribirse
mucho antes de que llegara la ayuda internacionalista cubana. Podríamos decir
que ese heroísmo fue premisa de la ayuda.
La
independencia alcanzada el 11 de noviembre de 1975, fue resultado de esa larga
y cruenta lucha. Quince difíciles años, iniciados el 4 de febrero de 1961,
avalaban el valor de los combatientes angolanos. En sus inicios, combatiendo
con las armas más rudimentarias, habían logrado quebrantar el poderío colonial
portugués, ganando con su esfuerzo y su sangre el derecho a la independencia.
No fue, como algunos afirmaron, una libertad otorgada: fue una libertad ganada.
El
MPLA y su brazo armado, las FAPLA, habían llegado al poder. Y, como toda
revolución popular, la angolana abrió sus puertas a los nuevos combatientes, la
mayoría jóvenes, prácticamente niños, quienes no contaban con experiencias en el difícil
arte militar, más exigente en las nuevas condiciones de la lucha.
Con
esa fuerza se tuvo que contar de inmediato para enfrentar la brutal agresión de
los fantoches de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (
UNITA), apoyados por la invasión de los racistas sudafricanos, por el Sur, en
tanto que por el Norte tendrían que combatir contra el también reaccionario
Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA), apoyado por Zaire y
reforzado con mercenarios al servicio del imperio norteamericano. La
superioridad militar del enemigo era evidente y hubiese ahogado en sangre a la
Revolución angolana, de no haber acudido de forma oportuna la ayuda cubana,
solicitada por el presidente Neto.
La
derrota de los enemigos de Angola fue aplastante. Y el valor de los
combatientes angolanos y cubanos, contrastó con la desmoralización de los
invasores a sueldo, de los mercenario externos e internos. Puede decirse que en
cada acción crecían el valor de los revolucionarios y el miedo de los
agresores. El avance y la victoria de los primeros, así como también el
retroceso y la derrota de los segundos, confirman esa aseveración.
Algunos
compañeros nuestros, en ocasiones, intentaron hacer comparaciones entre el
valor de los combatientes angolanos y el de los cubanos. Pienso que, en este
caso, la comparación no tenía validez, sobre todo si de buscar diferencias se
trataba.
Los
combatientes cubanos estábamos allí porque nuestro proceso revolucionario había
llegado a un grado de madurez del cual se derivaba nuestra conciencia
internacionalista; los combatientes angolanos acababan de triunfar y estaban en
el proceso inicial, incluso de formación de su conciencia nacional, tribalizada
por el colonialismo durante varios siglos.
Sin
embargo – y es lo más importante- unos y otros estuvieron a la altura de la misión.
En todos los procesos existen excepciones, individualidades, pero no son éstas
quienes determinan ni caracterizan a los hombres ni a los procesos.
En
el plano individual, pienso que esa misión fue para todos los combatientes
cubanos, una magnífica oportunidad para autosituarnos sobre una tabla de
valores y conocer hasta dónde fuimos capaces de llegar, no por vanos
sentimientos personales, sino por nuestra responsabilidad ante la Patria, ante
nuestro Partido Comunista de Cuba, ante nuestro querido Comandante en Jefe y
ante todo el pueblo revolucionario del cual formamos parte.
En
la histórica tierra de Neto, llevaron y
mantuvieron las banderas de un pueblo pequeño que ama la paz, pero no teme a su
más feroz enemigo. Y es así no por vocación de guerreros, sino de
constructores. No por vocación hacia las armas, sino por la convicción de que
sin ellas nada seríamos ante quienes no conocen otro lenguaje que el de la
fuerza.
En
estos postulados, radica el valor de los revolucionarios; en la torpeza para
entender y aceptar esta realidad, está expreso el miedo de nuestros enemigos.
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