domingo, 16 de diciembre de 2018

El gorrión






                                                                                                                    
 .Orlando Guevara Núñez
La inmensa mayoría de los cubanos conoce lo que es un gorrión. Y muchos nos hemos recreado mirando las travesuras y habilidades de esa inquieta avecilla. Y hemos admirado tambièn su destreza para construir los nidos, a veces, casi dentro de las casas;  su alegre y apresurado canto, sus ágiles movimientos en busca de alimentos, su alegría en el amor y su bravura cuando algún intruso amenaza a sus pequeñuelos o pretende disputarle la pareja.
Pero en Angola conocimos otro tipo de gorrión. No sé de dónde surgió esa evocación, pero lo cierto es que todos aceptábamos ese nombre para designar algo a lo que nadie escapaba: la nostalgia por la Patria lejana, por los seres queridos, por todo lo que en Cuba habíamos dejado.
Muchos compañeros, en sus horas de descanso, no ocultaban que eran presas del gorrión. Y se desahogaban hablando de sus hijos, sus esposas, sus padres, sus compañeros de trabajo y de sus lugares natales o de residencia. Y en todas las conversaciones donde hacía presencia el gorrión, surgía una misma interrogante. Podìa que ella se exteriorizara o quedara aprisionada en lo más profundo del alma, pero siempre se hacía.
-¿Cuándo llegará el dìa del regreso?
O traducido al portugués: ¿Cuándo iremos embora?
Otros trataban de disimular, se hacìan los fuertes; pero el gorrión no tenía paz con nadie y se posaba sin misericordia en el cerebro de todos. Si no de dìa, de noche o durante la madrugada; como el mismo pensamiento, volaba y se posaba en la mente de cualquiera, sin otorgar inmunidades.
A veces se suscitaban muchas discusiones sobre este tema. Y las argumentaciones diferían unas de otras. Algunos opinaban que pensar tanto en la casa era un síntoma de debilidad y que eso olía a flojo, a blandito.
Otros ripostaban que no era así, pues quien no pensara diariamente en su hogar, en su Patria, en su familia, no podìa ser un internacionalista convencido.
Las veces que me tocó intervenir en esta polémica, me solidaricé con la segunda posición. Y fue así por la convicción de que ninguno de los cubanos que estábamos allì lo hacíamos por amor a la guerra, sino por amor al hombre, a la libertad, a la justicia, a la familia grande que es la humanidad. Y aùn hoy sigo pensando igual, porque no puede concebirse a alguien que vaya a luchar por la libertad de otros pueblos sin no siente un amor profundo por el suyo. Y si siente ese cariño por su tierra y sus seres queridos, los recordará siempre con nostalgia cada minuto de ausencia.
Un dìa me tocó abordar este tema desde un punto de vista personal más comprometido. Para esa fecha, era el Político de mi Compañía. Y como el Político està obligado a conocer lo que discuten los soldados, lo que les preocupa e influye sobre su estado anímico, decidí dedicar un matutino al dichoso gorrión.
Sin rubor de ningún tipo, comencé admitiendo que el gorrión se habìa posado varias veces en mi mente, de lo cual no existían razones para avergonzarme. Y expresé mi convicción de que la firmeza de un combatiente internacionalista no podìa juzgarse mal porque añorara a su Patria y a su familia.
Enfaticé tambièn  el criterio sobre cómo, desde el punto de vista ideológico debíamos, a mi juicio, abordar el problema. Porque si pensar en nuestros hijos nos conducía al ablandamiento, al retraimiento o la cobardía, no mereceríamos siquiera ser sus padres. Desde esa posición podìa juzgarse mal- con sobradas razones- a quienes sintieran los efectos del gorrión. Pero si pensar en los hijos, la Patria y la familia imprimía nuevas fuerzas, más firmeza y decisión, entonces el gorrión no podìa ser motivo de vergüenza, sino de satisfacción. Y al final dije que cuando llegáramos a nuestra querida tierra y a nuestro hogar, cada uno tendría que hacerse a sí mismo una pregunta:
- ¿Cómo me porté yo ante el gorrión?
Y entonces, cada cual sería su propio juez. Al regreso, argumenté, quienes hayan mantenido la firmeza y sepan cumplir su deber, se reirán del gorrión; quienes así no actúen, sentirán vergüenza ante esa palabra.
Mientras hablaba, observé que muchos combatientes asentían con la cabeza, al tiempo que otros parecían meditar sobre el tema. Al terminar, salimos hacia nuestros puestos. Y ya por la noche, en medio de las acostumbradas tertulias de sobremesa, escuché en la voz de un combatiente una aseveración muy ilustrativa, porque fijaba la posición más loable.
- Yo llegué a sentir un complejo de cobarde cuando se me aguaron los ojos cuando recibí la foto de mi hija que todavía no conozco. Ahora sé que puedo llorar sin ser cobarde. A ese “salao” pajarito lo que hay es que saberlo  manejar  bien, compay, ¡saberlo manejar!

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