.Orlando
Guevara Núñez
El Premio Nobel de ¿la Paz? Barack Obama, ha
anunciado nuevas medidas de sanción contra el pueblo de Venezuela. Y ha
declarado al gobierno de Nicolás Maduro como un peligro para la seguridad de
los Estados Unidos.
En
diciembre pasado, este mismo mandatario reconoció que el bloqueo a Cuba, con
más de cinco décadas de aplicación, ha sido un fracaso, por lo cual anunció un
cambio que daría inicio al
restablecimiento de relaciones diplomáticas con el gobierno cubano.
Habló
de paz con Cuba, pero está incentivando la guerra con Venezuela. Desde luego,
en el caso cubano de lo que habla es de
cambiar el método, no el fin.
Para
cualquiera que tenga alguna noción sobre
el derecho de los pueblos a su soberanía y a escoger el sendero político,
económico y social que les convenga, está claro que la posición del gobierno de
los Estados Unidos contra Venezuela es totalmente arbitraria, ilegal,
injerencista e inaceptable.
En
el caso de Cuba, Obama heredó de otras administraciones el bloqueo, las
agresiones, el intento de aislamiento y otras muchas medidas que él mismo ha
calificado como inefectivas. En el caso de Venezuela, el presidente de los
Estados está fomentando una política también absurda. ¿Habrá que esperar años
de sufrimiento del pueblo venezolano, penurias económicas, sangre derramada,
hasta que futuros presidentes norteamericanos reconozcan un fracaso similar al de su
política contra Cuba?
Me
cuento entre quienes tienen la convicción de que el inicio de las
conversaciones Cuba-Estados Unidos con el objetivo de reanudar sus relaciones
diplomáticas es un hecho positivo; pero no es una dádiva al pueblo cubano, sino
un victoria de éste, ganada con la firmeza, los principios y el sacrificio de
más de medio siglo. Y me cuento también entre quienes confían en que el pueblo
venezolano será capaz- como lo está siendo- de agregar una nueva victoria
contra la agresividad y el desprecio del imperio norteamericano en nuestra
América, ya en marcha indetenible hacia su verdadera y definitiva
independencia.
Tal
vez, si el gobierno norteamericano mirara más hacia adentro, hacia su propio
territorio, hacia su propio sistema, podría darse cuenta de donde está el
verdadero peligro, no para su pueblo, sino para quienes se erigen sobre él y –en
su nombre- se creen con el derecho de sojuzgar a los demás,en cualquier lugar
del mundo.
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