.Orlando
Guevara Núñez
El 24 de febrero de 1895 se inserta con luz
inextinguible en la historia cubana del siglo XIX, con vigencia para los tiempos
siguientes, los presentes y los que están por venir. Fue la demostración de que en Baraguá, el 15 de marzo de 1878,
no se apagaó la llama de la rebeldía, y de que, en lugar
del cese de la lucha, El Zanjón fue solo una tregua para reiniciarla con mayores
bríos y superiores proyecciones.
La
revolución iniciada el 10 de octubre de 1868, después de una paciente preparación, entraba en un nuevo período de
guerra. Así lo proclamó el Manifiesto de Montecristi, firmado por José Martí y
Máximo Gómez el 25 de marzo de 1895, víspera de su partida hacia la tierra
cubana.
Casi
17 años habían esperado los patriotas cubanos para reiniciar la gesta
independentista. Intensa había sido la labor del máximo organizador de esa
contienda, José Martí, en la emigración, para unir en igual voluntad a los
veteranos luchadores, a la nueva generación y a todos los cubanos dispuestos al combate,
sin importar posición social o política. La lucha contra las corrientes
anexionistas, autonomistas, por sentar
las bases de la nueva república, y la previsión ante el peligro de ésta frente a
la voracidad del naciente imperialismo norteamericano, formaron parte de la
nueva estrategia revolucionaria.
En
su prédica constante, Martí insistía en la necesidad de esa guerra no como un
medio para derrocar un poder. Censuraba el derramamiento de sangre si era
inútil; pero reconocía ese método como única forma de lograr um fin: la
independencia y fundar, con ella, la nueva república con todos y para el bien de
todos.
La
guerra se reiniciaba ahora bajo la
dirección del Partido Revolucionario Cubano, con proyecciones que trascendían
las fronteras de la nación cubana. Para bien de América y del mundo, era
anunciada en el Manifiesto de Montecristi. Y ese mismo día, con visión de
futuro, escribiría Martí a su amigo dominicano Federico Henríquez y
Carvajal,:“Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y
el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y
fijarán el equilibrio del mundo”.
Con
precarios recursos se lanzaron los
cubanos aquel 24 de febrero a la manigua. Fue la zona oriental cubana el
escenario más importante de los alzamientos, no solo por su magnitud, sino,
sobre todo, por su permanencia y desarrollo. Aquel episodio lo conocemos los
cubanos como el Grito de Baire. En ese nombre, sin embargo, se resume la hazaña
de Bayate, en Manzanillo, bajo el mando del patriota Bartolomé Masó; de
Guantánamo, capitaneado por Pedro Pérez (Periquito); y de otros muchos
escenarios del indómito Oriente. En el occidente, Juan Gualberto Gómez se sumaba
a la lucha, pero con efímera supervivencia del alzamiento.
Una
figura de gran valía fue la del santiaguero Guillermón Moncada,cuyos dotes de patriota y
de jefe fueron alma de la rebelión en Oriente y otras regiones. Diezmada su
salud por la tuberculosis, Guillermón murió el 5 de abril de 1895, tan solo 6 días antes de que Martí y Gómez desembarcaran por
Playita de Cajobabo.
El
1ro. de abril, habían llegado, por
Duaba, Baracoa, Antonio Maceo, su hermano José y Flor Crombet, caído en combate
el 10 del propio mes. Transcurridas pocas semanas, el General Antonio logró nuclear a unos 3 000 cubanos alistados
para la lucha. La guerra alcanzó dimensiones incontenibles. Los jefes
revolucionarios habían desembarcado en pequeño número de hombres y armas, pero
aquí se nutrirían de combatientes provenientes del pueblo y de armas arrebatadas
al ejército español.
Las
experiencias de la primera guerra de independencia fueron aprovechadas por los
cubanos en la conducciön de la iniciada
en febrero de 1895. No fue un proceso exento de dificultades y de
contradicciones, pero la unidad se impuso como garantía de la
victoria.
Esta
vez, la insurrección independentista se extendió a todo el país. La invasión de
Oriente a Occidente, con Máximo Gómez y Antonio Maceo al frente, socavó la
fortaleza del ejército español y marcó el final del colonialismo hispano en
Cuba.
Las
más gloriosas páginas de heroísmo, de grandeza y de entrega, fueron escritas por
los cubanos en aquellos más de tres años de guerra. José Martí cayó el 19 de
mayo de 1895, en Dos Ríos; Antonio Maceo perdió la vida en el holocausto de
Punta Brava, el 7 de diciembre de 1896. Pero la lucha independentista continúó
su avance hasta lograr que España no fuera capaz desde el punto de vista
militar, económica, ni moral, de sostener la contienda.
Fue
entonces que se consumó el peligro
alertado por José Martí: la intervención del gobierno de los Estados
Unidos en una guerra ya perdida por España en Cuba. Aquella intromisión,
catalogada por Vladimir Lenin como la primera guerra imperialista en la historia
de la humanidad, despojó a los cubanos de una victoria por la cual habían
luchado desde el amanecer glorioso de La Demajagua.
Cuba
dejaba de ser colonia de España, pero pasaba a otra condición humillante: la de
neocolonia de los Estados Unidos. Por ironía de la historia, el 1ro. de enero de
1899 se instauró en Cuba el gobierno militar interventor norteamericano, que
extinguía el dominio español sobre Cuba. Y exactamente 60 años después, el 1ro.
de enero de 1959, en Santiago de Cuba, Fidel Castro poclamaba el triunfo de la
Revolución, que ponía fin al dominio neocolonial de Estados Unidos en nuestro
país.
Este
24 de febrero vienen a la mente de los cubanos muchos nombres de patriotas
gloriosos. Aquella gesta fue un emporio de héroes. En José Martí, Máximo Gómez y
Antonio Maceo, se sintetizan y simbolizan todos. . El grito de ¡Independencia o Muerte!
de La Demajagua, tuvo su continuación en el de
¡Libertad o Muerte! de 1895. Y en ellos tiene sus raíces y la savia que lo
alimenta el ¡Patria o Muerte! que encarna la decisión del pueblo
cubano.
Esa
fecha de patriotismo, de independentismo, de sacrificio y de combate, fue
simiente, presagio, heraldo del presente cubano.
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