miércoles, 12 de junio de 2013

Hacia el aniversario 60 del Moncada ( 12 )



 

Santiago de Cuba ante el asalto

.Orlando Guevara Núñez

Se ha repetido con mucho énfasis por el gobierno que el pueblo no secundó el movimiento. Nunca había oído una afirmación tan ingenua y, al propio tiempo, tan llena de mala fe  (…) Santiago de Cuba creyó que era una lucha entre soldados y no tuvo conocimiento de lo que ocurría hasta muchas horas después. ¿Quién duda del valor, el civismo y el coraje sin límites del rebelde y patriótico pueblo de Santiago de Cuba?

Fidel Castro,
La historia me absolverá

Una de las patrañas más inverosímiles de la dictadura batistiana a raíz del asalto al Cuartel Moncada, fue tratar de hacer creer a la opinión pública que esa acción había pasado inadvertida para el pueblo. Era parte de su empeño para callar verdades y tergiversarlas.
En Santiago de Cuba, como en el resto del país, hacían estrago las trágicas condiciones económicas, sociales y políticas que situaban al país entre los más pobres, los más encadenados a los intereses imperialistas y donde la politiquería, los engaños de los gobiernos de turno y la desesperanza, golpeaban a las masas.
Pero la rebeldía no había muerto y sólo necesitaba ser encauzada. No sospechaban los santiagueros, ni los orientales, ni el pueblo de Cuba, que los disparos del amanecer de la Santa Ana iniciarían el cambio que se necesitaba. Nada conocían sobre la acción de la Generación del Centenario de José Martí.
Para la capital del Oriente indómito, esa madrugada transcurría como las demás.  Parte del pueblo disfrutaba del carnaval, disfrazaba su miseria entre bailes, comparsas, congas, bebidas y una alegría que haría mayor la pobreza una vez terminadas las fiestas.
Las calles santiagueras estaban llenas de hombres, mujeres y niños para quienes la diversión era una caricatura grotesca. Harapientos, descalzos, ofertaban chucherías que a veces regresaban intactas al hogar. Pregonaban periódicos, limpieza de zapatos y de autos, pedían limosnas, buscaban donde ganar el sustento del cual carecían. Por otro lado, estaban el goce y la indiferencia de los ricos.
Así se malvivía. Era ése el mismo pueblo que no tenía acceso a los hospitales, sino a costa de entregar a un político corrupto sus cédulas electorales. El pueblo de un 28 por ciento de analfabetos, de niños sin escuelas y maestros sin un aula donde ejercer su noble profesión.
La ciudad estaba minada por prostíbulos, garitos, banqueros y garroteros. Gente sin trabajo ni esperanzas de encontrarlo. Vidrieras llenas de zapatos, observadas por niños descalzos, y comercios abarrotados de mercancías ante personas hambrientas y necesitadas, pero con los bolsillos vacíos. Productores del campo venían a la ciudad a vender sus productos a precios irrisorios, pero muchos no podían comprarlos aunque el hambre les estuviese quemando las entrañas. Hacia esos males se dirigieron los disparos de los asaltantes al Cuartel Moncada. Pero la población no lo sabía.
Un testimonio sobre esa verdad lo ofreció un joven revolucionario santiaguero, Frank País García, dos días después del 26 de julio de 1953: “A eso de las 5 y media de la mañana me despertó un intenso tiroteo en el cuartel. Pensamos que eran salvas del carnaval, pero al ver que continuaba, pensé que se trataría de broncas entre soldados y al seguir el tiroteo pensé que se trataba de un golpe militar”. Y así pensó también la población.
Por eso, en un inicio el pueblo respondió con indiferencia, transformada luego en preocupación y acción cuando comenzaron a conocerse los acontecimientos. El propio Frank cayó preso el 14 de agosto de ese año, acusado de publicar un manifiesto clandestino en el cual denunció los asesinatos contra los moncadistas. Y fue juzgado por un Tribunal antes de iniciarse el juicio a los asaltantes.
Muchos jóvenes combatientes  fueron salvados por familias santiagueras que no los conocían, pero ya se identificaban-apenas transcurridas unas horas- con su causa.
Un asaltante fue auxiliado por un joven, en las mismas cercanías del cuartel y pudo escapar de la masacre. Varios fueron escondidos y salvados en las casas que abrían sus puertas y ventanas, como narra la poesía de Guillén.
Cinco combatientes prisioneros y heridos fueron salvados por la actitud de médicos y militares honorables que se arriesgaron para evitar los asesinatos.
Cuando Fidel ordenó la retirada y se internó en la cordillera de La Gran Piedra para continuar la lucha armada, recibió la generosa  y solidaria ayuda de muchos campesinos de la zona.
En medio del fragor del combate, las enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora- tomado por el grupo que dirigía el segundo jefe del asalto, Abel Santamaría Cuadrado- protegieron a los asaltantes, les buscaron ropas y los hicieron pasar como enfermos ingresados. Pese a esa ayuda, solo Melba Hernández y Haydée Santamaría sobrevivieron, junto a un joven, Ramón Pez Ferro, a quien un anciano veterano de nuestra independencia, lo salvó diciendo que era un nieto acompañante suyo.
Muchas instituciones profesionales cívicas se movilizaron para evitar que continuaran los bárbaros asesinatos. Ya en la cárcel de Boniato –según testimonio de Melba- los moncadistas presos sintieron la solidaridad de los revolucionarios santiagueros, como la de Gloria Cuadras de la Cruz, quien les informaba sobre el rescate y custodia de los cadáveres de los compañeros caídos.
La tiranía sintió esa reacción popular y trató de evitarla. Para eso tenían que alejar al pueblo de la verdad que se abría paso con los ¡Sí, participé!  de los jóvenes revolucionarios, sus valientes denuncias y las ideas patrióticas que como certeros proyectiles destruían las mendaces maniobras del régimen tiránico.
Por eso tenían que sustraer a Fidel del juicio, pretendiendo hacerlo aparecer como enfermo. Al final, el proceso fue desarrollado en una pequeña sala de enfermeras del Hospital Civil, a pocos metros del Palacio de Justicia. Ya le temían, más que a sus armas, a sus ideas y razones.
La llama encendida en el Moncada no se apagaría jamás. La rebeldía penetró más profundo en las venas del pueblo santiaguero y echó raíces que se afianzaron el 30 de noviembre de 1956, cuando la capital oriental se vistió por primera vez de verde olivo y se convirtió- al decir de la heroína Vilma Espín- en una ciudad sin cerrojos.
No se había equivocado Fidel: ¨Si el Moncada hubiera caído en nuestras manos, hasta las mujeres de Santiago de Cuba habrían empuñado las armas. Y así hubiese sucedido en todo el país, como aconteció durante la guerra revolucionaria que descabezó a la brutal tiranía.
Hoy  el Moncada continúa irradiando luz de Revolución. Las ideas fraguadas por un grupo son ahora de todo un pueblo. El programa expuesto por Fidel durante el juicio, fue tempranamente cumplido. El ¡Libertad o Muerte! es ¡Patria o Muerte!, es ¡Venceremos!, es ¡Socialismo o Muerte!


                     

No hay comentarios:

Publicar un comentario