Santiago de Cuba ante el asalto
.Orlando Guevara Núñez
Se ha repetido con mucho énfasis por el gobierno que
el pueblo no secundó el movimiento. Nunca había oído una afirmación tan ingenua
y, al propio tiempo, tan llena de mala fe
(…) Santiago de Cuba creyó que era una lucha entre soldados y no tuvo
conocimiento de lo que ocurría hasta muchas horas después. ¿Quién duda del
valor, el civismo y el coraje sin límites del rebelde y patriótico pueblo de
Santiago de Cuba?
Fidel Castro,
La historia me absolverá
Una de las patrañas más
inverosímiles de la dictadura batistiana a raíz del asalto al Cuartel Moncada,
fue tratar de hacer creer a la opinión pública que esa acción había pasado
inadvertida para el pueblo. Era parte de su empeño para callar verdades y
tergiversarlas.
En Santiago de Cuba, como en
el resto del país, hacían estrago las trágicas condiciones económicas, sociales
y políticas que situaban al país entre los más pobres, los más encadenados a
los intereses imperialistas y donde la politiquería, los engaños de los
gobiernos de turno y la desesperanza, golpeaban a las masas.
Pero la rebeldía no había
muerto y sólo necesitaba ser encauzada. No sospechaban los santiagueros, ni los
orientales, ni el pueblo de Cuba, que los disparos del amanecer de la Santa Ana
iniciarían el cambio que se necesitaba. Nada conocían sobre la acción de la
Generación del Centenario de José Martí.
Para la capital del Oriente
indómito, esa madrugada transcurría como las demás. Parte del pueblo disfrutaba del carnaval,
disfrazaba su miseria entre bailes, comparsas, congas, bebidas y una alegría
que haría mayor la pobreza una vez terminadas las fiestas.
Las calles santiagueras
estaban llenas de hombres, mujeres y niños para quienes la diversión era una
caricatura grotesca. Harapientos, descalzos, ofertaban chucherías que a veces
regresaban intactas al hogar. Pregonaban periódicos, limpieza de zapatos y de
autos, pedían limosnas, buscaban donde ganar el sustento del cual carecían. Por
otro lado, estaban el goce y la indiferencia de los ricos.
Así se malvivía. Era ése el
mismo pueblo que no tenía acceso a los hospitales, sino a costa de entregar a
un político corrupto sus cédulas electorales. El pueblo de un 28 por ciento de
analfabetos, de niños sin escuelas y maestros sin un aula donde ejercer su
noble profesión.
La ciudad estaba minada por
prostíbulos, garitos, banqueros y garroteros. Gente sin trabajo ni esperanzas
de encontrarlo. Vidrieras llenas de zapatos, observadas por niños descalzos, y
comercios abarrotados de mercancías ante personas hambrientas y necesitadas,
pero con los bolsillos vacíos. Productores del campo venían a la ciudad a
vender sus productos a precios irrisorios, pero muchos no podían comprarlos
aunque el hambre les estuviese quemando las entrañas. Hacia esos males se
dirigieron los disparos de los asaltantes al Cuartel Moncada. Pero la población
no lo sabía.
Un testimonio sobre esa
verdad lo ofreció un joven revolucionario santiaguero, Frank País García, dos
días después del 26 de julio de 1953: “A eso de las 5 y media de la mañana me
despertó un intenso tiroteo en el cuartel. Pensamos que eran salvas del
carnaval, pero al ver que continuaba, pensé que se trataría de broncas entre
soldados y al seguir el tiroteo pensé que se trataba de un golpe militar”. Y así pensó también la población.
Por eso, en un inicio el
pueblo respondió con indiferencia, transformada luego en preocupación y acción
cuando comenzaron a conocerse los acontecimientos. El propio Frank cayó preso
el 14 de agosto de ese año, acusado de publicar un manifiesto clandestino en el
cual denunció los asesinatos contra los moncadistas. Y fue juzgado por un
Tribunal antes de iniciarse el juicio a los asaltantes.
Muchos jóvenes
combatientes fueron salvados por familias
santiagueras que no los conocían, pero ya se identificaban-apenas transcurridas
unas horas- con su causa.
Un asaltante fue auxiliado
por un joven, en las mismas cercanías del cuartel y pudo escapar de la masacre.
Varios fueron escondidos y salvados en las casas que abrían sus puertas y
ventanas, como narra la poesía de Guillén.
Cinco combatientes
prisioneros y heridos fueron salvados por la actitud de médicos y militares
honorables que se arriesgaron para evitar los asesinatos.
Cuando Fidel ordenó la
retirada y se internó en la cordillera de La Gran Piedra para continuar la
lucha armada, recibió la generosa y
solidaria ayuda de muchos campesinos de la zona.
En medio del fragor del
combate, las enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora- tomado por el grupo
que dirigía el segundo jefe del asalto, Abel Santamaría Cuadrado- protegieron a
los asaltantes, les buscaron ropas y los hicieron pasar como enfermos
ingresados. Pese a esa ayuda, solo Melba Hernández y Haydée Santamaría
sobrevivieron, junto a un joven, Ramón Pez Ferro, a quien un anciano veterano
de nuestra independencia, lo salvó diciendo que era un nieto acompañante suyo.
Muchas instituciones
profesionales cívicas se movilizaron para evitar que continuaran los bárbaros
asesinatos. Ya en la cárcel de Boniato –según testimonio de Melba- los
moncadistas presos sintieron la solidaridad de los revolucionarios
santiagueros, como la de Gloria Cuadras de la Cruz, quien les informaba sobre
el rescate y custodia de los cadáveres de los compañeros caídos.
La tiranía sintió esa
reacción popular y trató de evitarla. Para eso tenían que alejar al pueblo de
la verdad que se abría paso con los ¡Sí, participé! de los jóvenes revolucionarios, sus valientes
denuncias y las ideas patrióticas que como certeros proyectiles destruían las
mendaces maniobras del régimen tiránico.
Por eso tenían que sustraer a
Fidel del juicio, pretendiendo hacerlo aparecer como enfermo. Al final, el
proceso fue desarrollado en una pequeña sala de enfermeras del Hospital Civil,
a pocos metros del Palacio de Justicia. Ya le temían, más que a sus armas, a
sus ideas y razones.
La llama encendida en el
Moncada no se apagaría jamás. La rebeldía penetró más profundo en las venas del
pueblo santiaguero y echó raíces que se afianzaron el 30 de noviembre de 1956,
cuando la capital oriental se vistió por primera vez de verde olivo y se
convirtió- al decir de la heroína Vilma Espín- en una ciudad sin cerrojos.
No se había equivocado Fidel:
¨Si el Moncada hubiera caído en nuestras manos, hasta las mujeres de Santiago
de Cuba habrían empuñado las armas. Y así hubiese sucedido en todo el país,
como aconteció durante la guerra revolucionaria que descabezó a la brutal
tiranía.
Hoy el Moncada continúa irradiando luz de
Revolución. Las ideas fraguadas por un grupo son ahora de todo un pueblo. El
programa expuesto por Fidel durante el juicio, fue tempranamente cumplido. El
¡Libertad o Muerte! es ¡Patria o Muerte!, es ¡Venceremos!, es ¡Socialismo o
Muerte!
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