Los crímenes del Moncada
.Orlando Guevara Núñez
Uno de los
crímenes más repugnantes de la tiranía batistiana en Cuba, fue el relacionado
con los hechos del 26 de julio de 1953, cometido contra decenas de jóvenes asaltantes
ese día a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de
Céspedes, en Bayamo.
Desde el mismo momento de la
acción, el tirano Fulgencio Batista comenzó a lanzar mentiras y calumnias
contra los patriotas. Los acusó de haber asesinado con armas blancas a
pacientes militares recluidos en el hospital cercano al Moncada, al tiempo que
calificaba a sus esbirros como cuidadores del orden y la seguridad del pueblo.
Pretendía de esa forma confundir a la opinión pública y justificar la macabra
orden que dio a sus secuaces: asesinar a diez revolucionarios por cada soldado
de su ejército caído en el combate.
Tan aborrecibles e
indignantes fueron los crímenes, que no pudieron ser ocultados. Como resultado
de las acciones de ese 26 de julio, sólo seis revolucionarios cayeron en
combate. Otros 55 fueron asesinados después de haber sido hechos prisioneros.
Combatientes que no habían recibido ni un rasguño durante la refriega,
aparecieron luego bárbaramente torturados y asesinados en el interior del Moncada
y otros sitios, mientras los partes oficiales del gobierno los reportaban como
muertos en combate.
De los 21 asaltantes que
tomaron el hospital civil-frente al cuartel Moncada- sólo uno escapó al baño de
sangre después de la acción y las dos mujeres participantes- Haydée Santamaría
y Melba Hernández- evadieron la masacre
por la constancia gráfica de un fotógrafo que las mostró con vida.
El propio jefe de esa acción
liberadora, Fidel Castro, estuvo a punto de ser asesinado, pues las órdenes de
la tiranía eran de asesinar a todos los prisioneros. Sólo gracias a un militar
de honor, el teniente Pedro Sarría, al frente del grupo que lo apresó en la
cordillera de La Gran Piedra, el día 1ro. de agosto, el líder revolucionario
salvó su vida. Sarría, cuando sus hombres llegaron a levantar sus fusiles para
disparar contra Fidel y sus compañeros, se dirigió a ellos y les ordenó bajar
las armas, alegando que las ideas no se mataban.
Tuvo que oponerse luego a un
oficial superior, el comandante Pérez Chaumont, quien lo interceptó en el
camino y pretendió quitarle los prisioneros. De esa forma, Fidel fue trasladado
al Vivac Municipal de Santiago de Cuba y ya no pudo ser asesinado, intento que también falló después, cuando estaba
preso en la cárcel de Boniato, en Santiago de Cuba.
Hubo casos realmente
dantescos, como cuando en los interrogatorios a Haydée Santamaría le enseñaron
un ojo de su hermano Abel, segundo jefe de los asaltantes, y le dijeron que si
ella no hablaba le iban a sacar el otro, a lo cual ella contestó que si él no
había hablado mucho menos lo iba a hacer ella. También le dijeron que ya no
tenía novio, porque se lo habían matado, respondiendo ella que él no estaba
muerto porque morir por la Patria era vivir. Se referían al joven Boris Luis
Santa Coloma. En ambos casos, los jóvenes fueron brutalmente asesinados.
Si la matanza no fue mayor,
se debió a la actitud heroica y hospitalaria del pueblo de Santiago de Cuba que
ocultó a muchos combatientes, los protegió durante meses y los salvó de una
muerte segura.
El mismo método de matar se
repitió durante el desembarco del Granma, procedente de México, el 2 de
diciembre de 1956 para, bajo el mando también de Fidel Castro, reiniciar la
lucha armada por la liberación definitiva de la nación cubana.
En los primeros 15 días
posteriores al desembarco, murieron 21 de los 82 expedicionarios. Y sólo tres
cayeron en combate. Los demás fueron asesinados luego de resultar prisioneros.
Ese bárbaro proceder fue utilizado por la tiranía batistiana durante todo el
desarrollo de la guerra que terminó con el triunfo revolucionario del 1ro. de
enero de 1959.
Todo lo contrario fue el
proceder de los combatientes del Ejército Rebelde dirigido por Fidel. Cada
prisionero, si estaba herido, era curado y tratado con honor. Si no lo estaba,
se procedía de igual forma y eran asistidos con los precarios recursos
existentes, hasta que todos eran devueltos, sin una sola ofensa ni maltrato.
Un caso elocuente fue el 28
de mayo de 1957, cuando el combate de El Uvero, en el sur de la Sierra Maestra,
donde los soldados de la tiranía tuvieron 14
heridos y 19 prisioneros, siendo los heridos atendidos por el propio
Ernesto Che Guevara y devueltos todos sin la más mínima ofensa. Ese propio día,
en el norte de la provincia oriental fueron asesinados 16 prisioneros que
formaban parte de la expedición del Corinthia,
llegada a Cuba para luchar contra la tiranía.
Ambas posiciones rebelaban la
esencia de las dos fuerzas en pugna. El ejército del tirano Fulgencio Batista
torturaba, asesinaba a sus oponentes. El Ejército Rebelde de Fidel, era
respetuoso con los vencidos, virtud reconocida por los propios oficiales y
soldados hechos prisioneros durante la guerra.
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