.Orlando Guevara Núñez
Si un revolucionario cubano
penetra en los Estados Unidos para descubrir y frustrar planes terroristas
contra Cuba, e incluso contra ese país, fraguados por la mafia miamense y apoyados y protegidos por el gobierno yanqui,
los calificativos imperiales no se hacen esperar: son espías, agentes de
Castro, amenazadores de su seguridad nacional, tenebrosos comunistas,
promotores del terrorismo.
Si los verdaderos
terroristas, muchos de ellos criminales que llenaron de luto a miles de hogares
cubanos, acusados con pruebas suficientes por Cuba, llegan a ese país, entonces
los calificativos cambian: son héroes, luchadores por la libertad, combatientes
anticastristas y contra “el régimen comunista de la Isla”.
Los primeros, como Gerardo,
Ramón, Antonio, Fernando y René, son enviados a la prisión sin pruebas
valederas, con conciencia sobre su inocencia, condenados arbitrariamente a
penas que llegan hasta cadena perpetua, castigados, vejados, torturados psicológicamente,
alejados de sus familiares, aunque con esas medidas sean violadas las normas
internacionales y las propias leyes de los Estados Unidos.
Los segundos, como el
criminal y terrorista internacional Luis Posada Carriles, entre otros muchos
que harían interminable la lista, andan sueltos, jactándose de sus crímenes y
su impunidad. Siguen proyectando sabotajes y asesinatos contra el pueblo
cubano, amamantados por la contrarrevolución y por el propio gobierno de los
Estados Unidos, el más terrorista que ha conocido la historia de la humanidad.
Desde el primer día del
triunfo del 1ro. de enero de 1959, centenares de criminales de guerra en Cuba,
escaparon hacia los Estados Unidos, donde encontraron seguro abrigo, protección
y apoyo. El repugnante asesino Esteban Ventura Novo, responsable de cientos de
muertes, torturas y desapariciones; el multicriminal Pilar García; las bestias
–porque sería una ofensa al género
humano llamarlos personas- Rolando Masferrer Rojas, Julio Laurent, Oscar
Pedraja Padrón, José Eleuterio Pedraza Cabrera, José María Salas Cañizares
(asesino del héroe de la lucha clandestina en Santiago de Cuba, Frank País
García); Merob Sosa García, Carlos M. Tabernilla Palmero, Manuel Ugalde
Carrillo y otra sangrienta jauría, en Estados Unidos fueron recibidos como
héroes.
En Cuba quedaban los muertos,
los familiares enlutados, los expedientes de los crímenes, las peticiones de
extradición. Pero para todos los gobiernos imperiales norteamericanos, a partir
de 1959, un crimen contra Cuba es un mérito premiado.
Y no fueron solo los asesinos que huyeron como
ratas a raíz del triunfo revolucionario del 1ro. de enero de 1959. A lo largo de más de medio siglo, muchos
otros delincuentes, asesinos y terroristas han huido desde Cuba hacia “el país
de la libertad” luego de cometer hechos vandálicos, como secuestros de naves
marítimas y aéreas, asesinatos de ciudadanos cubanos, robos y otros delitos. Y
ante esos hechos, los brazos de los gobiernos norteamericanos, sin honrosas
excepciones, se han cerrado a la
justicia y abierto ante la injusticia y el crimen.
En fecha temprana como el 18
de enero de 1962, fue aprobado por el gobierno norteamericano el llamado
Proyecto Cuba, con 32 tareas de guerra encubierta que tendrían aplicación
mediante el conocida Operación Mangosta, con los más brutales métodos de terror
y crimen contra el pueblo cubano.
Centenares de ataques piratas
por aire y mar, formación de bandas contrarrevolucionarias organizadas,
armadas, entrenadas y dirigidas por la CIA, infiltraciones de agentes,
sabotajes y otros actos hostiles, forman parte de esa bochornosa historia.
Puede afirmarse que desde
1959 hasta hoy, cada uno de los once gobiernos norteamericanos ha aportado su
cuota de deshonra y de crimen contra el heroico pueblo cubano. Algunos han
ladrado menos, pero han mordido igual.
Hoy cuatro de los cinco
héroes cubanos continúan, más que presos, secuestrados, como lo definiera el
compañero Ricardo Alarcón de Quesada, integrante del Buró Político del Comité
Central del Partido Comunista de Cuba. René ya está libre, pero la injusticia
contra él no ha sido erradicada.
Los terroristas se entienden
entre sí. Los mentirosos se entienden entre sí. El encubrimiento mutuo adquiere
entre ellos categoría de ley. En aras de evitar que muchas verdades acusatorias
contra la CIA y el gobierno de los Estados Unidos, relacionadas con el
terrorismo, salgan a la luz, la mentira y el engaño vuelven a ser arma
predilecta del “paraíso de la libertad” convertido, desde hace mucho rato, en
un verdadero paraíso del crimen.
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