10 de octubre de 1868, cuando los cubanos
iniciamos el largo camino hacia la independencia
.Orlando Guevara Núñez
Aquel amanecer del 10 de octubre de 1868,
marcó el inicio de la gran epopeya cubana por su libertad e independencia. Fue
el día en que Carlos Manuel de Céspedes, no solo liberó a sus esclavos, sino
que los llamó a sumarse a la lucha para romper el yugo colonial español en
Cuba.
Así calificaría nuestro Héroe Nacional, José
Martí, en 1887, los sucesos de aquella aurora gloriosa:
”Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella
mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna
salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella:
cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos : ¨
¡Ya sois libres!¨ ¿No sentís, como yo estoy sintiendo, el frío de aquella
sublime madrugada?... ¡Para ellos, para ellos todos esos vítores que os arranca
este recuerdo glorioso! ¡Gracias en nombre de ellos, cubanas que no os
avergonzáis de ser fieles a los que murieron por vosotras: gracias en nombre de
ellos, cubanos que no os cansais de ser honrados!...
Las aspiraciones cubanas, desde esos
primeros momentos, chocaron no solo contra el poderío español en esta isla
antillana. Carlos Manuel de Céspedes, el máximo jefe de la revolución iniciada,
llegó a vislumbrar que apoderarse de Cuba era el secreto de la política
estadounidense.
En carta al político norteamericano Sumner, fijaría
Céspedes su criterio sobre este tema:
“La nación americana que ha
simpatizado con todos los que han luchado por la libertad y que hasta auxilió a
algunos noblemente, no puede menos que simpatizar con Cuba, como han venido a
demostrar las entusiastas y numerosas manifestaciones de los diversos órganos
de opinión pública. A la imparcial historia corresponderá juzgar si el gobierno
de esa República ha estado a la altura de su pueblo y de la misión que
representa en América, no ya permaneciendo simple espectador indiferente de las
barbaries y crueldades ejecutados a su propia vista por una potencia europea
monárquica contra su colonia, que en uso de su derecho, rechaza la dominación
de aquella para entrar en la vida independiente, (siguiendo el ejemplo de EUA)
sino prestando apoyo indirecto material y moral al opresor contra el oprimido,
al fuerte contra el débil, a la monarquía contra la República, a la Metrópoli
europea contra la colonia americana, al esclavista recalcitrante contra el
libertador de cientos de miles de esclavos”.
Supo el rebelde cubano, sin embargo, definir
entre gobierno y pueblo de los Estados Unidos: “Mas no por eso ha menguado la
consideración del pueblo de Cuba hacia el de los Estados Unidos, ambos son
hermanos y permanecen unidos en espíritu a pesar de la conducta de la
administración de este último, que no me corresponde calificar”.
Y Céspedes, reconocido como El Padre
de la Patria cubana, sentenciaría para la historia su fe en la independencia:
“No obstante todo, llegue o no llegue ese día, la Revolución Cubana vigorosa es
ya inmortal; la República vencerá a la monarquía, el pueblo de Cuba, lleno de
fe en sus destinos de libertad, y animado de inquebrantable perseverancia en el
sendero del heroísmo y de los sacrificios, se hará digno de figurar, dueño de
su suerte, entre los pueblos libres de América”
“Nuestro lema es y será siempre:
Independencia o Muerte. Cuba no solo tiene que ser libre, sino que no puede ya
volver a ser esclava”.
Las raíces del 10 de octubre de 1868 son ahora más profundas. Aquel día,
Carlos Manuel de Céspedes, al frente de un grupo de patriotas, se alzó en armas
para iniciar la lucha por la independencia que debió esperar el primero de
enero de 1959, casi un siglo, para convertirse en realidad en la nación cubana.
La gesta de aquel día, luego de una
década, no concluyó con el triunfo. No fueron las armas españolas las causantes
del fracaso, sino las divisiones internas entre los patriotas, su falta de
unidad. El 15 de febrero de 1878 se produjo el vergonzoso Pacto del Zanjón, que
rendía ante España los afanes independentistas de varios jefes militares
cubanos.
Pero el 15 de marzo de ese mismo año, Antonio Maceo, con su viril Protesta
de Baraguá, dejaba sentado para los cubanos y para el poder colonial, que había
patriotas inconformes, que no aceptaban la claudicación, ni la paz sin la
independencia por la cual habían luchado diez largos años.
Sin embargo, las fuerzas revolucionarias se habían debilitado, y fue
necesario hacer una pausa –llamada por José Martí la tregua fecunda- para
reorganizar la lucha.
El 24 de febrero de 1895, bajo la dirección del propio José Martí, se
reinició la revolución gestada en La Demajagua por Carlos Manuel de Céspedes.
Esa guerra socavó el poder militar, político y económico español en Cuba y
demostró la fuerza de la unidad que había superado los escollos de la primera
Guerra de Independencia.
España, ya vencida, era incapaz de mantener a Cuba como colonia. Y fue
entonces cuando, en 1898, se produjo la intervención norteamericana en este
país, frustrando la independencia y la libertad peleadas durante 30 años por
los cubanos.
Como fruto de esa intervención, calificada por Vladimir Ilich Lenin como la
primera guerra imperialista registrada en la historia de la humanidad, Cuba
dejó de ser colonia de España, pero pasó a neocolonia de los Estados Unidos. El
país quedaba atado a los designios del naciente imperialismo.
Así, el 20 de mayo de 1902 fue proclamada una independencia irreal, pues,
para dar fin a la intervención militar, los cubanos tuvieron que aceptar la
Enmienda Platt que, entre otras imposiciones, incluía el derecho de los Estados
Unidos a intervenir en Cuba cuando lo estimara pertinente, a la vez que le
atribuía a ese país la facultad de establecer bases navales – así surgió la de
Guantánamo, todavía ocupada ilegalmente- y otros privilegios que convertían en
formal la independencia proclamada.
Estados Unidos, de esa forma, usurpó el poder a los cubanos, al tiempo que
proclamó ante el mundo la mentira de que había luchado por su libertad.
Vino entonces un largo período republicano, con gobiernos de turno, hechos a
imagen y semejanza de la nueva potencia. Pero los cubanos no dejaron nunca de
luchar. Cada generación hizo su aporte a la conciencia libertaria y no dejó de
enriquecerse el pensamiento revolucionario.
Hombres de la talla de Julio Antonio Mella, Carlos Baliño, Rubén Martínez
Villena, Antonio Guiteras Holmes y otros muchos, nutrieron la historia de
combate y dieron continuidad a las ideas de Carlos Manuel de Céspedes y José
Martí, ambos caídos en los campos insurrectos, a la vez que avivaron la
intransigencia de Antonio Maceo y su legado de no claudicar nunca ante el
enemigo.
El 26 de julio de 1953, un grupo de jóvenes combatientes revolucionarios,
encabezados por Fidel Castro, atacaron el Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba,
y el Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Se iniciaba, con esa gesta, la
última etapa de lucha del pueblo cubano por su libertad e independencia. Puede
decirse que se retomaban y continuaban los alzamientos de 1868 y 1895.
La nueva acción revolucionaria tuvo la virtud de destacar a Fidel Castro
como jefe indiscutible de la Revolución, establecer la lucha armada como método
para derrocar a la tiranía, trazó un programa de lucha contra la tiranía y de
reivindicaciones, luego del triunfo, para enfrentar los males del país, al
tiempo que sumaba al pueblo a la conquista de ese objetivo. La acción del
Moncada fue un fracaso militar, pero constituyó una victoria política de
marcada trascendencia para la lucha futura.
Luego del Moncada, vinieron para los revolucionarios la prisión, la
persecución, los asesinatos, la cárcel y el exilio. Otra tregua fecunda, como
la señalada por José Martí.
El 2 de diciembre de 1956, Fidel Castro, con otros 81 expedicionarios, llegó
a las costas orientales cubanas para reiniciar la lucha armada. Estableció su
base de operaciones en la Sierra Maestra, desarrolló la lucha de guerrillas,
forjó un combativo Ejército Rebelde, extendió la lucha a los llanos y ciudades,
y el primero de enero de 1959 derrotó a la tiranía batistiana. La Revolución
iniciada el 10 de octubre de 1868, había, por fin, triunfado después de casi un
siglo de luchas y de sacrificios inmensos.
Por eso, este 10 de octubre, para los cubanos, no es sólo recuento sobre un
hecho histórico, sino, sobre todo, compromiso de continuidad de una obra
forjada por muchas generaciones, desde la oprobiosa etapa colonial hasta el
socialismo victorioso de hoy.
Esa historia de lucha, esas tradiciones combativas, explican la posición
inclaudicable de los cubanos cuando de su libertad e independencia se trata. De
Céspedes, el Padre de la Patria, aprendimos que el enemigo solo puede
parecernos grande si nos acostumbramos a contemplarlo de rodillas; de José
Martí, tenemos el legado de que los grandes derechos no se compran con
lágrimas, sino con sangre; Antonio Maceo nos enseñó que mendigar derechos es
propio de cobardes incapaces de ejercitarlos, y nos inculcó la idea de no
establecer nunca pactos indignos con el enemigo. Fidel nos ha enseñado el
principio de que primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en
ser esclavos de nadie.
Así, el 10 de octubre de 1868 y este de hoy
están resumidos en los gritos de ¡Libertad o Muerte! e ¡Independencia o
Muerte! de nuestras gestas libertarias pasadas y en el ¡Patria o Muerte! y
¡Socialismo o Muerte! del presente. Porque en Cuba, al decir de Fidel, solo ha
habido una Revolución: la iniciada el 10 de octubre de 1868 por Carlos Manuel
de Céspedes, y que nuestro pueblo lleva hoy adelante victoriosamente.