lunes, 7 de octubre de 2013

A 37 años de un horrendo crimen La injusticia sigue temblando



.Orlando Guevara Núñez
Aún permanece en mí el recuerdo de aquella noche del mes de octubre de 1976. Estaba en mi Unidad Militar de la Misión Internacionalista cubana en la República Popular de Angola. Nos convocaron para escuchar  una grabación de un discurso del Comandante en Jefe Fidel Castro. No sabíamos cuál era el tema.
A medida que Fidel hablaba, nos íbamos llenando de dolor y de ira. Hablaba sobre el sabotaje del 6 de octubre, que había hecho explotar, en pleno vuelo,  a una nave de Cubana de aviación, y que había costado la vida de 57 cubanos, 11 guyaneses y seis coreanos.
La denuncia de Fidel fue contundente. La Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) estaba implicada directamente en el crimen repugnante. Contrarrevolucionarios cubanos y mercenarios de otros países se abrazaban en el abominable sabotaje.
Siete de las víctima cubanas eran menores de 20 años. Carlos M. Leyva González,19 años, atleta del Equipo Nacional de Esgrima; Virgen M. Felizola García, 17 años, atleta del Equipo Nacional de Florete; Alberto Dole Crespo, 18 años, atleta del Equipo Nacional de Sable; Cándido Muñoz Hernández, 20 años, atleta del Equipo Nacional de Esgrima; Enrique Figueredo del Valle, 19 años, atleta del Equipo Nacional de Esgrima;  Juan Duany González, 18 años, atleta del Equipo Nacional de Sable y José A. Fernández Garzón, 19 años, atleta del Equipo Nacional de Esgrima.
De las 11 víctimas de Guyana, seis tenían menos de 20 años y venían a Cuba a prepararse en la noble profesión de la medicina.

Un total de 21 de las víctimas  cubanas, no pasaba de los 30 años de edad. Moraima González Prieto, 21 años, aeromosa; Marlene González Arias, 23 años, aeromoza; Silvia Marta Pereira Jorge, 28 años, aeromoza; Miriam Remedios de la Peña, 24 años, aeromoza; Roberto G. Palacios Torres, 27 años, navegante, Cubana de Aviación; Eusebio Sánchez Domínguez, 25 años, sobrecargo internacional;  María Elena Rodríguez del Rey Bocalandro, 28 años,  aeromoza; Ricardo Cabreras Fuentes, 23 años, atleta Equipo Nacional de Sable; Leonardo Mackenzie Grant, 22 años, atleta Equipo Nacional de Florete.
Súmese a ellos a Ignacio Martínez Gandia, 25 años,  entrenador Equipo Nacional de Sable; Inés Luaces Sánchez, 21 años, atleta del Equipo Nacional de Florete; Milagros Peláez González, 21 años, atleta del Equipo Nacional de Esgrima; Nancy Uranga Romagosa, 22 años, atleta, Equipo Nacional de Esgrima. José A. Arencibia  Arredondo, 23 años, atleta, Equipo Nacional de Esgrima.                                                                                                                                                                                                                          Otros: Ramón Infante García, 27 años, atleta, Equipo Nacional de Espada; Julio Herrera Aldama, 25 años, atleta del Equipo Nacional de Esgrima; Santiago E. Hayes Pérez, 30 años,  entrenador Equipo Nacional de Florete; Nelson Fernández Machado, 22 años, atleta Equipo Nacional de Esgrima; Jesús Méndez Silva, 30 años, atleta del Equipo Nacional de Florete; Domingo Chacón Coello, 21 años,  combatiente del Ministerio del Interior; y Martí Suárez Sánchez, 30  años, supervisor de tráfico aéreo internacional.
Aquella triste noche, en Luanda, compartimos, a la distancia, el dolor y la indignación de nuestro pueblo. Muchas lágrimas surcaron el rostro de nuestros combatientes, lágrimas que no rodarían nunca frente al enemigo, e imaginariamente surcarían las aguas marinas, navegando para unirse a las de todo el pueblo cubano.
Los otros 29 hermanos, cuyas edades superaban los 30 años, víctimas de aquel acto terrorista,  nacido del odio imperial hacia el pueblo cubano, fueron:
Wilfredo Pérez Pérez, piloto; Ángel Tomás Rodríguez, Jefe de Preparación Técnica de Cubana de Aviación; Miguel Espinosa Cabrera, copiloto del DC-8 saboteado; Ernesto Machín Guzmán, mecánico de aviación; Ramón J. Fernández Lefebre, sobrecaro mayor de Cubana de Aviación; Magaly Grave de Peralta Ferrer,  aeromoza; Valentín Ladrón de Guevara, técnico de Cubana de Aviación; Armando Ramos Pagán, piloto;  Armando E. Armengol Alonso, piloto; Carlos T. Coquero Perdomo, Inspector de seguridad aeronáutica; José Pestana González, jefe de Departamento de Cubana de Aviación; Guillermo Valencia Valdés, sobrecargo internacional;  Lázaro Serrano Mérida, sobrecargo internacional; Lázaro Otero Madruga, inspector de ruta, Cubana de Aviación; Emilio Castillo Castillo, inspector de vuelo; Carlos Cremata Trujillo,  despachador de vuelos;  Tomás J. González Quintana, supervisor de control general; Jorge de la Nuez Suárez, secretario del Partido de la Flora Camaronera del Caribe; Luis A. Morales Viego, técnico Equipo Nacional de Esgrima.
También Jesús Gil Pérez, técnico Equipo Nacional de Esgrima; Orlando López Fuentes, entrenador Equipo Nacional de Espada; Demetrio Alfonso González, comisionado nacional de Tiro; Manuel Permuy Hernández, dirigente del Parido en el INDER; Manuel A. Rodríguez Font, funcionario de Cubana de Aviación; Julia Rosa Torres Alvarez , esposa del jefe de la Oficina  de Cubana de Aviación en Barbados; Jesús Rojo Quintana, funcionario de Cubana de Aviación; Argelio Reyes Aguilar, director de la Flota Camaronera del Caribe; Sonia Coto Rodríguez, trabajadora de la Flota Camaronera del Caribe y Alberto Mario Abreu Gil, jefe de abastecimiento de la Flota Camaronera del Caribe.
 Cuando el Comandante en Jefe  concluyó su discurso, nos retiramos hacia nuestros dormitorios. Los hicimos esta vez callados, sin los  acostumbrados bullicios y conversaciones  que solo terminaban cuando la disciplina del silencio los frenaba.
Pero en ese silencio profundo, se acrecentaba una decisión: ser más firmes en el cumplimiento de aquella gloriosa misión internacionalista. Continuar derrotando a los racistas, a los mercenarios, a los representantes del apartheid, a los peones del imperialismo norteamericana en esa parte del Africa austral. Esa era la menor respuesta al llamado de Fidel en esa memorable intervención:
 “Nuestros atletas sacrificados en la flor de su vida y de sus facultades serán campeones eternos en nuestros corazones; sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba; no alcanzarán el honor de la olimpiada, pero han ascendido para siempre al hermoso olimpo de los mártires de la patria!
¡Nuestros tripulantes, nuestros heroicos trabajadores del aire y todos nuestros abnegados compatriotas sacrificados cobardemente ese día, vivirán eternamente en el recuerdo, en el cariño y la admiración del pueblo! ¡Una patria cada vez más revolucionaria, más digna, más socialista y más internacionalista  será el grandioso monumento que nuestro pueblo erija a su memoria y a la de todos los que han caído o hayan de caer por la Revolución!
Hacia nuestros hermanos guyaneses y coreanos inmolados ese día, va también nuestro recuerdo más ferviente en estos instantes. Ellos nos recuerdan que los crímenes del imperialismo no tienen fronteras, que todos pertenecemos a la misma familia humana y que nuestra lucha es universal (Aplausos).
No podemos decir que el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!
Pasados 37 años de aquel crimen, los terroristas implicados en su ejecución han vivido y viven con la bochornosa impunidad y el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, totalmente libres en el país que se auto titula como campeón de la lucha contra el terrorismo y defensor de los derechos humanos. Mientras, por actuar contra ellos, permanecen prisioneros allí Gerardo, Ramón, Antonio y Fernando.
La injusticia, sin embargo, sigue temblando.

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